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T.S. Eliot: Anatomía definitiva de un poeta

Retrato del Premio Nobel de Literatura, Thomas Stearns Eliot, más conocido como T.S. Eliot. BACHRACH/GETTY IMAGES

El poeta de origen estadounidense, uno de los padres de la modernidad literaria, dejó su obra poética fijada en poco más de 200 páginas. Pero quedaron centenares de textos inéditos en su archivo. La editorial Visor (siguiendo la edición canónica que en 2015 publicó Faber) alumbra, en traducción de José Luis Rey, otra mirada del autor de ‘La tierra baldía’.

T.S. Eliot demostró que la poesía advierte de un mundo siempre por hacer. Él dispuso otra forma de entender la escritura, de ejercerla, de levantarla por el aire hasta donde no se había volado. T.S. Eliot ensanchó los márgenes de la palabra con una libertad hecha de inteligencia y capacidad de aventura. No sólo en La tierra baldía. No sólo en Prufrock y otras observaciones. No sólo en los Cuatro cuartetos. También en un abundante repertorio de poemas sueltos que fueron el taller donde precisó sus búsquedas y hallazgos.

Mucho de aquel material quedó inédito. La obra poética que dio por buena no pasa de 200 páginas. Pero había más. Mucho más. Y es lo que en 2015 reveló la edición que prepararon Christopher Ricks y Jim McCue para la editorial Faber (donde Eliot fue director) y que despliega mucho de lo que aún no se había visto de su poesía, de su trabajo de fondo, de sus versos de circunstancia, por demasiados años durmientes en el jardín privado de su archivo grande. Dos años después de aquello, la editorial Visor publica en España el primer volumen de aquella expedición (serán dos), traducido por José Luis Rey, donde casi un centenar de poemas inéditos en español (además de la versión original de La tierra baldía y las notas de Ezra Pound sobre la poda a la que sometió el texto) amplían la estela del poeta y ensayista de origen norteamericano (nació en Saint Louis, Misouri, 1888. Murió en Londres en 1965).

Si quisiéramos resumir el siglo XX en un puñado de versos que dieran cuenta de la intensidad de un momento de la Historia tan alucinante como histérico habría que sentarse a leer La tierra baldía, y una vez entendido algo, levantarse, apagar la luz, cerrar la puerta por fuera y buscar empleo en otra cosa. De aquí no se sale ileso. Este libro se apresuró a contarnos el mundo y, lo que es mejor, a contarnos cómo somos nosotros dentro de él. El desquicie de estar vivo. La rareza. El placer. La fuerza de lo clásico en el subconsciente colectivo, que opera por igual en el éxtasis y en el espanto. La tierra baldía es una fiera catequesis. Es confesión y destrucción.Es la extenuación de la poesía de un momentoT.S. Eliot fue lo más parecido a un profeta silencioso con trajes de príncipe de gales en medio de tanta convulsión. Europa estaba entre la charcutería de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del psicoanálisis. Y en ese paraíso dejó caer su manuscrito.

Digamos que fue el libro del espanto y de la crisis personal, mientras que los Cuatro cuartetos es el conjunto de la reflexión, de la serenidad, del transcurrir del tiempo. Pero antes y después quedaron muchas piezas enterradas en carpetas. Las que exhuma esta edición. «Los poemas sueltos son muchos. Él no publicó en vida ni un tercio de ellos. Van de 1909 a 1962. Los hay eróticos, irónicos, confesionales», explica José Luis Rey. «En los textos de circunstancia se aloja buena parte de la ironía tan singular de Eliot, heredada de sus lecturas de Jules Laforgue. Este conjunto ofrece una perspectiva más completa de su ideario poético y abulta la figura literaria de uno de los cinco poetas occidentales más importantes del siglo XX, junto a Rilke y Juan Ramón Jiménez, por ejemplo. Creadores de una galaxia propia»Eliot es el siglo XX por su precisa visión poética de un mundo entre la velocidad y la desesperanza.

La huella de Eliot en España es firme. «Hay que agradecer a Vicente Gaos, a Jaime Gil de Biedma y a Pere Gimferrer, entre otros, la labor de difusión que hicieron aquí de su obra», apunta el traductor. La sucesión de imágenes o el irracionalismo moderado estaban antes en este poeta. Su escritura es una lección de resistencia moral ante a un presente (el de su época) anfetamínico y a punto de zozobrar. «Fue, paradójicamente, un hombre muy conservador que a la vez se comportó literariamente con un extraordinario instinto de vanguardia», dice José Luis Rey. Demostró que los extremos tienen un punto de encanto. Y también existe en ellos (al final) una capacidad de diálogo. Incluso de reconciliación.

T.S. Eliot se instaló en Londres en 1914. Llegó licenciado por la Universidad de Harvard y con estudios de filosofía en Francia y Alemania. Aún era católico. Trabajó en el Lloyd’s Bank. Colaboraba en el suplemento literario del Times. Y en 1922 fundó junto a su primera mujer, la escritora Vivienne Haigh-Wood, la revista Criterion. Pronto se aupó como uno de los faros de la modernidad europea. La suya es una poesía inagotable, lejos de esa otra de ganga que la moda aúpa y tira después al suelo. Su conversión al anglicanismo le hizo dar un giro hacia la búsqueda espiritual en su obra, se interesa entonces por las cuestiones religiosas y sus derivados, como la relación entre tiempo y eternidad.

Todos los Eliot que alimenta Eliot están de una vez revelados y juntos. Extraños a veces. Sorprendentes. Hondos. Lúcidos. Severos. Este hombre fue quien mejor entendió el mundo como un poema roto. Su escritura acoge dobles fondos, falsos techos y caminos que apartan del camino, pero el viaje es fascinante. Queda aquí redoblada la perpetua posibilidad de la poesía.

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