Una catastrófica colisión espacial
Ahora que los billonarios del planeta decidieron tomar el espacio exterior por asalto cobra particular importancia el editorial de la revista NATURE urgiendo a los gobiernos y compañías privadas a establecer un banco de datos sobre el creciente volumen de satélites y basura que circunda nuestro planeta.
Porque el razonamiento más elemental indica que el nuevo pasatiempo de los todopoderosos no hará sino engrosar la masa hoy existente, de 29 mil satélites, piezas de cohetes y otras porquerías susceptibles de ser rastreadas junto a otro millón estimado de piezas demasiado pequeñas para entrar en las estadísticas.
Tan sólo la compañía californiana SpaceX, informa la revista, lanzó unos 1.700 satélites en los dos últimos años como parte de una red de Internet banda-ancha, y planea enviar unos cuantos miles adicionales en competencia con empresas y naciones que incluyen entre sus proyectos el lanzamiento de otros artefactos.
Y la lógica consecuencia es que, como sucede en cualquiera de nuestras vías públicas, la congestión en el espacio incremente el riesgo de colisiones, según constata el centro operativo de la Agencia Espacial Europea en Darmstadt, Alemania, que recibe diariamente cientos de e-mails de alerta, y la NASA que detectó hace algunos meses un orificio en los brazos robóticos de la Estación Espacial Internacional por el choque con alguna basura extraviada en el cosmos.
Son advertencias que apuntarían a la necesidad de fijar normas de circulación en beneficio de los científicos, por supuesto, pero sobre todo del común de los mortales que dependemos de esos satélites para navegar y comunicarnos y bastaría estudiar la manera en que la aviación comercial reguló sus actividades a raíz del boom aeronáutico del primer cuarto de siglo pasado.
Así se salvaron millones de vidas y la labor de los profesionales de la aviación goza ahora de una protección casi total, pero no es fácil extrapolar tal experiencia a un espacio vasto y carente de fronteras que servirían para establecer con claridad las áreas de responsabilidad, más allá del catálogo global publicado por el Comando Espacial Estadounidense que omite, y hay que imaginar las razones, algunos satélites que países como Rusia, China y los Estados Unidos siguen sin reconocer públicamente.
La consecuencia es que otras naciones se han visto forzadas a monitorear los objetos, además de los catálogos comerciales de algunas compañías privadas, con el resultado de una colcha de retazos de información dispersa y de relativa confiabilidad que es insuficiente y demanda la suscripción de una convención internacional que fije parámetros y niveles técnicos de vigencia global.
Una vez más, existe ya el ejemplo en la agencia coordinadora de las Naciones Unidas para las telecomunicaciones pero el asunto se complica cuando las potencias mantienen enjambres de satélites espías circunvolando a sus rivales y, opina NATURE, un paso en el sentido correcto podría ser el traspaso en curso en los Estados Unidos de responsabilidades de la esfera militar al Departamento de Comercio, para apaciguar las tensiones geopolíticas y propiciar la cooperación internacional.
El foro ideal es el Comité de las Naciones Unidas para los Usos Pacíficos del Espacio Exterior, a fin de elaborar una suerte de código de buena conducta entre los principales responsables, apoyado en innovaciones técnicas para detectar los objetos errantes en tiempo real e inteligencia artificial que faciliten maniobras automáticas de prevención de incidentes.
Y es un tema urgente porque tan cuantioso volumen de materiales hace inevitable que tarde o temprano nos sorprenda una colisión de catastróficas dimensiones con el natural perjuicio de la humanidad entera.
Varsovia, agosto 2021.