Timothy Garton Ash: ¿Podrá aguantar el centro de Europa?
Vivimos tiempos realmente oscuros cuando “hablar de árboles es casi un delito / porque es callar sobre tantas atrocidades”. Es lo que decía Bertolt Brecht en los años treinta y sirve para la Europa de hoy. Berlín acaba de unirse a Madrid, París, Londres y Niza en la lista de grandes atentados terroristas en suelo europeo. El nombre de Breitscheidplatz, una plaza alargada y gris del centro sin centro del viejo Berlín oeste, es ya sinónimo de terror, junto con la sala Bataclán, la estación de Atocha y la Promenade des Anglais en Niza. En este fin de año, de uno de los peores años en la historia reciente, rematado por la ignominia de las salvajadas en masa de Alepo, surge Berlín. Espero que sea el final de este año, porque el diablo que ha escrito su historia puede reservarnos todavía algún espanto final, antes de que entremos tambaleándonos, como soldados heridos, en las trincheras de 2017.
Es demasiado pronto para conocer con exactitud la historia que está detrás del atentado de Berlín, pero no para describir el reto que nos plantea: ¿podrá aguantar el centro? A medida que subían las aguas del populismo en Gran Bretaña, Polonia y Estados Unidos, y ahora en Holanda y Francia, Alemania se ha convertido cada vez más en el centro estable y liberal de Europa, e incluso de Occidente. Alemania es el centro geográfico, económico, político e incluso social, y el centro de ese centro es Angela Merkel. Esperábamos —y debemos seguir esperando— que, en las elecciones del próximo otoño, Merkel se mantenga en el poder, tal vez en una nueva coalición con los Verdes y el Partido Democrático Libre (negro-verde-amarillo, de ahí el apelativo Jamaica). Ahora bien, ¿y si el atentado de la Breitscheidplatz acaba siendo —independientemente de que estuviera inspirado o incluso ordenado por el ISIS— lo que tantos analistas han temido, obra de alguien que entró en Alemania como refugiado cuando Merkel “abrió la puerta” el verano pasado? ¿Terminará Merkel en 2017 como David Cameron? Y entonces, ¿qué?
El tuit ya tristemente famoso del político Marcus Pretzell, de Alternativa por Alemania (AfD) —“son los muertos de Merkel”—, es tan repugnante que tiene que provocar un rechazo inicial contra el partido de extrema derecha, antinmigrantes y antieuropeo. Pero ¿y si los votantes acaban votando a la AfD en los próximos meses? También fue grave y reveladora la reacción inmediata de Horst Seehofer, líder de la Unión Social Cristiana (CSU), el partido bávaro hermano de la CDU de Merkel: “Debemos a las víctimas, a los directamente afectados y a toda la población revisar toda nuestra política de inmigración y seguridad”. La CSU está haciendo todo lo posible para conservar votantes en Baviera y quizá el comentario le sea útil a Merkel, pero representa una presión más para que endurezca su postura.
Es inevitable, e incluso deseable, que haya cierto endurecimiento. Los servicios de inteligencia y seguridad alemanes, no famosos por su eficacia, tienen que hacerlo mejor. Es probable —y, como liberal, me cuesta mucho decir esto— que Alemania necesite más vigilancia, aunque ni mucho menos tanta como se han resignado a tener los británicos, casi sin protestas. Como Estados Unidos, Francia y Reino Unido, Alemania debería aplicar mejores estrategias contra la radicalización, como el contralenguaje en la Red que de forma tan innovadora está empleando el Instituto de Diálogo Estratégico en Londres: eso quiere decir trabajar con Facebook, Google y Twitter, no solo criticarlos por ser malvadas empresas norteamericanas (es cierto que son parte del problema, pero también pueden ser parte de la solución).
También quiere decir, en Alemania y otros países, acostumbrarnos a vivir con algo más de riesgo, como hizo Gran Bretaña durante las décadas de terrorismo del IRA, sin perder los principios liberales. Por eso, el reto fundamental es saber si la sociedad alemana tiene la fortaleza necesaria para cumplir el ideal liberal que Merkel evocó en sus primeras palabras, llenas de dignidad y contención, en defensa de “la vida que queremos vivir en Alemania: libres, unidos y abiertos”. Los antecedentes de Alemania en integración de inmigrantes nunca fueron especialmente buenos y la situación ya estaba pendiente de un hilo como consecuencia de la crisis de los refugiados; ahora, todavía más.
¿Qué motivos tenemos para creer que Alemania va a ser más resistente a la enfermedad que está provocando ampollas como Donald Trump, Marine Le Pen y Geert Wilders? Varios. Alemania es una de las pocas democracias occidentales que está en buena situación económica. He perdido la cuenta de las veces que algún alemán me ha dicho: “Somos un país rico y podemos permitirnos acoger a un millón de refugiados”. No hay muchas naciones en el mundo que puedan decirlo. Además, al contrario que en Gran Bretaña, la prensa popular es relativamente responsable. Aunque Bild, el equivalente a The Sun, ha despotricado contra el euro, se ha mostrado muy moderado en la cuestión de los refugiados. Y luego está el que seguramente es el principal motivo: Adolf Hitler. Precisamente porque Alemania albergó en el pasado el diabólico epítome de la xenofobia populista, hoy es la nación más vacunada contra ella. Confiemos en que ese tabú siga vigente porque, si no, que Dios nos ayude.
Hasta ahora, Alemania ha logrado evitar las grandes hipérboles peligrosas. En contraste con lo que hicieron en su día George W. Bush y Tony Blair, el liberal Süddeutsche Zeitung tuvo una primera reacción con un potente titular: “Alemania no está en guerra”. Seamos decididos, pero proporcionados. El encabezado de Bild, por el contrario, era una palabra que todos los lectores de cualquier lengua comprenderán al instante: “Angst!”. En mi opinión, Merkel apuntó instintivamente al riesgo mental más profundo de sus compatriotas cuando dijo: “No queremos vivir paralizados por el miedo al mal”. Un diario berlinés respondió al horror con una foto en portada de un árbol de Navidad delante de la Puerta de Brandemburgo y tres palabras del Evangelio de San Lucas: “¡No tengáis miedo!”. El camionero polaco que parece haber sido la primera víctima del asesino habría reconocido, sin duda, el mensaje incansablemente repetido por el papa Juan Pablo II, que solía añadir otro mandato: “Derrotad el mal con el bien”. Es difícil, pero si Alemania puede aproximarse a este ideal, dará un gran ejemplo a Europa.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution, Stanford University. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a Connected World, acaba de publicarse.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.