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Sr. Trump, conozca la Constitución

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Cuando Donald Trump el 20 de enero, con la mano sobre la Biblia, jure preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos, nosotros, el pueblo, vamos a tener una buena razón para dudar de que él sepa sobre lo que está hablando. Consideremos lo que tuiteó el pasado martes:

«Nadie debería permitir que se queme la bandera de los Estados Unidos – para quien lo haga debe haber consecuencias – tal vez la pérdida de la ciudadanía o un año en la cárcel».

Pasemos a explicar lo que no necesita explicación. La quema de la bandera es una expresión protegida constitucionalmente. El Tribunal Supremo lo ha dejado claro, en un fallo compartido  por el magistrado favorito del señor Trump, Antonin Scalia. Es popular querer castigar a los quemadores de la bandera – algunos políticos complacientes, entre ellos Hillary Clinton, lo han intentado -. Pero la Primera Enmienda constitucional existe para proteger formas de expresión impopulares, incluso las repulsivas. Como sentenció el Tribunal Supremo en una decisión de 1990 sobre una ley federal que pedía se declarara la quema de la bandera un acto inconstitucional: «castigar la profanación de la bandera diluye la misma libertad que hace que este emblema sea tan venerado, y que valga la pena reverenciarlo».

Es interesante que muchas de las personas que, como el Sr. Trump, están dispuestas a castigar a los quemadores de la bandera, al mismo tiempo no tengan problemas con el discurso que ofende a las minorías, las mujeres y a otros estadounidenses. Ellos afirman que cualquier preocupación por ese tipo de discurso es simplemente «corrección política». Pero en este país, la quema de banderas es tan políticamente incorrecto como cualquier otra cosa que uno pueda hacer. ¿Dónde está su valiente defensa de la libertad de expresión ahora? ¿No es acaso el Sr. Trump quien se declaró a favor de la libertad de decir cosas desagradables de forma brutal? ¿Quién ha dicho, en la convención republicana: «Voy a presentar los hechos con claridad y honestidad. No podemos darnos más el lujo de ser políticamente correctos»?

La Corte, por cierto, también ha declarado que la ciudadanía no es algo que puede ser quitado, ni por el Congreso ni por el presidente, no en esta democracia.

Algunos pueden optar por considerar las diatribas de Trump en los medios de comunicación como relativamente irrelevantes – las divagaciones de un insomne, libres de pretensión alguna de pensamiento o conocimiento – pero sintonizando Fox News, que al parecer emitía una pieza sobre la quema de la bandera en universidades, casi al mismo tiempo que el Sr. Trump envió su tweet.

Pero no podemos darnos el lujo de simplemente burlarnos de alguien que ahora es tan poderoso como lo es Trump. Antes de que se desconecten, recuerden lo que un medio fundamental de propaganda de la derecha, Breitbart,  celebró el pasado martes – que la presencia en medios sociales de Trump le permite enviar su mensaje a millones, omitiendo los «medios corporativos» –.  Él tiene más de 16 millones de seguidores en Twitter.  Con Twitter, Facebook e Instagram, puede directamente alimentar con mentiras y con ignorancia a 36 millones de personas.

Él tuitea, sube mensajes, incita. El dirige una plataforma global y pronto será el comandante en jefe de los Estados Unidos. Pero hay que decirlo, y decirlo de nuevo: Lo acontecido no es normal,  ya que degrada la presidencia.

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The New York Times – Editorial

Mr. Trump, Meet the Constitution

When Donald Trump, hand on the Bible on Jan. 20, swears to preserve, protect and defend the Constitution of the United States, we the people will have good reason to doubt he knows what he’s talking about. Consider what he tweeted out on Tuesday:

“Nobody should be allowed to burn the American flag – if they do, there must be consequences – perhaps loss of citizenship or year in jail!”

Here’s where we explain what shouldn’t need explaining. Flag-burning is constitutionally protected speech. The Supreme Court has made this clear, in a ruling joined by Mr. Trump’s favorite justice, Antonin Scalia. It’s popular to want to punish flag-burnerspandering politicians, including Hillary Clinton, have tried. But the First Amendment exists to protect unpopular, even repulsive forms of expression. As the Supreme Court said in a 1990 decision finding a federal law against flag-burning unconstitutional, “Punishing desecration of the flag dilutes the very freedom that makes this emblem so revered, and worth revering.”

It’s interesting that so many of the people, like Mr. Trump, who are eager to punish flag-burners are at the same time so untroubled by speech that offends minorities, women and other Americans. They rail against any concern about that kind of speech as “political correctness.” But in this country, flag-burning is about as politically incorrect as anything you can do. Where is their courageous defense of speech now? Isn’t Mr. Trump the man who stood up for the freedom to say brutally unpleasant things? Who said, at the Republican convention: “I will present the facts plainly and honestly. We cannot afford to be so politically correct anymore.”

The court, by the way, has also declared that citizenship cannot be stripped away, not by Congress or the president, not in this democracy.

Some may choose to read Mr. Trump’s social-media rants as relatively meaningless — the ramblings of a sleepless id, unmoored from thought or knowledge but tuned to Fox News, which apparently was airing a piece on college flag-burners at about the time Mr. Trump sent his tweet.

But we don’t have the luxury of merely mocking someone who is now as powerful as Mr. Trump. Before you tune him out, remember what the right-wing propaganda site Breitbart was celebrating on Tuesday — that Mr. Trump’s social-media presence allows him to get his message to millions, bypassing “corporate media.” He has more than 16 million Twitter followers. With Twitter, Facebook and Instagram, he can feed lies and ignorance directly to 36 million people.

He tweets, he posts, he incites. He trolls. He commands a global platform and will soon be America’s commander in chief. But it has to be said, and said again: This is not normal. It demeans the presidency.

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