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The Economist: La batalla por el futuro de Venezuela

Las democracias tienen razón en desear cambios en el país peor gobernado de América Latina

 

Si las protestas por sí solas pudieran derrocar a un presidente, Nicolás Maduro ya estaría en un avión a Cuba. El 23 de enero, al menos un millón de venezolanos de todo el país salieron a las calles para exigir la renuncia de Maduro. Estaban respondiendo al llamado de Juan Guaidó, quien la semana pasada se proclamó  legítimo jefe de Estado. El Sr. Guaidó se ha ganado el apoyo de la mayor parte de América Latina, así como de los Estados Unidos y Europa. Las protestas previstas para el 2 de febrero prometen ser aún mayores. Pero Maduro cuenta con el apoyo del ejército, así como de Rusia, China y Turquía. Al momento en que este número de The Economist fue a la imprenta, todavía se aferraba al poder.

Hay mucho en juego. Lo más importante es el destino de los 32 millones de venezolanos que han sufrido de forma miserable en los seis años bajo el mandato de Maduro. Las encuestas indican que el 80% de ellos están hartos de él. Otros países también se ven afectados por el fracaso de Venezuela. La región está luchando con el éxodo de más de 3 millones de personas que huyen del hambre, la represión y la distopía socialista creada por el difunto Hugo Chávez. Europa y Estados Unidos sufren de la corrupción generalizada de Venezuela, que refuerza su papel como conducto de los narcóticos. Y mientras los líderes mundiales se apiñan a favor o en contra de Maduro, están debatiendo una importante idea que últimamente ha caído en desgracia: que cuando un líder saquea su Estado, oprime a su pueblo y subvierte el Estado de derecho, es asunto de todos.

La magnitud de la catástrofe que Maduro ha provocado en Venezuela es difícil de comprender. En los últimos cinco años el PIB se ha reducido a la mitad. La inflación anual se estima en 1,7 millones % (el gobierno ya no publica las cifras), lo que significa que los ahorros en bolívares por valor de 10.000 dólares a principios de año se reducen a 59 centavos al final del mismo. Venezuela tiene vastas reservas de petróleo y gas, pero la compañía petrolera estatal ha sido saqueada y puesta bajo control de uno de los 2.000 generales del país, con lo que ha visto caer la producción a 1,1 millones de barriles al día. Las personas están desnutridas y carecen de medicamentos simples, incluidos los antibióticos. Los hospitales se han convertido en trampas mortales por falta de energía y equipo. Al culpar de sus problemas a las conspiraciones extranjeras, Maduro ha rechazado la mayoría de las ofertas de ayuda humanitaria.

A pesar de esta letanía de sufrimiento, muchos extranjeros, especialmente de izquierda, argumentan que el mundo debería dejar que los venezolanos solucionen sus diferencias. Algunos adoptan la opinión de Maduro de que la reivindicación de la Presidencia por el Sr. Guaidó, reconocida inmediatamente por los Estados Unidos, es realmente un golpe de estado. Rusia, que ha trabajado arduamente para desacreditar la idea de que la intervención occidental puede ser benigna o constructiva, ha enviado 400 soldados de un contratista militar privado, también descubierto en Siria, Ucrania y partes de África, para proteger al régimen o a los activos rusos.

Abandonar a Venezuela al malévolo gobierno de Maduro sería un error. Si alguien ha lanzado un golpe de estado es él. El 10 de enero él inició un segundo mandato tras haber robado las elecciones del año pasado. En su primer mandato, ganado en 2013 en otra votación dudosa, debilitó la democracia silenciando a los medios de comunicación críticos y destrozando la constitución. Llenó de títeres a la comisión electoral y a la corte suprema y castró a la asamblea nacional, que es controlada por la oposición. Por el contrario, el Sr. Guaidó tiene razones para ser considerado legítimo. Como jefe de la asamblea nacional, actúa como presidente en funciones si el cargo está vacante, lo cual es cierto, porque Maduro no es un ocupante legítimo.

La cuestión no es si el mundo debe ayudar al Sr. Guaidó, sino cómo. Esta semana Estados Unidos, que sigue siendo el principal socio comercial de Venezuela, impuso lo que equivale a sanciones a las exportaciones de petróleo y a las importaciones de los diluyentes necesarios para comercializar su petróleo pesado. Al ordenar que los pagos por el petróleo venezolano se coloquen en cuentas bancarias reservadas para el gobierno del Sr. Guaidó, los Estados Unidos pretenden asfixiar al régimen, con la esperanza de que las fuerzas armadas se apoyen a Guaidó.

