Un esfuerzo descomunal para estar cada vez peor
Lo que más llamó la atención de los empresarios transportistas fue la cantidad de policías que custodiaban el Ministerio de Trabajo. En la calle y dentro del edificio. Era la tarde del miércoles pasado y ellos terminaban la segunda reunión con el Sindicato de Camioneros por la paritaria. “¿Algo más para aclarar?”, le preguntó Gabriela Marcelló, directora de Relaciones y Regulaciones de esa cartera, a Lucio Zemborain, asesor legal de la Federación Argentina de Entidades Empresarias del Autotransporte de Cargas, que se detuvo al ver que Pablo Moyano tiraba sobre la mesa un puñado de servilletas. “Tomá –dijo, y le entregó una–. Ya van a empezar a llorar”.
La ironía expresa la tensión de la audiencia. Callados durante casi todo el encuentro, los empresarios le habían dejado la negociación a Zemborain. Una palabra de más frente a un Moyano puede estropearlo todo. Eran ocho ejecutivos frente a más de 30 camioneros en la sala; el sindicato había llevado a los secretarios generales de cada provincia. La custodia y los recaudos se explican por la sensibilidad del tema y por episodios recientes. Dos semanas antes, dirigentes del sector del neumático referenciados en el Partido Obrero habían tomado durante 48 horas el piso de arriba. Hace un mes otro Moyano, Facundo, y también delante de Marcelló, estuvo ahí al borde de agarrarse a trompadas con representantes de la empresa de peajes bonaerense.
La Argentina está alterada por la inflación. El monto a partir del cual los gremios están dispuestos a sentarse a negociar ha pasado a ser el 94% que obtuvieron días atrás los bancarios. Será así por poco tiempo. Son cifras que remiten a los peores momentos de la historia. Algunos de los que estuvieron el miércoles en el Ministerio de Trabajo recuerdan todavía que ahí mismo, en julio de 1989, el mes en que asumió Menem, pactaron salarios por quincena porque el índice de precios había llegado a 198% mensual.
Para peor, Moyano y los transportistas están lejos de ponerse de acuerdo. Si no se mejora la propuesta, es probable que la próxima audiencia, el miércoles, sea más intensa todavía. “Ya sé cómo termina esto: paro y bloqueos”, comentaba anteanoche a La Nación un ejecutivo desde Mar del Plata, en el Coloquio de IDEA.
Los empresarios saben que viene una semana difícil y quieren involucrar lo antes posible en las conversaciones a Hugo Moyano. Dicen que es más tranquilo y razonable que Pablo. El perfil del moderado define la complejidad de una paritaria: el camionero padre, el combativo de los 90, es ahora el de mayor sentido común. Pero solo pudieron hablar con él por teléfono y tampoco consiguieron nada. El líder de la familia anticipa que, además de una recomposición salarial, el sector necesita esta vez revisar el convenio colectivo.
Pablo es aún menos propenso al diálogo. Viene soliviantado desde la derrota en las elecciones en Independiente. Está molesto con Héctor Maldonado, secretario general del club y antiguo aliado, a quien culpa del resultado. Se propone además a sí mismo un equilibrio discursivo difícil: debe reclamar por salarios con una inflación descontrolada, pero sin atacar a Alberto Fernández, con quien tiene un acuerdo. Es una restricción retórica que los kirchneristas ya superaron hace tiempo. El camionero volvió entonces a su argumento recurrente: los aumentos son responsabilidad de la Asociación Empresaria Argentina.
El país entró en una lógica parcialmente análoga a la de 2001. Los conflictos se dirimen en la calle, pero esta vez con el peronismo en el Gobierno. Por eso el eslogan de IDEA, “Ceder para crecer”. Casi una súplica. ¿Quién dará el primer paso? La primera víctima de este desencuentro es el famoso “plan de estabilización” de Massa. Es probable que nunca aparezca. El ministro pensaba anunciarlo a finales del mes próximo, pero ya admite dudas delante de empresarios. “No existen medidas mágicas”, anticipó ayer en Washington. ¿Cómo aplicar, por ejemplo, como llegó a plantearles a amigos del mundo de los negocios, un congelamiento generalizado de precios y salarios sin que todo quede obsoleto en pocas semanas? El establishment económico no lo ve ahora tan convencido.
