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Tomás Straka – Arturo Uslar Pietri en su laberinto: a 20 años de su muerte [y 2]

En el enlace siguiente puede leer la primera parte de este ensayo del historiador Tomás Straka sobre Arturo Uslar Pietri

 

 

En el universo de las polémicas que envolvieron a Arturo Uslar Pietri, las peores no fueron las históricas con los octubristas; bien se trate de Acción Democrática (y, sobre todo, Rómulo Betancourt, a quien tenía por su némesis) o bien se trate de los militares que gobernaron de 1948 a 1958. Por difíciles que hayan sido sus relaciones, ni AD ni la dictadura discutieron la calidad de la obra de Uslar Pietri, al menos no en su conjunto, ni tampoco pusieron trabas para que la produjera y difundiera. Durante el Trienio, Uslar Pietri fue brevemente encarcelado, enviado al exilio y vio cómo le confiscaban los bienes. Y durante la dictadura, se le permitió volver, se le intentó seducir, sin éxito, y, al final, lo volvieron a encarcelar brevemente. Pero en ninguno de los dos casos se le impidió publicar o se puso reparo a la circulación de sus libros. Fue la izquierda comunista –o más o menos comunista– la que se encargó de su fusilamiento moral.

Odiado por la izquierda

En efecto, para los escritores y académicos que hicieron vida en la República del Este y otros ambientes similares, o en las universidades de los años sesenta y setenta, Uslar Pietri era la sumatoria de todo lo que había que destruir (como también lo fueron Mariano Picón Salas, Rómulo Gallegos, Carlos Rangel, Sofía Imber, el Consejo Nacional de Cultura que les daba trabajo –o a veces simples sinecuras–, las universidades en las que también trabajaban –o en las que igualmente tenían sinecuras–, los periódicos en los que publicaban, los museos en los que exponían, en general, la verdad, todo…). En ese visor, su prosa era anticuada, no importa que se le considerara uno de los grandes exponentes del realismo mágico (y, de hecho, el creador de la categoría). Sus ideas políticas y sociales, conservadoras. Sus artículos, vanamente enciclopedistas (de ahí el chiste de “un mar de conocimiento con un centímetro de profundidad”). Si salía en la televisión, eso sólo confirmaba lo entregado que estaba al capital y sus maquinaciones ideológicas para adormecer a las clases dominadas… Si se reconcilió, como al final lo hizo, con la democracia, ¡lo estaba haciendo con esos agentes del imperialismo yanqui que son los adecos y los copeyanos! Uslar Pietri era la encarnación del orden de cosas al que la Revolución tenía que poner fin.

Así, dentro del paquete de ser intelectual, debía entrar en el de ser anti-adeco, con lo que eso conllevaba de todo el sistema democrático; y ser, al mismo tiempo, anti del más anti-adeco de los anti-adecos, Uslar Pietri. Ya no parecía importar la alianza de los comunistas –sobre todo el sector browniano de los “comunistas negros”– con Medina Angarita, tan importante en la reconfiguración del malhadado presidente como héroe por parte de la izquierda, ya que fue el hombre que no sólo había legalizado el partido comunista e implantado, por la guerra, una amplia política intervencionista, ¡sino que, además, fue víctima de los adecos! Nada, ni eso, podía redimir las culpas burguesas de Uslar Pietri.

Por supuesto, como en todo, esta inquina tiene al menos dos caras, y por excesiva que nos parezca hoy no significa que careciera de algún fundamento, al menos vista desde aquel tiempo. Hagamos un ejercicio de imaginación histórica y pongámonos en los zapatos de alguien empeñado en renovar las letras en 1970 o en desatar grandes transformaciones en la sociedad. Para esa persona resultaría claro que, más allá de haber creado la etiqueta magistral de realismo mágico, Uslar Pietri no se montó en la renovación de las letras del Boom; sus novelas seguían siendo como las de veinte o treinta años atrás (aunque la mayor parte de los que lo criticaban, salvo algunas excepciones, tampoco lo hicieron, básicamente porque fracasaron en el intento). También le parecería evidente que su visión de la historia venezolana seguía siendo, en muchos aspectos, muy positivista, con todo lo que eso implica en la aprehensión hacia la democracia. Que sus ideas sobre el mestizaje (uno de sus grandes temas), sobre Cristóbal Colón o el papel de España en la civilización calzan bastante bien dentro de lo que se entiende como eurocentrismo. En lo político y económico –y esto sí que era grave en 1960– Uslar Pietri se fue desplazando cada vez más hacia el liberalismo. El joven Uslar Pietri, quien proclamó la muerte de la economía clásica cuando fundó la Escuela de Economía de la UCV, quien formó parte de uno de los gobiernos más doctrinalmente intervencionistas antes del de Hugo Chávez, se volvió un hombre maduro que defendía al mercado y a la iniciativa individual como las palancas para el desarrollo. Para la década de 1960, por ejemplo, ya consideraba una locura cargar de más impuestos a la industria petrolera y, sobre todo, estatizarla. Hoy suena razonable, pero para 1968 todo aquello parecía, por decir lo menos, decimonónico.

