Cultura y Artes

TGIF: Orson Welles – Todo en él era grande

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A film is never really good unless the camera is an eye in the head of a poet.
Orson Welles

Orson Welles, el hombre que con su vida y su obra generó una leyenda nunca acabada, cumple cien años de nacimiento. Abajo, dos notas sobre esta celebración, publicadas recientemente en El País. A las mismas les hemos agregado algunos videos y fotos de su vida y obra. Además, ante la insana costumbre muy del habla hispana de no poner los títulos originales a las películas («The Sound of Music» transformada en «La Novicia Rebelde» es un buen ejemplo), se agregan los mismos cuando se considera necesario.

Gregorio Belinchón añade a su nota estas citas de Welles, que nos ayudan a entender a nuestro personaje:

COMILLAS DE UN GENIO:

Actores: «Lo que hago es convencer a cada actor de que es mejor de lo que él pensaba.»

Televisión: «Satisface mi inclinación a contar historias a la manera de los narradores árabes en la plaza del mercado.»

John Ford: «Antes de rodar Ciudadano Kane vi 40 veces La diligencia (Stagecoach).»

Autodefinición: «Me gusta la gente dispuesta a hacer el ridículo, puesto que yo soy miembro de esa fraternidad. Soy un cómico, aun cuando no muevo el rabo con demasiada frecuencia»

Toros: «El verdadero acontecimiento en los toros es el ruedo mismo.»

Cervantes: «Su escepticismo es la postura del intelectual de su tiempo, pero bajo él hay un hombre que ama los caballeros tanto como Don Quijote. Ante todo, era un español.»

Moral: «La moral burguesa sentimental me asquea: prefiero el coraje a todas las demás virtudes.»

En lo fundamental, coincido con ambas notas en que Orson Welles era un genio. Un genio irrepetible, para quien la palabra reto tenía un sentido distinto al que le daría cualquier otro ser humano. Preparó su primera obra de radio -una adaptación de Sherlock Holmes- a los 15 años; rechazó una beca de Harvard ya que prefería hacer un viaje a Europa -el primero de muchos- y al llegar al teatro Dublin’s Gate, con su voluntad por delante de todo y de todos, afirmó ser una estrella de Broadway, convenciendo a los productores de que le dieran un papel en la siguiente obra, apenas cumplidos los 16 años.

 

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Se casó tres veces en su  vida; su matrimonio más famoso fue con Rita Hayworth. Fue su segundo, y ninguno funcionó porque Welles no estaba hecho para las relaciones «convencionales.»

 

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«I don’t think any word can explain a man’s life» (No creo que una palabra pueda explicar la vida de un hombre) 

La oración anterior es dicha por Charles Foster Kane, el protagonista de la obra más famosa de Welles, Citizen Kane.  (El ciudadano Kane)Intentar explicar en una sola palabra la extraordinaria vida de Orson Welles pareciera ser imposible. Me atrevo, sin embargo, a usar la siguiente: genialidad.

 

«if you want a happy ending, that depends, of course, on where you stop your story».

Marcos Villasmil / América 2.1

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«TODO EN Él ERA GRANDE» -Carlos Boyero 

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Welles (a la izquierda), con Joseph Cotten, en una de las imágenes más conocidas del rodaje de ‘Ciudadano Kane’ (1941), una de sus grandes obras maestras.

Hoy cumpliría cien años. No hay que hacer esfuerzos proteicos para imaginar su aspecto. Con Welles tengo la sensación de que nunca fue joven ni viejo, de que no tenía edad o de que podía aparentar la que le diera la gana, que siempre fue una cosa tan insólita como impresionante que respondía al nombre de Orson Welles, que no necesitó aprender ni evolucionar, que su personalidad y su inteligencia no tuvieron alteraciones, que fue deslumbrante, complejo y bendecido por el arte más poderoso desde su niñez y así hasta el final.

Seguramente, habitarían en alguien tan especial las luces y la tinieblas e imagino que podría llegar a resultar desesperante muchas veces para la gente que financiaba su creatividad pero también que, como el personaje de Alida Valli en El tercer hombre (The third man), el cine seguiría en deuda permanente con él y enamorado de su grandiosa e inquietante figura, aunque los hechos nos confirmaran algo tan monstruoso como que pretendió hacerse rico en el mercado negro adulterando la penicilina y dejando tullidos a niños en aquella Viena devastada por la guerra.

Un trailer de TCM de «The Third Man» (El Tercer Hombre):

 

La fascinación que despierta el seductor, cínico y siniestro tercer hombre permanecería intacta aunque descubras su reverso tenebroso. Y te subirías a la noria del Prater con él para escuchar hipnotizado sus salvajes opiniones sobre la condición humana, los Borgia y el reloj de cuco, pero convendría que te agarraras muy muy fuerte a algún asidero, ya que no habría dudas de que si le suponías un mínimo problema te lanzaría al vacío.

