Democracia y Política

‘Todos se van’: el éxodo que amenaza la reconstrucción de Puerto Rico

Juan R. Delgado Torres, de Caguas, Puerto Rico, mientras esperaba un vuelo hacia Filadelfia, donde su familia lo llevará a un hospital para continuar un tratamiento médico. Credit Kirsten Luce para The New York Times

SAN JUAN – En esta isla devastada por el reciente paso de un huracán, donde la gente tiene que esperar muchas horas para poder conseguir gasolina, dinero en efectivo y hielo, uno de los más escasos y preciados lujos es un boleto de avión para escapar.

A dos semanas de que el huracán María tocara tierra, miles de puertorriqueños se amontonan en los pocos vuelos comerciales y particulares disponibles para irse al territorio continental de Estados Unidos, en vez de soportar más meses sin electricidad, servicio telefónico o agua corriente.

“Ya nada es hermoso”, dijo Glenda Gomez, de 31 años, que el viernes planeaba volar a Miami con sus tres hijos. Muchas personas venden sus autos, abandonan sus casas derruidas y dejan sus propiedades en manos de los parientes que se quedan en Puerto Rico. Algunos piensan regresar después de pasar un tiempo en el continente, mientras otros dicen que se van para siempre.

Los aeropuertos puertorriqueños se han convertido en escenarios de tristes despedidas: las familias mandan a sus hijos, cónyuges y padres a vivir con sus parientes en Orlando, Nueva York, Washington, o donde sea.

En el continente, las ciudades y estados que tienen una colonia grande de puertorriqueños se preparan para las llegadas y tratan de ayudar a la gente a encontrar techo, trabajo y escuela. Solo en Florida, que ya tiene una población de un millón de puertorriqueños, se anticipa la llegada de hasta 100.000 personas a la zona de Orlando y la bahía de Tampa.

Gomez dijo que en las dos semanas que han transcurrido desde el paso de la tormenta que dañó su casa en la costa este de Puerto Rico y acabó su sueño de rentarle habitaciones a los turistas, su familia ha sobrevivido con comida enlatada y leche en polvo que compró con el poco efectivo que tenía a mano: las colegiaturas de las escuelas privadas de sus tres hijos.

Su esposo ha esperado durante horas para poder comprar el combustible de su generador. Ella ha estado haciendo viajes de dos horas para comprar víveres en un supermercado pantanoso. Finalmente decidió que ya no podía soportar esa situación.

Sus parientes de Miami se ofrecieron a comprarle boletos de avión para ella y sus hijos, y Gomez hizo planes para utilizar los últimos litros de gasolina de su auto y conducir hasta el aeropuerto internacional de San Juan.

Raymond Ortiz y María Guadalupe Ortiz con su hija Mia, de 11 años, en su hogar en San Juan. La familia planea mudarse a Carolina del Norte. Credit Kirsten Luce para The New York Times

Los puertorriqueños han salido a raudales de la isla durante tantas décadas y en números tan elevados que la migración está entretejida en la identidad y cultura de Puerto Rico. Una canción dice con añoranza: “Me voy, pero un día volveré a buscar mi querer, a soñar otra vez, en mi Viejo San Juan”.

El éxodo de familias como los Gomez acelera la caída poblacional que Puerto Rico ha sufrido en la última década, un fenómeno por el que ya han partido casi 400.000 personas durante el periodo de crisis económica. Los expertos dicen que la nueva ola migratoria es preocupante pues no se sabe quiénes se quedarán en la isla para reconstruir la infraestructura que quedó destruida, ni cómo se recuperará la economía asfixiada por una deuda de 73.000 millones de dólares y con un desempleo que alcanza el 10 por ciento.

“Será una estampida”, dijo Jorge Duany, profesor en la Universidad Internacional de Florida que estudia migración desde y hacia la isla, y que también la dejó. “Pensé que regresaría a pasar mi retiro. Pero al parecer va a tomar un poco más de tiempo”.

Duany dijo que era muy pronto para decir cuánta gente está migrando en los atestados vuelos que salen de San Juan, o cuántos podrían regresar si Puerto Rico se recupera y la vida vuelve a la normalidad antes de lo esperado.

Los adultos en edad laboral conformaron la mayoría de los migrantes durante la última década, dijo Duany, pero esta tormenta provocó que muchas familias mandaran a los viejos y a los niños en avión fuera de la isla, para asegurarse de que reciban la atención médica necesaria o para recuperar algo del año escolar.

Diana L. Caraballo dijo que no puede continuar su tratamiento contra el cáncer en Puerto Rico debido al huracán. Espera irse junto con su perro, Freddy, a Vero Beach, Florida, para seguir con su tratamiento médicoCredit Kirsten Luce para The New York Times

En entrevistas realizadas a lo largo de todo el país y en las salas de espera del abarrotado aeropuerto, la gente dijo que ya estaban inscribiendo a sus hijos en escuelas de Orlando, Charlotte, Carolina del Norte o Nueva York. Ya están buscando trabajo y departamento con parientes en todo Estados Unidos.

Nancy Santos, de 58 años, que estaba esperando en una fila para comprar hielo en Ponce la semana pasada, dijo que planea irse tan pronto como pueda con su hija y sus tres nietos. Se reunirán con familiares en Connecticut al menos hasta Navidad, mientras esperan que se normalicen las condiciones en Puerto Rico. Una vez que todo se calme, tiene planes de regresar a Ponce, vender sus autos y sus muebles, y después irse para siempre.

“Todos se van. Todos”, dijo. “Las cosas están tan mal. Míranos, haciendo fila en medio de la noche para conseguir dos bolsas de hielo que son casi agua”. Agregó: “Lo tengo que hacer por los niños. No lo pensaré dos veces”.

Nayda Dávila, una trabajadora judicial retirada de 69 años, dijo que no podía parar de llorar mientras empacaba su única pieza de equipaje a la luz de las velas. Su hija, radicada en Washington, le compró un boleto para sacarla de Salinas, la municipalidad rural en la que vive.

“Es el calor, el sol”, dijo Dávila. “No hay agua, no hay comida y tardas de seis a ocho horas para conseguir gasolina”.

Cerró su casa, dejó a sus tres perros con una amiga cercana y dijo que se quedará con su hija por tiempo indefinido. Dijo que nunca había considerado dejar su tierra, su madre patria, hasta ahora.

“A mi edad, ¿cuántos años más me quedan de vida?”, dijo Dávila. “Y esta isla no se recuperará en un largo largo tiempo”.

Dávila fue una de los diez personas que esperaban el miércoles para abordar un vuelo humanitario que despegó desde Isla Grande, un pequeño aeropuerto situado junto al centro de convenciones de San Juan donde está el cuartel general que coordina las labores de ayuda.

“Soy una mujer fuerte”, dijo Dávila, conteniendo el llanto mientras miraba la pista. “Pero María me venció”.

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