Democracia y PolíticaDictaduraRelaciones internacionales

The Economist: Estados Unidos por fin se toma en serio la lucha contra China en Asia

Pero no basta con reforzar las alianzas militares

 

 

Hace casi diez años, el Presidente Barack Obama visitó el Parlamento australiano para anunciar un pivote hacia Asia. «Estados Unidos es una potencia del Pacífico y estamos aquí para quedarnos«, declaró. Hace poco, la Casa Blanca se hizo eco de sentimientos similares, ya que los líderes de los países de la Quad -EEUU, Australia, India y Japón- se reunieron en persona por primera vez. Se habló de un «Indo-Pacífico libre y abierto«, código para hacer frente a una China asertiva. La retórica suena familiar, pero la reacción puede no serlo: esta vez tanto los amigos como los enemigos quizá la crean.

La razón es AUKUS, un acuerdo anunciado recientemente para que Estados Unidos y Gran Bretaña suministren a Australia al menos ocho submarinos de propulsión nuclear. El acuerdo ha causado controversias por su enorme tamaño y porque provocó una indecorosa disputa con Francia, que tenía un contrato propio de submarinos con Australia que ahora ha sido cancelado.

Esto contradice el verdadero significado de AUKUS, que es un paso hacia un nuevo equilibrio de poder en el Pacífico. En una región donde las alianzas han parecido a veces frágiles, especialmente durante la presidencia de Donald Trump, AUKUS marca un endurecimiento de las actitudes estadounidenses. Se trata de un compromiso de décadas, un compromiso profundo: Estados Unidos y Gran Bretaña están transfiriendo a Australia parte de su tecnología más sensible. La cooperación de los tres países promete abarcar las capacidades cibernéticas, la inteligencia artificial, la computación cuántica y mucho más.

Por ello, la administración Biden merece un reconocimiento. Sin embargo, el acuerdo sigue siendo una estrategia a medias. Las relaciones de Estados Unidos con China implican algo más que un enfrentamiento militar. En la búsqueda de la coexistencia, Estados Unidos también necesita combinar la colaboración en cuestiones como el cambio climático con la competencia económica basada en reglas. Las partes que faltan implican a todo el sudeste asiático, donde se encuentran algunos de los países más vulnerables a la presión china. Y aquí la política estadounidense sigue enfrentando problemas.

Para que esto no parezca una muestra de rencor, primero hay que considerar los méritos de AUKUS. Tras el pivote de Obama, los amigos de Estados Unidos en Asia sufrieron una década de decepciones. China se apoderó de rocas y arrecifes en el Mar de China Meridional, que ha ido fortificando, a pesar de las reclamaciones contrapuestas de países como Filipinas y Vietnam. El año pasado sus soldados se enfrentaron a los de India en la frontera. Sus aviones y buques de guerra aumentan constantemente la presión sobre Taiwán, al que insinúa sistemáticamente que podría invadir. China ha castigado a Corea del Sur por las afrentas percibidas con ruinosos boicots comerciales. Muchos países asiáticos empezaban a temer que Estados Unidos fuera demasiado inconsistente y poco entusiasta para servir de contrapeso.

 

 

 

 

AUKUS ofrece una refutación. Una dimensión es la militar. En las rutas marítimas y las islas que son puntos conflictivos con China, los submarinos nucleares son más versátiles que los diesel-eléctricos. Pueden recopilar información, desplegar fuerzas especiales y acechar durante meses en aguas profundas del Pacífico o el Índico, una amenaza que los planificadores chinos tendrán que tener en cuenta. Además, el AUKUS prepara el terreno para que las fuerzas estadounidenses operen alrededor de Australia, que podría servir de refugio frente a los misiles cada vez más amenazadores de China. El hecho de que Australia haya abandonado el acuerdo francés por el angloamericano es una prueba de seriedad estratégica.

La otra dimensión de AUKUS es la diplomática. En los últimos tiempos, Australia ha soportado el impacto de las tácticas agresivas de China, especialmente después de que pidiera una investigación sobre la posibilidad de que el covid-19 se hubiese originado en un laboratorio chino. Como castigo por este y otros agravios, China impuso un embargo no oficial a una serie de exportaciones australianas. La beligerancia de China es típica de la diplomacia del «guerrero lobo» que ha causado consternación en todo el sudeste asiático y más allá. Al reforzar a Australia, AUKUS envía una señal a la región de que Estados Unidos no tiene reparos en respaldar a los aliados que se resisten a la intimidación china.

