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Todas las revistas buenas van al cielo

James Hyman comenzó a reunir revistas cuando trabajaba en MTV y terminó formando la mayor colección privada que existe, según el récord Guinness. Hoy, su archivo se ha convertido en una fuente de peregrinación y consulta: un testamento de la antigua solidez del mundo de papel satinado.

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LONDRES — Cuando James Hyman escribía guiones para MTV Europa en los años noventa, antes del auge del internet, tenía motivos prácticos —aunque quizá también compulsivos— para reunir una colección enorme de revistas. “Si vas a entrevistar a David Bowie, no quieres preguntarle algo como: ‘Dale, amigo, ¿cuál es tu color favorito?’”, dijo. “Quieres tener las revistas que lo mencionan y poder decir más bien: ‘Cuéntanos de esa vez que hiciste un saludo nazi en la estación Paddington en 1976’. Ser como un abogado que prepara su caso”.

Siempre que podía, Hyman intentaba guardar dos copias de cada revista que compraba. Una, impecable, era para su colección en ciernes, y la otra para que él y sus amigos pudieran leer y pasársela entre ellos (Hyman le marcaba su nombre con plumón para asegurarse de que se la devolverían). Las revistas que usaba para investigar a músicos y bandas forman la base de lo que ahora es el Archivo Hyman, que cuenta con aproximadamente 160.000 revistas, la mayoría de las cuales no tienen respaldo digital o no se pueden encontrar en ningún rincón —por más recóndito que sea— de internet.

En 2012, el Archivo Hyman fue reconocido como la colección privada de revistas más grande del mundo por el récord Guinness; entonces solo tenía 50.953 revistas; de las cuales 2.312 eran únicas. Ahora, después de una entrevista reciente a Hyman en BBC Radio 4, han llegado muchas donaciones para los más de 900 metros de estantería que posee en una antigua fundidora del siglo XVIII en el suburbio londinense de Woolwich. En el espacio que queda, Hyman y su personal han logrado poner un sillón y un escritorio lleno de refrigerios. (El resto de lo que era la fundidora es usada por empresas de medios para guardar sus archivos fílmicos y la tecnología ahora obsoleta con la que fueron tomados).

El acervo de la versión británica de Vogue. Credit Lauren Fleishman para The New York Times

En momentos en que los antiguos gigantes del mundo de las revistas —como Condé Nast y Time Inc.— se han reducido, han intentado cambiar de forma y han recurrido ansiosamente a las redes sociales, aquí hay un museo dedicado al verdadero arte de hacer revistas; un testamento de la antigua solidez del mundo del papel satinado. El precio de entrada es alto: los visitantes pueden hacer investigaciones allí con asistencia de alguien por 75 libras esterlinas la hora (unos 100 dólares) —las tasas son negociables y hay un descuento estudiantil de 20 por ciento— o tomar prestada una revista por tres días hábiles pagando 50 libras (alrededor de 70 dólares).

“Siempre supe que era un recurso cultural y que tenía valor intrínseco”, dijo Hyman sobre su colección. Pero el hecho de que fuera validada por Guinness también fue importante porque “la gente se lo toma más en serio en vez de pensar: ‘Este loco tiene un almacén lleno de revistas’”.

Tory Turk, encargada creativa del archivo, lo explica así: “Siempre digo que James tenía mucha previsión y que esto iba a volverse algo más que un sueño de coleccionista”. El archivo, dijo, “trata de preservar y documentar la historia de la prensa impresa”.

Hyman ha guardado sus revistas en diversos lugares desde los años ochenta y tenía muchas —muchas— en una habitación en su casa. Pero en 2010 fue necesario vaciar ese espacio para otro uso: su esposa estaba embarazada. “No me dieron un ultimátum, pero fue como: ‘Tienes que arreglar esto’”. Hyman también tuvo, con ayuda de Turk, que reducir su colección de 40.000 discos compactos.

Las revistas que había guardado se quedaron casi intactas en un almacén después de 2012; mientras, Hyman reunió otras 30.000 o 40.000. En 2015 trasladó unas 90.000 a la antigua fundidora, guardadas por orden alfabético. Las nuevas adquisiciones están en otra parte del archivo, ya que es demasiado grande como para mover todo a otro espacio, incluso cuando siguen llegando —como sucedió recientemente— sesenta nuevas Playboy o una camioneta llena de volúmenes setenteros de Athletics Weekly.