Así las cosas –positivista, eurocentrista, “criollista”, liberal, amigo de la empresa privada, pero además muy oído–, Uslar Pietri no podía sino ser la bestia negra para la izquierda cultural. El libro de Mario Szichmann, Uslar, cultura y dependencia (1975), es la mejor síntesis de todo lo que los profesores repetían sobre él en las universidades, revistas literarias y no pocas veces los liceos. Palabras más, palabras menos, la idea general es que si estábamos subdesarrollados era porque había hombres como Uslar Pietri. Pero, dicho esto, a lo que vamos: que, por varias razones, sea históricamente comprensible que la mayor parte de los escritores y académicos de 1970 odiasen a Uslar Pietri, y que muchas de sus críticas (sí, fue demasiado positivista) sigan vigentes, no suprime que, en general, su mirada haya sido muy parcial, que a medio siglo tengan su obra –excepciones aparte– resulte inferior a la del criticado, y que, en demasiados aspectos, el tiempo terminó dándole la razón a él y no a los que quisieron tomar el cielo por asalto. Algún día habrá que hacer un estudio detenido sobre el modo en el que esa convicción de que nada de lo que se hacía en Venezuela valía la pena terminó influyendo en la valoración que los venezolanos desarrollamos por nuestro país y en el interés (o más bien desinterés) que tuvimos en cuidarlo. Pero, visto en ese horizonte, el denuesto a Uslar Pietri es sólo un signo del fenómeno.

En medio del laberinto

La trilogía del Laberinto de fortuna se detiene justo en el momento en el que el autor logra lo que su personaje no consigue: integrarse de algún modo al vendaval que era su país. Aunque salió al exilio en 1945, y se mantuvo en él cuando los militares –compañeros de fórmula de AD hasta el momento– derrocaron a Rómulo Gallegos en 1948, no regresó a Venezuela hasta 1951. La impresión es que de algún modo la dictadura quiso ganárselo, y tenía razones para pensar que eso pudiera ser así: al cabo, su aversión a AD era tan grande como la de ella. Le devolvieron la casa confiscada cuando se le extrañó y hasta se le otorgó el Premio Nacional de Literatura (1952). Pero por las razones que fueran, Uslar Pietri prefirió retirarse al mundo empresarial (trabajó en ARS Publicidad) y a la cátedra.

Pasan entonces unos pocos años de silencio político que se rompe, como con casi todos los grupos en Venezuela, en enero de 1958. En medio del rápido desmoronamiento del régimen después del fallido golpe del 1° de enero, se sumó a los tantos que pidieron la salida del poder de Pérez Jiménez. Eso le vale un carcelazo que a la larga resultó muy auspicioso. El 23 de enero lo consigue preso y metido en el ojo del huracán. Tan pronto lo liberan, retornando al instinto político de siempre, se va a Miraflores, con la suerte de ser uno de los primeros en llegar, cuando aún todo es confusión. De ese modo consigue ser también el primero, o acaso uno de los primeros, en hablarle al país desde la radio. Hay que ver lo que eso significó para muchos venezolanos: ¡Uslar Pietri está hablando en la radio! No sólo la confirmación de que el Gobierno había caído, ¡sino que el que está hablando en la radio es Uslar Pietri! Fue su plena rehabilitación política. Hay una foto famosa en la que aparece mientras desmontan un retrato de Pérez Jiménez aquel día.

