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Una escena… verosímil

—Poe, tengo que hablar contigo.

—Dime Bioy.

—¿Recuerdas cuando dijiste que escribiendo conseguimos que la gente crea en cosas irreales?

—Sí, claro.

—Pues efectivamente, aquello fue real. Nosotros estuvimos allí.

—¿Dónde?

—En la Rue Morgue.

Poe miró a Bioy sin expresión en la cara. No podía pronunciar palabra al oír esto. Se intuían presencias a las que la luz regalaba el anonimato. El silencio se apoderó del momento, y Bioy, respirando hondo, continuó:

—Todas tus apreciaciones eran reales. Los testigos. La estancia. El cuerpo de las mujeres asesinadas y, por supuesto, tu fabulosa conclusión para llegar al marinero y el crimen en cuestión pero…

—¿Pero?

—¿Recuerdas las voces agudas?

—Sí, los testigos no supieron reconocerlas.

—Exacto, algunos declararon que si parecía italiano, alemán, español, inglés… ¿Te acuerdas?

—Sí, claro. Interpretamos el aullido de…

—La rotación de la tierra, esos 8 Hz. —interrumpió cabizbajo Bioy Casares—, hizo que todo adquiriera un tono agudo y solapado de nuestras voces. Mi argentino mezclado con el italiano de Umberto…

Poe se queda callado y reflexiona. Entonces, ensimismado al oír sus propias palabras nacidas de ese reino de las sombras de las que hablaba Flusser, termina la frase que Bioy había iniciado y susurró:

—… Eco y su Nombre de la rosa.

—Así es, todos nosotros juntos dimos lugar a su personaje en la novela: Salvatore.

Toda ella está llena de guiños de lo que sucedió aquel día.

—¿Te refieres a la magia de las lenguas humanas de las que habla Umberto?

—Si, esa virtud o acuerdo entre nosotros en la que con sonidos iguales, las cosas toman significados diferentes. Todos nosotros construimos el espejo de esa idea allí, en la Rue Morgue.

—Esto tiene mucho que ver con lo que escribí sobre el asesinato –dice Poe entre la reflexión y el habla, en esa sombra donde el pensamiento se construye sin saber muy bien qué es lo primero.

—De ahí el desacuerdo entre los testigos del crimen —subraya Bioy.

—Por eso el inglés debe ser Chomsky, centrado más en las similitudes de las lenguas más que en las diferencias entre todas ellas —sigue pensando, o quizás diciendo, Poe.

—Eso es, Salvatore nace de lo que nos sucedió aquel extraño suceso en la Rue Morgue. Al defender Chomsky la existencia de una gramática universal, como parte de nuestro gen, como patrón al que se adaptan las diferentes lenguas, con él que nacemos, Umberto creó a Salvatore como representación explícita de ello en su novela.

—¿Y el alemán?

—Tú debías saberlo. Describes perfectamente su principio.

—¿Yo?

—Sí, escribiste una crítica al método policial. Decías en referencia al detective de tu novela, Dupin, que disminuía el poder de su visión por mirar el objeto tan de cerca.

—Sí, claro. Dupin era capaz de ver, probablemente, una o dos circunstancias con un poco claridad; pero al hacerlo perdía necesariamente la visión del total del asunto.

—Esto inspiró a Heisenberg para su ‘Principio de Incertidumbre’. Todos estábamos allí a la vez, Poe, así que tu relato y lo que nos había sucedido construyó su enunciado. Aún me pregunto si he de hablar en pasado o en presente —continuó Bioy pensando y hablando a la vez—. ¿Nos había sucedido o nos estaba sucediendo?

El espacio se comprimía según hablaban. Umberto Eco cabeceaba, descubría en cada palabra de Bioy una mezcla entre sentimiento y distancia, la que necesitó para escribir su propio libro, la que le permitió repensar la ficción como real para devolverla a la ficción. Volvió a replantearse su obra abierta y comenzó a temblar al cuestionarse si el proceso podría invertirse de nuevo. Si en un momento determinado su Nombre de la rosa formara parte de lo real y él, quizás como Edgar Allan Poe, hubieran sido tan sólo transcriptores de una realidad que creían imaginada en personajes y que, sin embargo, podía haber sido real como la que él había vivido junto a sus compañeros en la Rue Morgue. De nuevo un suceso más de la sincronicidad, del pliegue. De teorías científicas llevadas a la literatura como muestra de una realidad vivida. Borges sonrió y cabeceó afirmando y disfrutando con todo ello pero no dijo nada. Se mantuvo callado en su doble penumbra.

Poe, sin embargo, aún no sabía que decir. Recordaba cuando escribía el relato y se metió en su personaje, Dupin, quién afirmaba, entonces, que no cree en acontecimientos sobrenaturales.

Bioy, intuyendo sus dudas, las mismas por las que acababa de pasar Eco, le dijo:

—No fueron sobrenaturales, Poe. En efecto.

En ese momento se respira el silencio del ensimismamiento, del pensamiento, de la duda, de la necesidad de saber o de tocar. El espacio sigue en penumbra y nadie sabe qué ocurre a continuación. No hay puertas ni ventanas. No pueden entrar ni salir. Sin embargo, Dupin y Salvatore toman presencia y están ahí junto a ellos y Poe, recordando cuando otro personaje suyo empareda al gato, empieza a temer que también se oiga este sonido estremecedor en un espacio tan difuminado, difuso, intacto como en el que están.

El temor entre lo que es real o lo que es ficción se apodera también de Umberto Eco y Bioy Casares. Pero Borges, comprendiendo todo lo que sucede, se acerca. Abraza a su amigo y sonríe pensando en Bustos Domecq. El trabajar a cuatro manos despierta a Bach y Gould, que se mantenían en silencio tras la tensión creada y, sin mediar palabra, ambos se ponen a tocar el piano juntos.

La música hace su efecto, Bioy sonríe con Borges y Eco saluda con cariño a Salvatore y Dupin, quienes agradecen el gesto al sentirse, hasta el momento, fuera de ‘lugar’.

Poe, a su vez, agradece la música y el canturreo de Gould.

—Así, nadie puede escuchar el maullido del gato —piensa.

 

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