La cuestión es cómo Estados Unidos debe complementar el poder duro de AUKUS con el compromiso necesario para comerciar con China y trabajar con ella. El presidente Joe Biden señaló sus aspiraciones en su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU en Nueva York; dejando claro que no quería una guerra fría con China (aunque no se refirió a ella por su nombre), el presidente pidió una «diplomacia incesante» para resolver los problemas del mundo.

A primera vista, AUKUS amenaza este objetivo. Sin embargo, a largo plazo, China se unirá a los esfuerzos mundiales para luchar contra el calentamiento global, no como una ayuda a Estados Unidos, sino porque los considera de su propio interés. Esta misma semana, China ha declarado que dejará de financiar centrales eléctricas de carbón en el extranjero. Se trata de una promesa fácil, porque esa financiación ya ha disminuido, pero China podría haberla retenido para mostrar su enfado.

Más difícil será encontrar el equilibrio en materia de competencia comercial. La política económica de Biden con respecto a China se propone aumentar la seguridad nacional creando puestos de trabajo en el país, con una línea Maginot de objetivos industriales, regulación e intervención gubernamental. Su mecanismo de financiación del desarrollo «Build Back Better World» (al que hizo referencia en la ONU) es una pálida imitación de la iniciativa china «Belt and Road».

Mientras tanto, China, que ya es el mayor socio comercial de la mayoría de los países de la región, está reforzando su capacidad para dar forma a la arquitectura económica y comercial del mundo. Está consiguiendo que su gente ocupe puestos importantes en las instituciones internacionales. Está exportando sus normas reguladoras nacionales, como, por ejemplo, su reivindicación de jurisdicción sobre los litigios internacionales. Acaba de presentar su solicitud de adhesión al sucesor del Acuerdo Transpacífico (TPP), un pacto comercial que Estados Unidos defendió para contrarrestar a China y del que se retiró bajo el mandato de Donald Trump.

Para su prosperidad el sudeste asiático mira a China, por lo que para que Estados Unidos actúe como contrapeso se requiere destreza e imaginación. Una señal de que Estados Unidos se queda corto es que incluso el camino más obvio -unirse al organismo sucesor del TPP- se considera en Washington como desesperadamente ambicioso. Casi igual de preocupante es que, cuando Estados Unidos está intentando un acto de equilibrio ferozmente complejo, la diplomacia de Biden con Francia sobre AUKUS y sus aliados europeos sobre la retirada de Afganistán haya sido inepta.

Por lo tanto, celebremos AUKUS. Al señalar a China que su asertividad tiene consecuencias, el pacto hace que el Sudeste Asiático sea más seguro. Pero hay que recordar que el acuerdo sobre los submarinos de propulsión nuclear no es más que el anticipo de una estrategia hacia China más amplia que, a partir de ahora, será cada vez más difícil de llevar a cabo.

 

TRADUCCIÓN: Marcos Villasmil

 

=================

NOTA ORIGINAL:

The Economist: America is at last getting serious about countering China in Asia

 

But strengthening military alliances is not enough

 

Almost ten years ago President Barack Obama visited Australia’s parliament to announce a pivot to Asia. “The United States is a Pacific power and we are here to stay,” he declared. This week the White House will echo with similar sentiments, as the leaders of the Quad countries—America, Australia, India and Japan—gather in person for the first time. There will be talk of a “free and open Indo-Pacific”, code for facing down an assertive China. The rhetoric will be familiar, but the reaction may not be: this time both friend and foe may actually believe it.

The reason is AUKUS, an agreement announced last week for America and Britain to supply Australia with at least eight nuclear-powered submarines. The deal has caused waves because of its huge size and because it caused an unseemly row with France, which had a submarine contract of its own with Australia that has now been abandoned.

This belies AUKUS’s true significance, which is as a step towards a new balance of power in the Pacific. In a region where alliances have sometimes seemed fragile, especially during the presidency of Donald Trump, AUKUS marks a hardening of American attitudes. It is a decades-long commitment and a deep one: America and Britain are transferring some of their most sensitive technology. The three countries’ co-operation promises to embrace cyber capabilities, artificial intelligence, quantum computing and more besides.

