Una economía demolida
Al fin el Gobierno rebaja la expectativa de crecimiento del 7 al 4,3 por ciento. La cifra es más realista, pero rompe los presupuestos por la cuaderna y emite un pésimo mensaje a Europa
Es incomprensible que después de que Nadia Calviño, tarde y mal, revisase ayer a la baja la previsión de crecimiento de España en tres puntos, hasta el 4,3 por ciento frente al 7 por ciento que la euforia del Gobierno vendía, la propia vicepresidenta económica se empecine en ofrecer un mensaje de optimismo dando por hecho que la inflación está controlada. Propaganda triunfalista aparte, no es cierto. La inflación no está controlada. Solo ha bajado de una expectativa casi del 10 por ciento hasta el 8,4 por los parches del Gobierno a los precios, que solo son pura coyuntura. No hay estrategia. Seis meses ha estado el Ejecutivo dando vueltas y vueltas a las cifras de crecimiento para España, tratando de negar o relativizar las expectativas del FMI, los datos del INE, las previsiones del Banco de España o los avisos de la Comisión Europea.
Al fin, Nadia Calviño redujo ayer en tres puntos la previsión de crecimiento para España, admitiendo que en ningún caso será ya del 7 por ciento en 2022, sino del 4,3. El cambio es drástico y mucho más realista. Pero ni siquiera eso es seguro. Estamos a las puertas de mayo, queda mucho año por delante, y si algo manifiestan los datos económicos es que España sufre un estancamiento brutal en el crecimiento. Ayer el INE lo calculó en 0,3, muy por debajo de lo que esperaban los analistas, que era el 1 por ciento, o de lo que esperaba el Banco de España, el 0,9. Ese 0,3 supone un frenazo en seco, un estancamiento más que preocupante que nos conduce hacia una estanflación, el peor de los escenarios posibles. Unir un estancamiento radical de nuestro crecimiento a un incremento de los precios conduce a España a una debilidad financiera que no se producía desde hace casi medio siglo. Y el alza de los tipos de interés está a las puertas.
Por eso sobra el infantilismo del Gobierno en el diagnóstico. Mucho ha tardado La Moncloa en asumir la realidad, y ahora pretende seguir poniendo paños calientes al deterioro de nuestra economía. Desde hace meses era una tesis unánime que España no crecería al 7 por ciento de su PIB. Los Presupuestos Generales del Estado fueron ideados y aprobados bajo esa premisa, y ahora solo queda la posibilidad de que le cuadren al sanchismo aumentando el déficit público, y desde luego la deuda, hasta límites no previstos. Y todo ello, incrementando los impuestos a los españoles. Este Gobierno vende humo en nuestro país y después envía a la Unión Europea, al límite de la fecha exigida, una previsión macroeconómica algo más realista, la misma que negaba en conferencias de prensa y comparecencias públicas hace solo dos semanas. España no está saliendo de la crisis. Está bloqueada en ella mientras el Gobierno salva todas sus iniciativas a golpe de decretazos, o a base de cesiones al chantaje del independentismo. Ni siquiera Pedro Sánchez ha hecho amago de sentarse a negociar soluciones a la crisis económica con el PP, que ha propuesto toda una batería de medidas homologables a las de otros países europeos. Su voluntad pactista es nula, salvo con sus socios de siempre, en especial Bildu.
Este recorte de previsiones deja a España sin presupuestos y sin una auténtica política económica. Todo es improvisación, y empieza a percibirse un olor a legislatura moribunda, solo sostenida por los manotazos de un náufrago en altamar. Sánchez aguantará. O al menos lo intentará, pero desde una perspectiva económica será solo al vaivén de los acontecimientos porque no existe una estrategia económica solvente. La recesión ha arrollado a un Gobierno irresponsable que solo escucha los cantos de sirena de un sanchismo escondido en su búnker mientras elude la realidad de una economía demolida.