No es casual que su gran amor fuera Shakespeare y que estuviera obsesionado con trasladarle al cine, para mi gusto con resultado desigual en Macbeth y Otelo (y que me excomulgue la Academia dedicada al culto a lo sagrado) y de forma conmovedora en Campanadas a medianoche (Falstaff, o Chimes at Midnight). Y, por supuesto, siempre debió de tener claro que la historia le reivindicaría como el Shakespeare del cine. De igual a igual. Pero nunca sabremos cuántas obras prodigiosas hubiera creado Welles (o de lo que hubiera sido capaz de lograr Maradona en el fútbol si el adictivo polvo blanco no colonizara su organismo desde que se instaló en Barcelona) si le hubieran permitido engendrar sus múltiples y ambiciosos proyectos con plena libertad creativa, tal como las concibió su imaginación, con presupuestos a la altura de lo que pretendía hacer.

Aseguraba Welles que únicamente logró esa independencia con Ciudadano Kane, el lujosos bautizo en el cine de aquel niño prodigio que iba a revolucionar el lenguaje de contar historias con una cámara. Tengo sensaciones que se renuevan continuamente con esta película. La miré de reojo la primera vez ante las permanentes y solemnes listas de historiadores y críticos declarando que era lo más hermoso y profundo que había creado la historia del cine. Y admitiendo su magia, su misterio, su potente expresividad, me pareció que no era para tanto, que lo más parecido a la felicidad me lo habían regalado en la pantalla directores como Lubitsch, Keaton y Murnau.

Pero cada cierto tiempo un imán extraño me obligaba a revisar la historia de ese hombre temible y trágico que se despedía del mundo obsesionado con ese enigmático y lírico Rosebud, algo maravilloso y puro que alguna vez poseyó y que después se lo llevó el viento. Y las últimas veces que la he visto me ha hipnotizado, su grandeza es auténtica. Sin embargo, El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons), de la que Welles renegaba, ya que la productora remontó su primitivo trabajo, me enamoró desde el primer encuentro. Cuánta tristeza, sentimiento, poesía, comprensión y sutileza existe en la crónica del esplendor de los Amberson y en su inevitable derrumbe, en las devastadoras facturas emocionales que pueden acompañar al progreso.

 

Un trailer de «The Magnificent Ambersons»:

 

Y, cómo no, me sentí intrigado y cautivado por los perversos amores de aquel marinero nihilista que se cuelga de la mujer que menos le conviene en la perturbadora y sombría La dama de Shanghai. O con esa negrísima obra maestra que desprende aroma a pesadilla perdurable titulada Sed de mal (Touch of Evil), cuyo inicio deslumbra ante la genialidad y la audacia de esa cámara cuyo virtuosismo solo es equiparable al de Hitchcock, pero que en su desarrollo y en ese final inolvidable, con el compadecible y odioso ogro llamado Hank Quinlan sabiéndose derrotado y agonizante, más borracho, añorante y solo que nunca, te crea un nudo en la garganta y un recuerdo eterno en la retina.

Ya sé que Welles es más que todo eso, aunque se me atraganten o me aburran algunas de sus presuntas obras de arte, pero las cinco películas que he citado me dejan huella a perpetuidad. Era distinto, era único, era excesivo, era genial, lo cual no garantiza el eterno estado de gracia, pero cuando este funcionaba paría criaturas inolvidables.

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 «DIRIGIR ES EL TRABAJO MÁS SENCILLO DEL MUNDO» 

Gregorio Belinchón

El niño prodigio de Kenosha. Podría ser una definición, pero solo sería una pequeña muesca en la superficie de Orson Welles, de lo que significó para el cine y el teatro. Enorme en tamaño y talento, glotón en gustos gastronómicos e intelectuales, gruñón, manipulador, ególatra. Y ante todo, encantador. En permanente lucha contra los imponderables, rascando dinero de quien se cruzara en su camino —su carrera está llena de proyectos frustrados, como la adaptación de El corazón de las tinieblas, de Conrad, que afrontó antes de Ciudadano Kane—. “Soy un director del que se ha dicho mil veces ‘necesita que lo dominen’. Es el veredicto oficial de la industria. Mil veces me han preguntado: ¿Por qué no hace otra película como Ciudadano Kane? Mi respuesta es: ‘Quítenme las ataduras y lo intentaré”, escribió Welles en una de las ocasiones en que el filme fue elegido entre los mejores de la historia del cine. Fue un colosal narrador, en el arte y en la vida. Adornaba sus historias con miles de mentiras, siguiendo el consejo de El hombre que mató a Liberty Valancede su admirado John Ford: “Imprime la leyenda”. Si hay algo más grande que la obra de Orson Welles es la vida de George Orson Welles.