A partir de allí participó en el juego democrático, con resultados bastante exitosos. Es algo que se dice poco: pero la reconciliación nacional que se articula después de la caída de Pérez Jiménez, y que tuvo su expresión más famosa en el Pacto de Puntofijo, incluyó al medinismo. Tal vez no como grupo autodefinido como tal, pero sí a través de prácticamente todas sus grandes figuras, muy particularmente las de Uslar Pietri y Mario Briceño Iragorry, cuyo gran mea culpa por su pasado gomecista, su famoso Mensaje sin destino, su posición rectilínea en 1952 y el atentado del que sobrevivió en Madrid, donde estaba exiliado, y que rápidamente se probó organizado por la dictadura, lo convirtieron en uno de los grandes héroes morales del momento.

En 1958, Uslar Pietri quedó electo como parlamentario, en las planchas de la Unión Republicana Democrática, un partido más o menos de aluvión en el que solían hacer política los medinistas, pero que ya entonces se desplazaba aceleradamente hacia la izquierda. Para 1963, organizó su propio movimiento, se presentó como candidato a la Presidencia con resultados muy buenos: quedó de cuarto en voto nacional, pero de primero en Caracas. Decidió, entonces, darle forma a su movimiento, creando el Frente Nacional Democrático (FND) y entró a la coalición de la Ancha Base con Leoni (sí, Uslar Pietri hizo gobierno con AD, demostrando que en política no hay amores ni odios eternos). En 1968, se retiró del Gobierno y pronto anunció que lo haría desde la política activa. Fue la disolución de lo que ya se llamaba el uslarismo, en un proceso que valdría la pena estudiar mejor. Buena parte de sus figuras continuarían desempeñando cargos –por ejemplo, José Antonio Abreu–, pero Uslar Pietri optó por regresar al periodismo y la escritura. Ya cuando Carlos Andrés Pérez lo nombró embajador ante la UNESCO (¡otro cargo en París con sabor a premio!), aquello se vio más como un reconocimiento a su larga obra que como un cargo político. Y las fiestas por los ochenta años parecían coronar lo que similaba una plena reconciliación. De hecho, si la crítica de izquierda albergaba algunas dudas, aquella apoteosis como héroe nacional terminó de confirmarlo como un intelectual orgánico del sistema, acaso de la burguesía.

Era muy difícil imaginar el cataclismo que ocurriría apenas unos años después y, con él, la vuelta triunfal de Uslar Pietri a las arenas políticas. Pero baste decir para ver la dimensión de lo que pasó, que uno de los hombres más criticados y atacados por la izquierda es hoy recordado por muchos, precisamente, como uno de los precursores de una revolución socialista.

Para salir del laberinto

Si la izquierda de los setenta y ochenta encontró motivos para detestar a Uslar Pietri con todas sus fuerzas, cuarenta años después la detestación comenzaría a venir de la acera opuesta. Fue, concluyen muchos, un traidor a la democracia. Que Gómez y CAP lo hayan mandado a París no es más que una muestra de su volubilidad (París bien vale una misa…); y que al final se le opusiera a CAP sólo revela su sed de venganza del gomecista que nunca dejó de ser. Es una visión simplista, que no toma en cuenta los cambios que pueden aparecer en sesenta años de vida pública, pero que, una vez más, no carece de al menos un rescoldo de fundamento: con la enorme crisis del país a partir de 1980, fomentó una reivindicación general del medinismo, con su corolario obvio: una condena del 18 de octubre que, en última instancia, lo era de toda la democracia tal como se había establecido.

Por otro lado, hay que admitir que no por haber participado en el juego democrático, Uslar Pietri dejó de hacer severas críticas del modelo y advertencias. Tal vez no terminó el Laberinto de fortuna, ni se ocupó, hasta donde sabemos, de reeditar las dos novelas. Y tal vez bajó el tono en los sesenta, pero en sus artículos, intervenciones en el parlamento, conferencias y participación en los medios, no se desdijo de lo fundamental de sus tesis. Y eso se reavivó como un incendio que estaba latente y sólo necesitaba un poco de viento. A veces fue francamente injusto con el octubrismo, dando a entender que nada, o prácticamente nada, había sido realmente valioso después del 18 de octubre. Pero en otras, sus advertencias resultaron ser ciertas.