Un peligro es que Maduro se atrinchere y ordene a las fuerzas de seguridad y a los colectivos, matones organizados al servicio del régimen, que impongan el terror. Otro es que los Estados Unidos se exceda en su papel. Ahora mismo está trabajando con el grupo de gobiernos regionales de Lima. Pero sus sanciones podrían perjudicar más a la gente que al régimen. Si, empeñado en el cambio de gobierno, actúa sin pensar, podría llegar a ser visto una vez más en América Latina como imperialista y prepotente. Rusia está presentando la intervención de Estados Unidos como un intento de dominar su patio trasero. Sus medios de comunicación ya están diciendo que el interés de Vladimir Putin en Ucrania no es diferente. La situación es una prueba para el presidente Donald Trump y su equipo de política exterior, incluyendo al halcón asesor de seguridad nacional, John Bolton. Esta semana, el Sr. Bolton ha insinuado el uso de tropas estadounidenses. Salvo que se produjera violencia estatal contra ciudadanos estadounidenses, eso sería un error.

Los partidarios de Guaidó tienen formas de ayudar sin recurrir a la fuerza o a trucos sucios. Éstas se dividen en dos categorías. La primera incluye incentivos para que los venezolanos exijan cambios, para que el ejército abandone el régimen y para que Maduro se vaya. Ahora que el Sr. Guaidó ha sido reconocido como presidente interino, puede controlar miles de millones de dólares de los activos extranjeros de Venezuela si el poder cambia. La Asamblea Nacional ha aprobado una ley que ofrece una amnistía a los soldados y civiles que trabajen para restablecer la democracia. A Maduro se le ha prometido la oportunidad de huir del país.

La segunda forma de ayudar es que los venezolanos sepan que el mundo está preparado si el Sr. Guaidó toma el poder. La lección de la primavera árabe es que incluso un líder que comienza barriendo a un tirano debe aportar mejoras rápidamente o corre el riesgo de perder el apoyo. Las prioridades inmediatas serán la alimentación y la atención sanitaria. El hecho mismo de un nuevo gobierno ayudará a detener la hiperinflación, pero Venezuela también necesitará dinero del extranjero; los prestamistas internacionales, incluyendo el FMI, deberían ser generosos. La lista de cosas por hacer es larga: Venezuela tendrá que eliminar los controles de precios y otras distorsiones y construir una red de seguridad social. Debe reiniciar la industria petrolera, lo que implicará dar la bienvenida a la inversión extranjera. Su deuda tendrá que ser reestructurada, incluyendo la deuda con Rusia y China que debe ser pagada con petróleo. Y en medio de todo esto, el Gobierno provisional del señor Guaidó debe celebrar elecciones.

Hace una generación, Venezuela era un Estado funcional. Puede serlo de nuevo. Está bendecida con petróleo y tierra fértil. Tiene, tanto en casa como en la diáspora que huyó, una población educada. Y en el Sr. Guaidó tiene un líder que, por fin, parece capaz de unir a una oposición díscola. Pero primero debe deshacerse de Maduro.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

The battle for Venezuela’s future

 

The world’s democracies are right to seek change in Latin America’s worst-governed country

If protests alone could oust a president, Nicolás Maduro would already be on a plane to Cuba. On January 23rd at least 1m Venezuelans from across the country took to the streets demanding Mr Maduro step down. They were answering the call of Juan Guaidó, who last week proclaimed himself the rightful head of state. Mr Guaidó has won the backing of most of Latin America, as well as the United States and Europe. Protests planned for February 2nd promise to be even bigger. But Mr Maduro is supported by the army as well as Russia, China and Turkey. As The Economist went to press, he was still holding on to power.

Much is at stake. Most important is the fate of 32m Venezuelans made wretched by six years under Mr Maduro. Polls suggest that 80% of them are sick of him. Other countries are also hurt by Venezuela’s failure. The region is struggling with the exodus of over 3m of its people fleeing hunger, repression and the socialist dystopia created by the late Hugo Chávez. Europe and the United States suffer from Venezuela’s pervasive corruption, which enhances its role as a conduit for narcotics. And as world leaders pile in for Mr Maduro or against him, they are battling over an important idea which has lately fallen out of favour: that when a leader pillages his state, oppresses his people and subverts the rule of law, it is everybody’s business.

