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Su majestad covid: breve recapitulación

Pronto se cumplirá un año desde el inicio no oficial de la pandemia, un año largo, más largo que sus 366 días. El virus se ha adueñado de inmensos fragmentos de nuestra vida y ha expuesto, de novo, la crisis de la Tierra, no porque el virus infecte mares, aires y tierras, la razón es otra: los daños causados por la especie humana a nuestro hábitat podrían relacionarse o ser la causa de cualquier pandemia. No es ocioso preguntar: ¿es la destrucción de la Tierra la responsable del incremento de las pandemias?

Covid-19 cuestiona, reta y hermana. Las contradicciones humanas son infinitas: el virus, al destruir y matar, hermana; todos somos posibles víctimas. La siguiente ecuación resume: a mayor número de muertos y contagios, mayor fraternidad. Mientras escribo —no importa la fecha— han muerto 850 000 personas y se han contagiado 25 millones. En tiempos de covid-19 las fechas no importan: los números son inexactos, tanto por las mentiras crónicas de la mayoría de los gobiernos del mundo, como por la incapacidad de los sistemas de salud de los países, sobre todo los pobres, de conocer con precisión las cifras. Los muertos y los contagios de personas innominadas no forman parte de ese tejido: es demasiada la porosidad cerebral de los políticos.

Ilustración: Sergio Bordón

 

Triste ejemplo es nuestro país. Epidemiólogos y matemáticos nacionales y extranjeros aseguran que los datos proporcionados por la dupla López (Gatell y Obrador) son equivocados, no sólo por no contar con datos adecuados, sino por la necesidad de mentir: cada mentira equivale a un voto. Me pregunto, si acaso lo tiene, qué dirá el alter ego de López-Gatell, una persona con estudios académicos formales, cuando, lejos de los reflectores, repasa sus aseveraciones.

Nuestra naturaleza, el ser interno y el ser social, ha cambiado debido a la pandemia. Miedo, incertidumbre y dudas son palabras cotidianas. Su suma deviene una cierta enfermedad, por ahora sin epónimo —he sugerido que debería llamarse pandemia Li Wenliang. Será necesario acordar un nombre y agregar al trinomio (miedo, incertidumbre y dudas) otras características: desconfianza; hartazgo; pérdida de vínculos humanos imprescindibles —tocar, abrazar, besar—; odio y desprecio hacia “muchos” políticos y contra algunos funcionarios gubernamentales dedicados a la salud; falta de socialización de los menores de edad, e incremento en la soledad, sobre todo en los viejos, así como los etcéteras específicos de cada país. El último rubro se refiere al aumento en la pobreza y a la capacidad o incapacidad de cada gobierno para menguar y proteger a los desfavorecidos crónicamente y a los nuevos pobres por la pérdida de sus empleos o por la quiebra de sus negocios.

No es correcto, como torpemente se ha escrito en diversos medios, hablar de una guerra. Sospechosos, asesinos, letalidad, colapso y apestados son algunos términos mal utilizados por los medios de comunicación. La crudeza de nuestros tiempos radica en la globalización de la pandemia y el mal manejo de ella por parte de los políticos al servicio de gobiernos, uno peor que otro. No enfrentamos una guerra. La realidad rebasa la guerra: nos enfrentamos a nosotros mismos.

El ser íntimo de las personas, salvo de quienes han perdido familiares y amigos, poco cambiará. Las modificaciones, si acaso suceden, se observarán en grupos sociales hartos de las falacias crónicas de la mayoría de los gobiernos. Nunca sabremos cuántas personas podrían haber sorteado la muerte si las instituciones de salud, antes de la pandemia, hubiesen contado con infraestructura y equipos médicos suficientes para atender con la debida seriedad, como dictan las unidades de terapia intensiva ad hoc, a quien lo necesitase.

Latinoamérica, representada por México y Brasil, es líder, en porcentaje, en el número de muertos. Triste realidad, necia contumacia. Deplorable verdad: nuestros muertos, quizás la mayoría, son adultos jóvenes y pobres. El Estado mexicano no es responsable del covid-19. Sí lo es del hacinamiento, de la pobreza, de la disfuncionalidad de los centros hospitalarios “para pobres” —horrible oración— y de los errores y mentiras de López-Gatell.

La Organización Mundial de la Salud “tardó” en reconocer el avance y la destrucción causada por SARS-CoV-2. El 11 de febrero, casi dos meses después de los primeros casos en Wuhan, utilizó por primera vez la palabra pandemia. Muchos meses, muchos muertos, muchos contagios han transcurrido desde entonces. El problema no sólo es el tiempo y las vidas irrecuperables. El embrollo es no contar con elementos suficientes para saber qué sigue, no contar con elementos sobre la posible eficacia de la vacuna, no saber cuántos muertos más se acumularán. El embrollo es inmenso: ¿qué hacer con la increíble mediocridad de la mayoría de los gobiernos del mundo?, ¿qué hacer ante el fracaso en el manejo de la pandemia?

 

 

Arnoldo Kraus
Profesor en la Facultad de Medicina de la UNAM. Miembro del Colegio de Bioética A. C. Publica cada semana en El Universal y en nexos la columna Bioéticas.

 

 

 

 

 

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