En efecto, hubo temas que lo angustiaron a lo largo de su vida, como el del petróleo y el modo en el que creaba una riqueza ilusoria en Venezuela; o el del “mal de la viveza”, que era un caldo de cultivo para la corrupción y el deseo de riqueza fácil, retroalimentada por el petróleo. En la década de 1930 temía, como todos, que el petróleo se fuera a agotar muy pronto y que, más temprano que tarde, Venezuela terminara como un pueblo minero fantasma. Había que aprovecharlo tanto como fuera posible (aún en su “sembrar el petróleo” veía a la agricultura como la opción a largo plazo, pero eso poco a poco se fue desplazando hacia la industrialización). Con los años, el temor al agotamiento del petróleo fue pasando, en parte porque se logró una idea más clara del tamaño de las reservas, pero no el señalamiento del despilfarro, de una Venezuela artificialmente próspera, donde la gente se embebía en la especie de un nuevo Eldorado. Cuando en los ochenta el sistema comenzó a resquebrajarse, no pudo menos que ver cumplidas sus advertencias. Y cuando en los noventa el país se fue por el tobogán de una enorme crisis de la que, en esencia, aún no ha salido, era difícil que no concluyera que todo lo ocurrido desde octubre de 1945 había sido un monumental error, que las cosas, si los hubieran dejado a él y a su grupo, probablemente podrían haber sido mejores. Al final de su vida fue incluso más allá, y comenzó a advertir que el problema no era tanto que el petróleo se acabara, como que las nuevas tecnologías lo fueran a desplazar. En cualquier caso, señaló una y otra vez que la riqueza petrolera era aparente, y que en cualquier momento, sin ella, entraríamos en una crisis similar a la de un enfermo pegado a un respirador al que se le quitaran los tubos. Es difícil leerlo ahora y no darle la razón, siquiera en parte.

¿Qué tanto hubo de rencor por ser uno de los perdedores del octubrismo y qué tanto fue resultado de honestas convicciones, serenamente meditadas? Fue un hombre –o muchos hombres a la vez, como dijo Borges– y los humanos solemos ser una mezcla de pasiones y racionalidad. Por brillante que haya sido, Uslar Pietri no fue la excepción. De hecho, en ocasiones demostró ser muy, pero muy, apasionado en sus posiciones. Es difícil no pensar que en su antiadequismo no haya jugado algún papel la patada histórica del 18 de octubre, el mal rato del exilio y la humillación de que se le acusara de corrupto (cosa que más nadie, ni antes ni después, había hecho ni volvería a hacer) y se le confiscara la casa. En cualquier caso, si eso fue así (y hay motivos para pensarlo), se lo tragó mientras consideró que el juego democrático funcionó, pero ya en el desmoronamiento de los noventa no pudo contenerlo más. Se dijo que lo de los Notables fue el penúltimo episodio de su vida política. El último fue el distanciamiento que tomó con respecto a Chávez. Invitado a formar parte del movimiento, se opuso y señaló que se convertiría en una especie de sistema asambleario que llevaría a Venezuela por muy mal camino. El silencio y la privacidad de su entierro fueron, así, su último acto político. Quien parecía destinado a unos funerales de Estado, demostraba de ese modo una ruptura con el Estado que estaba naciendo. Y también habla del alcance de su vida política, el que a veinte años de aquel sepelio aún pueda ser objeto de amor y detestación.

Con los años, seguramente perderán actualidad las luchas y diatribas que envuelven hoy su memoria, y quedará lo fundamental de su obra intelectual. No es cosa de esconder estas diatribas bajo la alfombra (¡y vaya que este artículo no lo hace!), sino de tener una visión más amplia y ponderada de uno de los hombres más complejos de la historia venezolana. No fue casual que haya llamado Laberinto a su obra más autobiográfica. Una y otra vez su vida fue, de tan abigarrada, laberíntica. Sacarlo de ese laberinto, al menos para efectos de nuestra comprensión, es una tarea de enorme utilidad. Hay tanto que puede decirnos su obra y la comprensión de su biografía, tanto que puede decirnos de nosotros, de nuestros laberintos personales y colectivos, que debemos evitar que su recuerdo, así como lo hizo su vida hace veinte años, nos haga discreta y paradójicamente un mutis por el foro de nuestra memoria.

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