The scale of the disaster Mr Maduro has brought down upon Venezuela is hard to comprehend. In the past five years GDP has fallen by half. Annual inflation is reckoned to be 1.7m per cent (the government no longer publishes the numbers), which means that bolívar savings worth $10,000 at the start of the year dwindle to 59 cents by the end. Venezuela has vast reserves of oil and gas, but the state oil company has been plundered and put under one of the country’s 2,000 generals, who has watched production tumble to 1.1m barrels a day. People are malnourished and lack simple medicines, including antibiotics. Hospitals have become death traps for want of power and equipment. Blaming his troubles on foreign conspiracies, Mr Maduro has rejected most offers of humanitarian aid.

Despite this litany of suffering many outsiders, especially on the left, argue that the world should leave Venezuelans to sort out their differences. Some adopt Mr Maduro’s view that Mr Guaidó’s claim to the presidency, recognised immediately by the United States, is really a coup. Russia, which has worked hard to discredit the idea that Western intervention can ever be benign or constructive, is reported to have sent 400 troops from a private military contractor, also spotted in Syria, Ukraine and parts of Africa, to protect either the regime or Russian assets.

Abandoning Venezuela to the malevolent rule of Mr Maduro would be wrong. If anyone has launched a coup it is he. He was inaugurated on January 10th for a second term having stolen last year’s election. In his first term, won in 2013 in another dubious vote, he eroded democracy by silencing critical media and eviscerating the constitution. He packed the electoral commission and the supreme court with puppets and neutered the national assembly, which the opposition controls. By contrast, Mr Guaidó has a good claim to legitimacy. As head of the national assembly, he serves as acting president if the office is vacant—which, because Mr Maduro is not a legitimate occupant, it is.

The question is not whether the world should help Mr Guaidó, but how (see article). This week the United States, still Venezuela’s main trading partner, imposed what amounts to sanctions on oil exports and on imports of the diluents needed to market its heavy oil. By ordering that payments for Venezuelan oil must be put in bank accounts reserved for Mr Guaidó’s government, the United States aims to asphyxiate the regime, in the hope that the armed forces will switch to Mr Guaidó.

One danger is that Mr Maduro digs in and orders the security forces and the collectivos, organised thugs at the regime’s service, to impose terror. Another is that the United States overplays its hand. Just now it is working with the Lima group of regional governments. But its sanctions could hurt the people more than the regime. If, bent on regime change, it acts unthinkingly, it could come to be seen once again in Latin America as imperialist and overbearing. Russia is portraying the United States’s intervention as an attempt to dominate its backyard. Its media are already saying that Vladimir Putin’s interest in Ukraine is no different. The situation is a test of President Donald Trump and his foreign-policy team, including the hawkish national security adviser, John Bolton. This week Mr Bolton hinted at the use of American troops. Barring state violence against American citizens, that would be a mistake.

Mr Guaidó’s backers have ways to help without resorting to force or dirty tricks. These fall into two categories. The first includes incentives for Venezuelans to demand change, for the army to abandon the regime and for Mr Maduro to go. Now that Mr Guaidó has been recognised as interim president, he stands to control billions of dollars of Venezuela’s foreign assets if power shifts. The national assembly has passed a law offering an amnesty to soldiers and civilians who work to re-institute democracy. Mr Maduro is being promised the chance to flee the country.

The second way to help is to let Venezuelans know that the world is ready if Mr Guaidó takes power. The lesson from the Arab spring is that even a leader who starts by sweeping away a tyrant must bring improvements rapidly or risk losing support. The immediate priorities will be food and health care. The very fact of a new government will help stop hyperinflation (see article), but Venezuela will also need real money from abroad—international lenders, including the imf, should be generous. The to-do list is long: Venezuela will need to remove price controls and other distortions and build a social safety-net. It must restart the oil industry, which will entail welcoming foreign investment. Its debt will need restructuring—including the debt to Russia and China which is due to be paid in oil. And amid all this, Mr Guaidó’s caretaker government must hold elections.

A generation ago, Venezuela was a functioning state. It can be again. It is blessed with oil and fertile land. It has an educated population at home and in the diaspora that fled. And in Mr Guaidó it has a leader who, at last, seems to be able to unite the fractious opposition. But first it must get rid of Mr Maduro.

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