Tres caminos para el régimen político en Cuba
El éxito de la longevidad del régimen castrista recae en un fino equilibrio basado en la ausencia de pluralismo político.
Cuba es un caso crucial para las teorías de democratización. Pertenece a los comunismos continuados del orbe junto a China, Vietnam, Corea del Norte y Laos. La durabilidad de su régimen político se sobrepone a factores externos potencialmente democratizadores. Ha sobrevivido a 11 mandatarios de EE. UU., a la caída del bloque comunista, a la sucesión entre hermanos del liderazgo político y a la persistencia del bloqueo y embargo por decenios. Ninguno de estos factores ha provocado liberalización política, aunque algunos sí han condicionado cierta liberalización económica.
La capacidad de adaptación del régimen político
Tras el colapso del comunismo esteuropeo, el gobierno cubano reacomodó la economía nacional favoreciendo cierta liberalización en este ámbito, lo cual condicionó cambios en el interior del régimen adentrándolo en una fase postotalitaria. La política de ajuste económico no tuvo correlato político; el férreo control político apuntalado por un discurso nacionalista se mantuvo intacto, el liderazgo carismático de Fidel Castro y políticas populistas, generó una nueva fuente de legitimación ante el debilitamiento de la ideología.
La llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, en 1999, favoreció la paralización de las medidas de ajuste adoptadas al calor de la crisis. Se suprimieron licencias a cuentapropistas (trabajadores privados), se cerraron sus negocios y se enmendó la Constitución (2002), estableciendo la irreversibilidad del socialismo en Cuba. Sin embargo, la pobreza y la desigualdad se extendieron mientras declinaron los “logros” de la revolución, otrora factores de apoyo al régimen. Una nueva fuente de legitimación se erigió en la cohesión de la élite política mediante el mayor empoderamiento de los militares como administradores de la economía. Todo ello condicionó que el potencial evolutivo del régimen se anquilosara en una fase de congelación.
El liderazgo de Raúl Castro reanudó el ajuste, con mayor profundidad, propiciando la evolución del régimen político a una fase de maduración del postotalitarismo. Y aunque se han producido cambios institucionales y legales, la Carta Magna no refleja aún las transformaciones socioeconómicas acaecidas. Su gobierno ha amparado el florecimiento del capitalismo monopolista de Estado sin socavar las bases totalitarias del sistema, particularmente en los referentes políticos: libertades y derechos.
Su administración mantiene la concentración de la propiedad y la riqueza individual y colectiva en poder del Estado, la corporativización de la sociedad civil y el unipartidismo. Las nuevas leyes, migratoria, laboral, de inversión extranjera y de flexibilización del trabajo privado salvaguardan estas premisas. La legitimación de su gobierno se logra mediante el fortalecimiento de la cohesión de la élite política en combinación con la eliminación de prohibiciones absurdas (venta de celulares, casas, carros, facilitación de pequeñas empresas colectivas, fundamentalmente cooperativas agrícolas y de servicios) que alivian la vida cotidiana de una minoría de cubanos. Esta rudimentaria liberalización económica y social dista del desarrollo enérgico de la sociedad civil, aunque han crecido las muestras de contestación social.
El éxito de la longevidad del régimen recae, especialmente, en un fino equilibrio basado en la ausencia de pluralismo político, la concepción estalinista del Estado y la sociedad, la búsqueda de nuevas fuentes de legitimación (el papel clave de los militares en la economía garantiza la defensa de intereses particulares y la propensión a la violencia) y la renovación del liderazgo. Su perdurabilidad apunta, sobre todo, a su capacidad de adaptación contextual mediante cambios en su interior.
Esta genuina capacidad de adaptación puede valorarse en un análisis sobre escenarios probables y posibles del régimen cubano en su futuro inmediato y mediato. La eliminación del bloqueo-embargo y un cercano momento de sucesión del liderazgo de sus líderes históricos, por extinción natural, ofrecen una oportunidad política. Consideremos, como hipótesis, que estos porvenires conjugados y coincidentes podrían derivar en diversas salidas: a) transición a la democracia, b) autoritarismo y c) continuación del postotalitarismo. Estas desembocaduras son posibles, con diversos grados de probabilidad.
Escenarios posibles y sus probabilidades
a) Hacia la democracia. La probabilidad de transición a la democracia en Cuba es baja, considerando la institucionalización del régimen y su tendencia a la adaptación. Comparemos: los colapsos de los comunismos esteuropeos acontecieron por vías violentas o pacíficas. En el empleo de la violencia en el quiebre de estos comunismos fue decisivo el papel de los militares, acompañado por el faccionalismo en la élite política. Las pugnas entre “blandos” y “duros” fueron favorecidas por el empuje militar y el desborde de protestas sociales, movilizadas con mayor o menor grado de espontaneidad. Los colapsos pacíficos, en cambio, ocurrieron por negociaciones entre divisiones de las élites y la abstención de los militares del uso de las armas al percibir la falta de disposición de los líderes a disparar a su ciudadanía.
