Democracia y Política

Una cita con…El Observador de Maguncia

Hoy, en la sección «Una cita con…» queremos llamar la atención sobre un tema muy urgente en la América Latina: el muy humano derecho a la libre opinión. A pesar de sus obviamente amplias  implicaciones políticas, no nos desviaremos del norte literario que guía a esta sección; en su lugar, le cedemos la palabra al maestro Ricardo Bada, con un artículo recientemente publicado en el diario colombiano El Espectador, en el que toca de forma muy original el tema referido. Así, sin necesidad de añadir nada más, queda con nosotros don Ricardo.

América 2.1

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max hcvelaar

Una de las personalidades más fascinantes e ignoradas de la literatura universal es la del neerlandés Eduard Douwes Dekker (a) Multatuli, expresión de Ovidio que significa «mucho he sufrido». Multatuli nació en Ámsterdam, 1820, y falleció a orillas del Rhin, en Alemania, 1887.

Fue el primer novelista occidental, de un país colonialista, que se enfrentó a pecho descubierto con una potencia colonial, su propio país, en una novela que de haber sido escrita en inglés o francés gozaría de mayor fama que las de Kipling o Malraux, tan inferiores a Multatuli en el coraje y el talento.

Esa novela, titulada con el nombre de su protagonista, Max Havelaar, supuso un cataclismo en la Europa de fines del XIX, que se creía llamada a la noble empresa de cristianizar y civilizar al resto de la ecúmene. Tan fuerte fue la reacción que Multatuli debió abandonar ese país suyo que siempre se cita como paradigma de la tolerancia y de la convivencia… siempre que no le toquen la billetera, claro está. Pero sus lectores lo querían a toda costa, aunque sólo fuese como corresponsal de un diario en el extranjero. Y qué extranjero: Multatuli se había ido a vivir a uno de los lugares más conflictivos de Europa alrededor de 1865, nada menos que a Renania, donde se miraban de reojo, y feo, Napoleón III y Prusia.

Al fin, un diario holandés lo nombró corresponsal en esa zona crítica, pero bajo la condición de que sus crónicas debían ser pulquérrimamente “objetivas, objetivas, objetivas”, remachó su redactor jefe. Y entonces Multatuli comenzó a enviar crónicas donde traducía los distintos puntos de vista de la prensa alemana: El Tiempo de Hamburgo, El Matutino de Múnich, La Gaceta de Berlín, El Liberal de Fráncfort, El Espectador de Colonia, El Observador de Maguncia… y todo funcionaba a la perfección hasta que alguien descubrió que en Maguncia no existía ningún diario llamado El Observador. Claro que no. Las opiniones de ese Observador eran las de Multatuli, quien había fraguado así el modo de zafarse de la censura “objetiva” que le imponían desde Holanda.

Tengo entretanto más de medio siglo de periodismo a mi espalda, pero puedo asegurar que no conozco otro caso como este, el de un gran escritor doblado de periodista que le haya ganado la partida, de manera tan revolucionaria y original, a los dictados del poder.

Sus colegas compatriotas han aprendido bien esta astuta lección de puro deseo de supervivencia del derecho a la opinión propia: y cuando en la prensa neerlandesa de hoy aparece una columna rotulada El Observador de Maguncia, eso quiere decir que es allí donde el diario está expresando su libre opinión. ¡Loor a Multatuli!

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