For this the Biden administration deserves credit. And yet the deal still amounts to only half a strategy. America’s relations with China involve more than a military stand-off. In the search for coexistence, America also needs to combine collaboration over issues like climate change with rules-based economic competition. The missing parts involve all of South-East Asia, home to some of the countries most vulnerable to Chinese pressure. And here American policy is still struggling.

Lest that seem grudging, first consider AUKUS’s merits. After Mr Obama’s pivot, America’s friends in Asia suffered a decade of disappointment. China seized and fortified rocks and reefs in the South China Sea, despite competing claims from countries like the Philippines and Vietnam. Last year its soldiers brawled with India’s on the border. Its warplanes and battleships are constantly ratcheting up pressure on Taiwan, which it routinely hints it might invade. China has punished South Korea for perceived affronts with ruinous commercial boycotts. Many Asian countries were beginning to fear that America was too inconsistent and half-hearted to provide a counterweight.

 

 

 

 

AUKUS offers a rebuttal. One dimension is military. Amid the sea-lanes and islands that are flashpoints with China, nuclear submarines are more versatile than diesel-electric ones. They can gather intelligence, deploy special forces and lurk for months in deep water in the Pacific or the Indian Ocean, a threat that Chinese planners will have to factor in. In addition, AUKUS sets the stage for American forces to operate around Australia, which could serve as a haven from China’s increasingly threatening missiles. The fact that Australia ditched the French deal for the Anglo-American one is evidence of strategic seriousness.

AUKUS’s other dimension is diplomatic. In recent times Australia has borne the brunt of aggressive Chinese tactics, especially after it called for an investigation into the possibility that covid-19 escaped from a Chinese laboratory. As punishment for this and other grievances, China imposed an unofficial embargo on a series of Australian exports. China’s belligerence is typical of the “wolf warrior” diplomacy that has caused consternation across South-East Asia and beyond. By reinforcing Australia, AUKUS sends a signal to the region that America has no qualms about backing allies that are resisting Chinese bullying.

The question is how America should complement the hard power of AUKUS with the engagement needed to trade with China and to work with it. President Joe Biden signalled his aspirations this week in his speech to the UN General Assembly in New York. Making clear that he did not want a cold war with China (although he did not refer to it by name), the president called for “relentless diplomacy” to solve the world’s problems.

On the face of it AUKUS threatens this aim. And yet in the long run China will join global efforts to fight global warming not as a sop to America, but because it judges them to be in its interest. Just this week China said it will stop financing coal-fired power plants abroad. That was an easy promise, because such financing had already dwindled—but it was one China could have withheld to signal its anger.

Harder will be to strike the balance over commercial competition. Mr Biden’s economic policy towards China sets out to increase national security by creating jobs at home, with a Maginot line of industrial aims, regulation and government intervention. His Build Back Better World, a mechanism for financing development, (which he did name-check at the UN) is a pale imitation of China’s Belt and Road Initiative.

Meanwhile China, already the biggest trading partner of most countries in the region, is strengthening its ability to shape the world’s economic and commercial architecture. It is getting its people into important jobs in international institutions. It is exporting its domestic regulatory norms, as with, say, its claim to jurisdiction over international legal disputes. This week it applied to join the successor to the Trans-Pacific Partnership (tpp), a trade pact America championed to counter China and then withdrew from under Donald Trump.

South-East Asia looks to China for its prosperity, so for America to act as a counterbalance calls for deftness and imagination. One sign of how far America falls short is that even the most obvious path—joining the successor to the TPP—is seen in Washington as hopelessly ambitious. Almost as worrying, when America is attempting a ferociously complex balancing act, Mr Biden’s diplomacy with France over AUKUS and his European allies over the pull-out from Afghanistan has been inept.

Celebrate AUKUS therefore. By signalling to China that its assertiveness has consequences, the pact stands to make South-East Asia safer. But remember that a deal over nuclear-powered submarines is just a down-payment on a broader China strategy that from here on will become increasingly hard to pull off.

 

 

Botón volver arriba