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Steiner tenía la casa llena de música

George Steiner se nos fue (1929-2020). Casi noventa y un años, no nos vamos a quejar. Y por lo que él mismo venía diciendo en los últimos tiempos, en entrevistas y escritos, no parece que le haya supuesto un gran disgusto. Siempre le gusta a uno recordar aquel inciso de dos octosílabos en uno de los poemas de las Seis cuerdas de Borges: “morirse es una costumbre que sabe tener la gente”. Y siempre tengo presente una idea, que es más que una máxima: “la longevidad es una trampa”.

Recuerdo la impresión que me provocó el primer libro de Steiner que leí, En el castillo de Barbazul, en aquella edición de Punto Omega. Diría que se trata de uno de esos libros que han supuesto un cambio en la vida, sin duda no total, pero sí un giro importante. Hay otros, en la vida de uno, y no son pocos, pero recordaría, así, sin pensarlo mucho, un libro de Norman Cohn, uno de Bruno Bettelheim, uno de Tony Judt, uno de Zygmunt Bauman, uno de Carlos Castilla del Pino, allá en su mi juventud. Aparte de las epifanías que provocan las lecturas juveniles en forma, casi siempre, de narrativas. Y aparte, claro, de las lecturas que trataron de engañarnos para siempre en nuestra inocencia con ultramontanos; solo nos engañaron un tiempito, pero pasó pronto. Ahora lo pienso: no es mal título Inocencia con ultramontanos… ¿O acaso es demasiado obvio?

Steiner está ahí para que nos planteemos preguntas, no para responderlas. Si me refiero a él ahora es porque esto es una revista de música y para él la música fue de gran importancia. Tenía la casa llena no solo de libros, sino también de CD. Lo veremos en otras entregas de esta bitácora; ahora quisiera tan solo recordar a Steiner, ese Barbazul con que concluía la emocionante secuencia del libro. Ese Barbazul, claro está, se refería a la ópera de Béla Bartók, a esos dos personajes opuestos y amantes, y se refería también a las puertas que se abren a lo largo de las situaciones de la obra de Balázs y Bartók. El melómano y el pensador se juntaban en unas palabras que son frontispicio del libro, y que nada impide pensar que son suyas,  no cita ajena: “Parecemos estar, en lo tocante a una teoría de la cultura, donde estaba la Judit de Bartók, cuando pide que se abra la última puerta hacia la noche”. Permítanme citar un párrafo casi al final del libro:

“Abrimos puertas sucesivas en el castillo de Barbazul porque ‘están ahí’, porque una lleva a la siguiente por una lógica de intensificación que es la de la conciencia de su propio ser por parte de la mente. Dejar cerrada una puerta sería no solo cobardía, sino tradición –radical, automutiladora- al ánimo inquisitivo, explorador, tenso hacia adelante, de nuestra especie. Somos cazadores de la realidad, adondequiera que ésta nos lleve. Los peligros, los desastres acaecidos son evidentes. Pero también es, o fue hasta hace muy poco, el supuesto axiomático y a priori de nuestra civilización, la cual mantiene que el hombre y la verdad son compañeros, que sus caminos van hacia adelante y que se encuentran emparentados dialécticamente.” [Traducción de Hernando Valencia Goelkel, Guadarrama, Punto Omega, 1976).

Hay aquí ecos de eso que podríamos llamar la anomalía de nuestra existencia y dominio como especie, eso que tratan dos grandes pensadores muy criticados por Steiner: Freud (más aún Jung) y Lévi-Strauss, pero esa es una historia larga y no cabe aquí.

Mis emociones con El castillo de Barbazul continuaron con libros como La muerte de la tragedia, como Presencias reales, como Las Antígonas, como Errata –esa especial autobiografía- y algunos más. Confieso que nunca me atreví con Después de Babel, pero creo que ahora lo haré, será uno de los homenajes particulares, privados, a alguien que en alguna ocasión me hizo caer del caballo camino de no sé dónde.

Si alguno de ustedes no ha leído aún a Steiner, permítanme recomendarles dos opúsculos a modo de introducción, para que les entren ganas de seguir; entonces ya no podrán prescindir de Steiner. Uno de ellos recoge varias conferencias, y es de los años 70, de tal manera que habla de la Unión Soviética como si existiera, cosas así: Nostalgia del absoluto (Siruela, 138 páginas, poco más de 6 euros en eBook). El otro es muy reciente, es una amplia entrevista con Steiner; la hace uno de esos cerebros privilegiados que a menudo da Francia, Laure Adler: Un largo sábado (Siruela, claro está). No se trata solo del encuentro de un sábado entre Adler y Steiner; lo del sábado tiene su miga, y habremos de tratar esa miga en estas columnitas. Además, no era una sola vez, un solo encuentro; era uno antiguo y su secuela reciente. Dicho sea de paso, el interés de Laure Adler es altísimo, y a ella habrá que referirse si continuamos con Steiner y hacemos referencia a este breve libro, en el que la música ocupa un importante lugar.

Veremos que, según Steiner, que tanto estudio dedicó al lenguaje y a su manera especial de engañar (ahí se ve su raigambre vienesa, no me digan que no), la música no puede mentir. Así que habrá que detenerse en obras suyas en las que se refiere a la música. Por ejemplo, ese capítulo dedicado a Moisés y Arón, de Schoenberg, en Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano (Gedisa).

 

 

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