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Un árbitro no puede llorar

«Es tal la naturaleza podrida de este deporte y de su entorno que de nada sirve ganar o perder finales. La debacle es estructural»

 

 

Barcelona y Madrid pusieron la emoción, el esfuerzo y el talento en que se basa el fútbol y que había palidecido por el espectáculo dado el viernes por los árbitros con su calamitosa performance, que les inhabilitaba no sólo para pitar la final sino para ejercer cualquier cargo y responsabilidad en un negocio tan importante.

Barça y Madrid compitieron con grandeza, y si hubo un baño en la primera mitad, hubo otro de signo opuesto en la segunda. La final la ganó el Barça en la prórroga, y fue un digno campeón, y merecido, aunque en el partido fue más difícil del que había imaginado. Este sábado el Madrid, que lleva seis de las últimas diez Champions, recordó a los de Flick que la grandeza hay que demostrarla y que pese a haber realizado una muy buena temporada puedes quedarte sin nada si en el momento decisivo te tiemblan las piernas.

Pero más allá del resultado, que es importante y está fuera de cuestión, lo significativo fue cómo la Federación se cargó la Copa, y el fútbol, con la rueda de prensa de los árbitros. Conceptualmente absurda, eso primero. Luego, el espectáculo tan inmaduro, tan poco profesional de unos árbitros poniéndose a llorar y a proferir amenazas. Llamar Ricky, como si estuviéramos en la bolera, al que ha de juzgar el partido más importante de España, es confundir el escenario. Un árbitro no puede opinar. Un árbitro no puede amenazar. Un árbitro no puede llorar. Si dos hombres adultos y se supone que en plenitud de sus facultades no son capaces de aguantar la presión ni de guardar la compostura en una sala de prensa, con preguntas azucaradas hasta la diabetes, ¿quién puede confiar en ellos para dirigir un Clásico en una final? La cancelación del penalti en el último segundo se vio como una concesión -y no lo fue- a Florentino.

El fútbol español se ha vuelto emocional y turbio. Las lágrimas de Ricky, las amenazas del matón de feria ambulante que le acompañaba. Las malas artes de Tebas, la inscripción de Dani Olmo y Pau decretada a dedo por el Gobierno. El estamento arbitral pagado por el Barça durante décadas. Que la prensa deportiva catalana acusara al Madrid de hacer el ridículo por indignarse con las lágrimas y las amenazas, cuando no hay mayor ofensa a cualquier dignidad que el periodismo deportivo que se hace en Cataluña. Tiene gracia que tras tanto victimismo fanatizado, tras tanta metáfora de lo que el Barça como ejército de Cataluña, tenga que ser un presidente del Real Madrid el que sin comedia y de verdad se atreva a desafiar el núcleo del poder corrompido.

Es tal la naturaleza podrida de este deporte y de su entorno que de nada sirve ganar o perder finales. La debacle es estructural. Los clubes serios han de dotarse de un nuevo sistema de competición lejos del alcance de esta banda de incapaces. Todo tiende a la corrupción cuando no eres el propietario del negocio que generas, y uno que se cree más listo quiere enriquecerse con tu dinero.

Ganó el Barça, ganó con un equipo muy joven, ganó aguantando una presión considerable y ganó frente al equipo que mejor compite del mundo. Ganó con todo lo que ganan los grandes equipos, y es muy probable que no sea sólo la victoria de un día sino el comienzo de un ciclo quizá tan luminoso como el de Pep. Pero el fútbol español es un deporte, un espectáculo y una empresa demasiado importante como para estar en manos de estos personajes de cuarta.

 

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