El otro sector afectado por esta crisis es el sindicalismo tradicional. Héctor Daer y Carlos Acuña, dos de los líderes de la CGT, vienen haciendo catarsis delante de funcionarios del Palacio de Hacienda. También ellos están incómodos. Se sienten presionados por las bases y por la izquierda, lo peor para un dirigente gremial. Y se quejan de Pablo Moyano: “Nosotros contenemos, este hace quilombo y después Alberto lo recibe a él”, describió uno. Tampoco entienden a dónde va el Gobierno. Acaban de desarmar un acto en San Miguel de Tucumán por el Día de la Lealtad. Lo habían acordado con el Presidente hacía dos lunes, en el asado que tuvieron en Olivos. Hasta esa noche, el Frente de Todos parecía estar de acuerdo en organizar una única celebración. Pero los gremios propusieron en ese encuentro hacerlo en la provincia de Manzur para “alejarse de la interna”, Alberto Fernández aceptó y eso exasperó al día siguiente a Moyano, que no había sido invitado y amenazó con irse de la CGT.
Horas después, ante el revuelo provocado, el jefe del Estado decidió que lo mejor sería no ir a Tucumán. La CGT entendió entonces que tampoco tenía sentido el traslado y también se excusó. Resultado: pasado mañana habrá tantos actos como facciones dentro del peronismo.
Los líderes de la CGT tomaron la precaución de anunciar que la convocatoria propia, en Obras Sanitarias, será sin funcionarios. No hay cuadro más elocuente de la dispersión oficialista. Hasta el Movimiento Evita, la agrupación que más venía apuntalando al Presidente y la única atacada públicamente por Cristina Kirchner, parece haberse resignado. Es lo que al menos entendieron en el entorno de Kicillof: dicen que Emilio Pérsico, secretario del Ministerio de Desarrollo Social y uno de los jefes de la agrupación, admitió personalmente ante el gobernador que la única en condiciones de unir al peronismo era la vicepresidenta. Hay algo constatable: el Movimiento Evita ya no reclama internas con el mismo ímpetu que mostraba el año pasado. Es probable que ahora se conforme con incluir dirigentes propios en las listas de los municipios.
Ayer, en Mar del Plata, varios empresarios hicieron el check-out sin esperar el cierre de Alberto Fernández. El liderazgo de Cristina Kirchner es hasta ahora lo más nítido de una administración que en diciembre de 2019 llegó a ilusionarlos. Lo único relevante y definitivo de la política se resuelve en ese despacho del Senado. Es ahí donde Massa debe acordar su programa. Por eso llaman la atención las últimas pulsiones de autonomía de Alberto Fernández. “Este se mueve como si tuviera el apoyo del 60% del electorado y todo el mundo le tuviera miedo, cuando es exactamente al revés”, le cuestionó un sindicalista.
En la CGT cayó mal, por ejemplo, la designación de Raquel Olmos como ministra de Trabajo. No porque no la respeten, sino porque les pasó lo mismo que a Andrés Larroque: ellos tampoco fueron consultados. Hasta el lunes, en la central de Azopardo estaban convencidos de que acordarían el sucesor de Moroni con el Presidente. Querían como jefe de la cartera a su segundo, Marcelo Bellotti, y que en la Secretaría de Relaciones Laborales se designara a Marta Pujadas, directora de Asuntos Jurídicos de la Uocra. Pero los sorprendió el anuncio. “Nos cagaron”, resumió Gerardo Martínez ante otro secretario general. A estas alturas, la CGT se habría conformado apenas con enterarse antes que el resto.
“Ya está, la vamos a apoyar”, anticipan ahora. No hay muchas opciones. Con ella deberán interactuar en medio del hartazgo social. Es la velada advertencia que Pablo Moyano pareció querer enviarle a la ministra esta semana, cuando recordó que ella había sido menemista mientras su padre enfrentaba al gobierno en los 90: “Esperemos que haya cambiado”, dijo. Habrá que verlo. Por lo pronto, lo que sí cambió desde entonces, y de manera drástica, es el poder adquisitivo del salario. Lo máximo que pueden ofrecer hoy la mejor paritaria y el gremio más combativo del mundo representa apenas un respiro económico por unas cuantas semanas. La peor decadencia: retroceder malgastando energía.