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Trump, la hora del desencanto

El presidente cumple seis meses con una crisis política inesperada, que no obedece al caos económico y político que ha ido sembrando, sino a un caso que él mismo usó contra el sistema

 

Sleepy Donald: el karma que acecha a Trump | Universidad Torcuato Di Tella

 

Seis meses después de su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump se enfrenta a una paradoja: el hombre que alimentó a conciencia la maquinaria de las teorías conspirativas, como todo buen populista, es devorado por ella. Desde Europa, que observa con creciente inquietud el deterioro institucional de Estados Unidos, esta deriva confirma una advertencia antigua: quien agita el odio acaba siendo su rehén. Trump cimentó su retorno con promesas de revelación: acabar con el ‘Estado profundo’, desenmascarar tramas ocultas y liberar archivos sobre escándalos como el del depredador sexual Jeffrey Epstein. Durante años agitó la sospecha de que figuras demócratas –y algunas republicanas– formaban parte de una red de abuso silenciada por las élites. Ahora, sin embargo, su propia Administración ha reconocido que no existen documentos relevantes ni listas comprometedoras. La reacción ha sido inmediata: un sector de sus bases se siente traicionado. Desde Steve Bannon hasta ‘influencers’ ultraconservadores como Dan Bongino o Laura Loomer, muchos acusan a Trump de cobardía o de haber claudicado ante el sistema.

A esta inesperada crisis interna se suma el caos exterior. Trump ha dinamitado los equilibrios globales con una agresiva guerra arancelaria que ha dañado tanto a sus adversarios como a sus aliados. Ha debilitado la OTAN con amenazas y exigencias desmedidas, mientras reaviva su sintonía con autócratas como Vladímir Putin y Xi JinpingPrometió resolver la guerra de Ucrania «en 24 horas» y traer paz a Gaza, pero hoy ambos conflictos continúan sin tregua, agravados por una diplomacia errática. Su gestión ha sido un catálogo de promesas incumplidas, donde la retirada del liderazgo estadounidense del escenario internacional ha dejado un vacío que otros actores están aprovechando. En paralelo, su política migratoria ha tensado aún más el clima interno y externo. Las redadas masivas, la criminalización de solicitantes de asilo y las medidas sumarias en la frontera han suscitado condenas generalizadas.

El frente económico trasatlántico se ha convertido en otro campo de tensión. Lo que está en juego es una relación por la que fluye el 33 por ciento del comercio mundial. La Unión Europea, que inicialmente intentó evitar una guerra comercial, se prepara ahora para un enfrentamiento directo. Trump ha redoblado la presión amenazando con aranceles más altos y sanciones. Bruselas ha respondido anunciando medidas recíprocas, pero esta vez los aranceles no serán la única herramienta. El problema es que si Europa recurre a su instrumento anticoacción, nunca utilizado hasta ahora, el sistema multilateral basado en la OMC caducaría, regalándole una victoria inesperada a Trump.

Más allá del deterioro de la política exterior o del impacto económico de sus decisiones erráticas, lo más alarmante es el vacío de liderazgo real. Trump ha sustituido la acción por la agitación, el gobierno por el espectáculo. El caso Epstein, que debía ser su golpe maestro contra las élites, ha resultado ser su espejo roto. No porque no existan crímenes que merezcan ser investigados, sino porque Trump convirtió un escándalo penal en una herramienta de manipulación política. Y al fracasar en sostener esa promesa ha erosionado su propia credibilidad ante los suyos. Debemos leer con atención este tropiezo del trumpismo. No sólo como advertencia sobre la penetración del populismo conspirativo, sino como ejemplo de cómo se desgasta una democracia desde dentro. El caso Epstein, lejos de consolidar su liderazgo, ha puesto en evidencia que las armas del populismo conspirativo tienen filo doble.

 

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