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Una enfermedad mortal: la irracionalidad política

La persona que actúa sin coherencia en este ámbito, dominada por sus pasiones, es un gran peligro para sí misma y para el conjunto de la sociedad

De entrada, no somos ni racionales, ni libres ni justos. Todos nacemos siendo irracionales, dependientes y parciales. Conviene tenerlo en cuenta, porque esas características están agazapadas dentro de nosotros y emergen con facilidad. Hoy voy a hablar de la irracionalidad política, pero comenzaré hablando de economía. Durante siglos se ha pensado que el homo economicus actuaba utilizando la ‘elección racional’. Según Stiglitz, ‘‘la corriente mayoritaria de teoría económica presupone que los individuos tienen unas preferencias bien definidas y unas percepciones plenamente racionales. Los individuos saben lo que quieren’’.

En los últimos decenios, esa creencia se ha desplomado. Ya lo había advertido Keynes, al decir que las decisiones económicas las toman los ‘animal spirits’, las emociones. Pero fueron Kahneman y Tversky quienes lo demostraron científicamente. La economía conductual, premiada con el Nobel en la persona de Richard Thaler, va en la misma dirección. En palabras de Akerlof, también Premio Nobel, y Shiller,«‘mientras no seamos capaces de incorporar los espíritus animales al análisis económico, seremos incapaces de discernir las fuentes reales del problema».

La irracionalidad humana

Creo que lo mismo podríamos decir de la política. Durante los años que he dedicado a escribir Biografía de la humanidad me he tropezado una y otra vez con la irracionalidad humana. Sus efectos son tan terribles que espero completar lo dicho en ese libro con una ‘Historia de la irracionalidad humana’, con la utópica idea de que pudiera servirnos como vacuna. Recuerdo que hace años me impresionó un texto de la ‘Initiation à l’histoire de France’, de Pierre Goubert, hablando de la estupidez, que él identificaba con la vanidad, como gran motor de la historia:

No toda equivocación es irracional. Algunas que hoy nos lo parecen no lo fueron en su momento porque no se tenían los conocimientos necesarios

“La que empujó a Carlos VIII a jugar con Italia, a Colbert y a su amo con Holanda; a Luis XVI, adulto apenas, a suprimir las notables y últimas reformas de Luis XV; a la Revolución, a atacar Europa; a Napoleón, a ahogarse en España y en Rusia; y a los Estados Mayores a no comprender prácticamente nada entre 1870 y 1940. ¿Quién se atreverá a escribir un ensayo sobre la estupidez como motor de la historia?».

Sobre la estupidez y la vanidad

No toda equivocación es irracional. Algunas que hoy nos lo parecen no lo fueron en su momento porque no se tenían los conocimientos necesarios para tomar la adecuada decisión. Por eso, para considerar que una conducta es irracional, debe cumplir algunas estrictas condiciones:

(1) Tiene que saberse que esa conducta es perjudicial.

(2) Tiene que haber una alternativa disponible y mejor.

(3) En el caso de la irracionalidad política, debe ser mantenida por un grupo, no por un individuo aislado.

La irracionalidad política se rige por cinco leyes, que están calcadas de las que enunció el economista Carlo Maria Cipolla respecto de la estupidez.

Primera ley: siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos irracionales que circulan por el mundo.

Segunda ley: la probabilidad de que una persona determinada actúe irracionalmente es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

Tercera ley: una persona irracional es una persona que causa un daño a otra persona o grupo sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

Cuarta ley: las personas racionales subestiman siempre el potencial nocivo de las personas irracionales. Los racionales, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, tratar y asociarse con individuos irracionales se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

Quinta ley: la persona irracional es el tipo de persona más peligrosa que existe.

Si la irracional estupidez se caracteriza por hacer daño sin sacar beneficio, la racionalidad máxima puede definirse como beneficiar a los demás, sacando al mismo tiempo beneficio. En teoría de juegos se denominan juegos de base positiva‘, o tácticas de ‘win-win’. Una característica de la persona irracional es que no es un demente, ni tiene una disfunción cognitiva. Es una persona normal que, en ciertos momentos y sobre ciertos temas, pierde su racionalidad. En el caso de la irracionalidad política, la pierde por asuntos políticos, aunque en el resto de su comportamiento pueda ser un brillante razonador.

Las pasiones pueden bloquear la razón, pero sin pasión, como ya señaló Hegel, no se pueden emprender grandes proyectos

La irracionalidad es siempre un fracaso de la inteligencia, que puede depender de factores cognitivos o emocionales. Los fracasos cognitivos principales son el prejuicio, el dogmatismo y el fanatismo. Todos se caracterizan por blindarse contra las evidencias o contra los argumentos adversos. Perciben solo la información que confirma el prejuicio, lo que le hace inexpugnableUn racista solo recordará del periódico la noticia de un asesinato cometido por un negro, pero olvidará los cometidos por blancos. Otras veces se inmunizan con un círculo lógico, como en el chiste. Un hombre cuenta a sus amigos quesu párroco es un santo porque habla todos los días con Dios. Los amigo escépticos le preguntan: «¿Y tú cómo lo sabes?». «Porque me lo ha dicho él mismo». «¿Y cómo sabes que no te engaña?». «¿Cómo me va a engañar un hombre que habla todos los días con Dios?».

Errores elogiados como virtudes

Los fracasos de la inteligencia de origen emocional se deben a la intervención de las pasiones políticas. No voy a simplificar el problema. Las pasiones pueden bloquear la razón, pero sin pasión, como ya señaló Hegel, no se pueden emprender grandes proyectos. Tal es su energía. La diferencia está en si es la pasión la que dirige la acción o si está sometida a control racional. Las pasiones políticas pueden ser de tres tipos:

(1) Pasiones que nacen de la misma estructura política de la convivencia, por ejemplo, el patriotismo, el nacionalismo, la afiliación política.

(2) Pasiones que afectan al ser humano en cualquier circunstancia, pero que pueden tener como desencadenante un hecho político o desencadenarlo. El papel del resentimiento, del odio o de la indignación en movilizaciones políticas es evidente. La pasión del poder —que es ubicua— puede convertirse en pasión por el poder político.

(3) La utilización política de grandes pasiones humanas, como la venganza, la sumisión, el miedo, la envidia o el sexo. Maquiavelo es el autor de referencia.

Es terrible el repertorio de horrores provocados por las pasiones políticas, incluso por algunas que son elogiadas como virtudes. El patriotismo, por ejemplo. En ‘Biografía de la humanidad’ solo he mencionado algunas de esas grandes pasiones destructivas, que merecen un estudio mas detallado. Para Herodoto, “la historia es una sucesión de venganzas”. La humanidad ha temblado ante los tres grandes miedos: al hambre, a la guerra, a la peste. Daniel Chirot ha estudiado el papel del resentimiento en las guerras del siglo XX; Fattah y Fierke, el resentimiento islámico. Hace muchos años, Gregorio Marañón interpretó la vida del emperador Tiberio como el triunfo del resentimiento, y Arias Maldonado ha hablado del resentimiento y la democracia. Liah Greenfeld defiende que el principio que ha regido el nacionalismo en el mundo moderno ha sido el resentimiento, que según ella consiste en “un estado psicológico fruto de reprimir los sentimientos de envidia y odio (envidia existencial) y la imposibilidad de satisfacer dichos sentimientos”.

La política española puede volverse irracional. Por eso escribo este artículo. Lo malo es que, si tengo razón, argumentar no sirve para nada. Nos habríamos metido en un círculo infernal.

Pueden ampliar la información en mi blog genealogiadelpresente.com.

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