En Cuba las rutas democratizadoras violentas o pacíficas son poco probables. El régimen aparenta una fuerte cohesión en su máxima dirigencia, potenciada por la sinergia cívico-militar-empresarial en su élite y la purga permanente de actores reformistas en su núcleo. Los intereses económicos de la casta política y las prebendas de las Fuerzas Armadas se convierten en incentivos para la cohesión y refuerzan su disposición a reprimir. Los arrestos y encarcelamientos frecuentes de Damas de Blanco, opositores, periodistas y sindicalistas independientes son sistemáticos. Y la de la disidencia impacta poco en el interior de la Isla. Asimismo, en más de cinco décadas el gobierno se ha resistido a dialogar con la oposición condenándola a la ignorancia, omisión que comparten actores foráneos poderosos. Así se aleja la probabilidad de transición a la democracia.
b) Hacia el autoritarismo. Se caracteriza por la sumisión a una autoridad concentrada en una pequeña élite que abraza el ejercicio informal del poder político. Su liderazgo, pocas veces carismático, tiende al autonombramiento o la competencia desleal, no a la libre y justa elección. Su estabilidad política se sustenta en el control de la sociedad mediante el apoyo de los militares y una burocracia leal. El autoritarismo tolera cierto grado de pluralismo social —algunos también político— y mayores espacios de libertad individual; sus instituciones sociales y económicas son más autónomas y no apelan, necesariamente, a una ideología vinculante como poder legitimador.
Un probable escenario autoritario en Cuba cuenta con bajas probabilidades de éxito, considerando la conducta cohesionada de su élite, su tendencia a la violencia y la debilidad de la oposición. Las limitadas probabilidades de transición al autoritarismo subyacen en los pequeños espacios de independencia socioeconómica emergidos bajo las reformas de Raúl Castro. El crecimiento de la microempresa privada, la creciente participación religiosa, los brotes de disidencia y el aumento de formas de contestación social muestran la ampliación de los márgenes de independencia de la sociedad. No obstante, al mantenerse bajo control del gobierno, sus límites de acción y evolución son acotados y artificiales.
Quizás es en el discurso donde puedan encontrarse mayores probabilidades de transición al autoritarismo, aunado al alto grado de incertidumbre que entraña la segunda sucesión del liderazgo y la subasta de la isla como nicho económico entre inversionistas foráneos. Raúl Castro ha prometido que cesará en su cargo en el 2018, lo cual sentaría un precedente significativo para el liderazgo y la élite política. También ha especulado sobre la alternancia del poder con un máximo de dos mandatos consecutivos, lo que limitaría la discrecionalidad del poder y promovería reglas legales más previsibles. Todo ello, incorporado a la proyección y afianzamiento de la élite político-militar-empresarial, podría derivar en un autoritarismo electoral como el ruso. Empero, ninguna de estas proposiciones ha sido refrendada.
c) Hacia la perpetuación del sistema postotalitario. La prolongación del sistema político actual parece ser el camino más probable. Su alta factibilidad se arraiga en la misma longevidad del régimen, su capacidad de adaptación a los cambios externos e internos y la declaración del sostenimiento de las intenciones totalitarias. La literatura sobre régimen político muestra que el desempeño económico no impacta decisivamente en los cambios de tipo de régimen; los comunismos han persistido en países con excelente o pésimo desempeño económico. China y Vietnam corresponden a los primeros, mientras Cuba y Corea del Norte, a los segundos.
Raúl Castro ha trasladado el énfasis del discurso oficial de la ideología a la capacidad del régimen de satisfacer necesidades de la población, como otrora hicieran sus homólogos chinos y vietnamitas. Su gestión ha promocionado liberalización económica, aunque la tendencia al control absoluto del individuo y la sociedad han obstaculizado el alcance de sus políticas, de ahí los pobres resultados. Su acuciante búsqueda de alternativas de apoyo económico y geopolítico se establece sobre dos bases cardinales: el ineluctable carácter socialista de la revolución y la ventaja de paradigmas precursores: China y Vietnam fundamentalmente.
A diferencia del comunismo chino, donde el partido constituye una organización fuerte, en Cuba el Partido Comunista ha sido corporativizado por la cúpula gobernante, debilitando su funcionamiento interno y supeditando la función partidista a la gubernativa y la militar. Así, la autoproclamada vanguardia política carece de un mínimo de autonomía para la búsqueda de una alternativa dominante entre sus filas. Empero, el carácter patrimonial del régimen político en Cuba impone un fuerte desafío a la segunda sucesión del liderazgo. La inevitable desaparición de los hermanos Castro y “los históricos“ de la élite podrían condicionar el faccionalismo.
Finalmente, mi principal crítica a quienes han elaborado escenarios prospectivos de democratización consiste en su carácter descontextualizado, aun cuando suscribo la necesidad de un tránsito a la democracia en Cuba.