 

Un trailer, doblado al español, de «Citizen Kane»:

 

Para Welles, el mundo fue su casa. Nacido en Kenosha (Wisconsin) el 6 de mayo de 1915, Welles quedó marcado por una infancia agridulce en una familia acomodada. Su madre, concertista de piano, falleció cuando tenía nueve años, y su padre murió ocho años más tarde, cuando Welles ya había ganado un concurso de teatro con una versión de Julio César, de Shakespeare, en la que encarnaba a Julio César y a Marco Antonio. Lógico: era Orson Welles, no había reto artístico que no pudiera afrontar. Para ganar dinero trabajó en varias compañías irlandesas; en sus viajes por Europa conoció un país en el que viviría largas temporadas: España. En Sevilla pasó un verano durante la II República y apoyó la causa democrática en la Guerra Civil. En 1937 fundó en Nueva York, junto a John Houseman —uno de las personas que más influyeron en los inicios de su vida artística— The Mercury Theatre, que rápidamente en su convirtió en una compañía de referencia. Tuvo tal impacto que al año CBS Radio la contrató y le cedió un espacio fijo. Así fue como el 30 de octubre de 1938 logró que a lo largo de Estados Unidos varios pueblos pequeños se creyeran que su versión de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, era una auténtica invasión de fuerzas extraterrestres. Welles se enganchó a ese tirón publicitario y Hollywood le rindió pleitesía.

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A Welles siempre le gustaron más los ensayos, el proceso de creación, que las representaciones en el teatro. El cine era otra cosa, podía controlar mucho más la materia prima —“dirigir es el trabajo más sencillo del mundo”—, y retorcer lo rodado en la mesa de montaje: Welles era un prodigio que podía ver tomas filmadas al doble de velocidad y de dos en dos, para ir señalando qué quería y qué sobraba. Pero justo por ese talento se le hacía casi imposible acabar las películas: siempre quería seguir con ellas. No le gustaba actuar, lo hacía como trabajo alimenticio, y sí sentía cierto respeto por la magia.

 

Trailer de «The Lady from Shanghai»:

 

Él mismo aseguró en múltiples ocasiones que no odiaba Hollywood —“Solo odio lo que hicieron con D. W. Griffith, el mejor”—… Por ejemplo, cuando acabó Sed de mal ( Touch of Evil, 1956), esperaba iniciar una larga relación con el estudio Universal, cosa que no ocurrió. Si vivió en Europa fue porque se le cruzó en su camino la posibilidad de dirigir e interpretar Cyrano de Bergerac (jamás se hizo) a finales de los años cuarenta, tras Ciudadano Kane, El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons) —la única película suya que Welles vio estrenada en una sala, para descubrir el desastre que había hecho el estudio RKO al remontarla—, El extraño (The Stranger)  y La dama de Shangái (rodada en pleno divorcio con su protagonista, Rita Hayworth). Lastimero, en el libro de conversaciones con Peter Bogdanovich asegura que pasó mucho más tiempo buscando dinero que haciendo cine.

 

Trailer de «Touch of Evil» (Sed de mal):

 

Solo su inteligencia visual era capaz de ordenar mentalmente todo lo que rodaba durante años, a salto de mata, de, por ejemplo, Macbeth u Otelo. De sus propios trabajos amaba Sed de mal (Touch of Evil), que dirigió por elección de su protagonista, Charlton Heston, y Campanadas a medianoche (Falstaff, o Chimes at midnight), y creía que la mejor historia popular que había filmado, aunque luego se estrenara cercenada, era Mister Arkadin. Aunque puede que la que mejor le retrate, sea el falso documental Fraude, con esas ganas de sugerir y engañar. En el incendio de su casa en Madrid en 1970 se destruyeron gran cantidad de latas de películas que hubieran completado algunos de sus trabajos y materiales valiosos.

Greg Toland, Joseph Cotten, Bernard Herrmann, Dolores del Río, Francisco Reiguera, Akim Tamiroff, John Huston, Micheál MacLiammóir, Everett Sloane, Herman J. Mankiewicz… El trabajo de Welles está unido a un montón de creadores a los cuales siempre defendió. Y en contra de las leyendas urbanas, nunca se adjudicó el trabajo de otros.

“Orson Welles un gigante con rostro de niño, un árbol lleno de sombras y de pájaros»

Jean Cocteau

Orson Welles murió de un infarto de corazón delante de su máquina de escribir, en su casa de Hollywood (California), el 10 de octubre de 1985. Sus cenizas reposan en un pozo de la que era la finca de su amigo, el torero Antonio Ordóñez, en Ronda. Sin embargo, aún queda mucho por descubrir sobre su cine. El productor Frank Marshall tiene los derechos sobre el material que filmó entre 1970 y 1975, la película Al otro lado del viento —cuya idea original nació de una pelea a puñetazos entre Orson Welles y Ernest Hemingway en un estudio en 1937— , de la que el cineasta dejó a su muerte un premontaje de 45 minutos. Ese podría ser el siguiente regalo wellesiano… si un montador se atreve con las 1.000 bobinas guardadas en París.

Jean Cocteau escribió: Orson Welles un gigante con rostro de niño, un árbol lleno de sombras y de pájaros, un perro que ha roto la correa y se ha ido a dormir a un macizo de flores. Es un vago activo, un sabio loco y un solitario rodeado de humanidad”. Él no se veía así, ni siquiera como un hombre complejo. Como le gritaba riendo a Bogdanovich: “No busques, Peter, yo no tengo rosebuds”.

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