Cada integrante del equipo del archivo está íntimamente familiarizado con una parte de los contenidos y tiene conocimiento institucional de dónde está cada revista. Hyman es el que sabe de música; Turk sobre moda, y Alexia Marmara (jefa editorial del archivo) es particularmente buena para encontrar lo que Hyman llama “oro visual”: anuncios, elementos de diseño o fotografías extrañas.

“Si nos morimos mañana, todo esto se pierde”, dijo Turk.

Hyman con la primera edición de Deluxe, cuya portada fue ilustrada por el artista pop británico Peter Blake. Credit Lauren Fleishman para The New York Times

No rechazan ninguna donación y Hyman describió el archivo como el lugar donde yace el material impreso después de su muerte. “Somos el cielo de las revistas”, indicó.

Jeremy Leslie, dueño de MagCulture —una tienda de revistas en Londres que se ha convertido en epicentro del auge de las publicaciones independientes en Inglaterra—, dijo que como las revistas tienden a ser llevadas con prisa a la imprenta, también sirven para mostrar las peculiaridades de una sociedad en un momento dado.

“Para entender el valor del Archivo Hyman hay que entender el valor de las revistas más allá de su propósito contemporáneo”, dijo. “Hay un cúmulo de grandes revistas que se está formando, pero incluso cuando ves las revistas claves de ese catálogo, encuentras páginas que no necesariamente habías visto. Hay tantas subtramas dentro de este panorama general que no se detectan a menos que tengas el todo”.

Eso es particularmente cierto si se trata de revistas de nicho o algunas que no se consideran clásicas, según Leslie. “Cuando vienes y ves algo de hace diez o veinte o treinta años, hay elementos históricos que sí merecen ser archivados, pero también queda claro todo un registro de tendencias de diseño, de tipografías, fotografía, maneras de escribir y de tecnología; son un registro fantástico de todo el pasado”.

Durante una visita reciente, Hyman me mostró algunas de las revistas y elementos de diseño que considera particularmente importantes, como anuncios falsos de la revista Mad burlándose de la industria del tabaco; la primera portada en la que apareció Kate Moss (The Face, de julio de 1990); la primera vez que el rapero Notorious B. I. G. fue destacado por la revista especializada en rap The Source (marzo de 1992); o la versión inaugural de la versión gratuita de New Musical Express (NME). También me enseñó una revista para hackers de 1984 que se llama 2600. Hyman dijo que “es la frecuencia que se usaba para hacer llamadas gratis”; la revista incluye todas las extensiones telefónicas de las oficinas de la Casa Blanca en la era de Ronald Reagan.

Alexia Marmara, encargada editorial del archivo, con una copia de la revista ZoomCreditLauren Fleishman para The New York Times

Los archivistas del sitio consideran que “raro” es el mejor elogio para ciertas partes de la colección. Les fascinan los anuncios de una copia de 1974 de la revista sobre tareas del hogar Family Circle, y en el escritorio de la fundidora tienen en un sitio destacado la revista Select de enero de 1997 —su publicación está dedicada, con ironía, al año 1996— pese a que un dulce Jolly Rancher que venía gratis con la compra se derritió dentro de las páginas.

Hyman no está obsesionado con tener todo. Bueno, así es ahora. “Antes sí lo estaba, pero entonces nunca terminas”, dijo. En vez de eso, ahora quiere terminar de etiquetar todo y digitalizar el archivo entero para que lo puedan usar académicos, curadores e investigadores. Todavía intenta conseguir dos copias de cada revista, pero ahora es porque necesita que una sí sea hojeada para el escaneo. Un archivista experto dijo que la colección estaría bien en la antigua fundidora por unos cinco años más, pero que después debería ser reubicada; quizá a un museo.

Aunque Hyman todavía aspira a conseguir más títulos. Hace poco fue a una sesión académica sobre revistas japonesas y quedó impresionado por Popeye, cuya publicación tiene su sede en Tokio y que dice ser “la revista para los jóvenes de la ciudad”.

“Se me cayó la mandíbula al piso. Se me hizo ridículo. Pensé: ‘No puedo esperar a que llegue una caja con todas las copias de Popeye’”, indicó. También le enseñaron otra revista que “trata exclusivamente de las andanzas de empresarios que terminan en lugares extraños después de embriagarse y otras dedicadas únicamente a palomas. Solo pude decir: ‘Wow’”.

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