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Velásquez: La religión, un factor importante en el conflicto entre Israel y Palestina

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En Israel y Palestina, como en el resto del Medio Oriente, la religión conforma la identidad de los pueblos y abarca todos los aspectos de la vida social y política. Sería un error concebir la religión en el Medio Oriente según la tradición occidental. Por lo tanto, es un capítulo que hay que abordar necesariamente si se quiere alcanzar una verdadera paz, más allá de compromisos sin voluntad política.

Sin embargo, la dependencia del poder político de las principales figuras religiosas de Israel y Palestina, exceptuando a las cristianas que solo representan a una minoría, les imposibilita jugar un papel protagónico en el proceso de reconciliación. Sería imposible resolver el espinoso asunto del estatuto de los lugares santos de Jerusalén sin el concurso activo del estamento religioso.

Es decir, abordar el capítulo de la religión es obligatorio si se quiere alcanzar una verdadera paz; de lo contrario, la duración de cualquier compromiso sería pasajera. No hay que olvidar que en esa región, la religión determina alianzas y enemigos.

Aunque los países islámicos han expresado su respaldo a la causa palestina, en el contexto del actual conflicto entre Israel y Hamás, las tensiones políticas y religiosas tradicionales en el Medio Oriente persisten e influyen en las posturas de los diversos actores. La división del mundo musulmán entre sunitas y chiitas es una muestra de lo complicado que pueden ser las relaciones entre los dos representantes de esas corrientes religiosas en el Medio Oriente: Arabia Saudita e Irán.

Si bien es cierto que la disputa por el dominio regional se agrava por la división religiosa, debido a que cada uno de ellos sigue una corriente distinta (Irán, en gran medida, la corriente chiita; Arabia Saudita, la principal potencia musulmana sunita, además de ser el guardián de los valores del islam), ese enfrentamiento también se ve reflejado en el conflicto actual en la Franja de Gaza.

En esa división del mundo musulmán entre sunitas y chiitas, Hamás es un caso bastante singular, ya que se trata de un grupo terrorista sunita que ha sido, durante décadas, un aliado de Irán, país que le brinda apoyo financiero y militar. Los otros actores en el Medio Oriente que han realizado ataques armados contra Israel y en apoyo a Hamás son el grupo libanés Hezbolá y los hutíes de Yemen, dos grupos chiitas aliados de Teherán.

La división entre sunitas y chiitas se remonta al año 632 y a la muerte del profeta Mahoma, lo que derivó en una pugna por el derecho a liderar a los musulmanes, pugna que, en cierta manera, continúa hasta el día de hoy. Aunque ambas ramas han coexistido por siglos, compartiendo muchas creencias y prácticas, sunitas y chiitas mantienen diferencias en materia de doctrina, rituales, leyes, teologías y organización.

Los sunitas son mayoría entre los musulmanes; se estima que aproximadamente el 90% pertenecen a esta corriente y se ven a sí mismos como la rama más tradicional y ortodoxa del Islam. De hecho, el nombre de suní o sunita proviene de la expresión «Ahl al-Sunna», que significa: la gente de la tradición. En este caso, la tradición hace referencia a prácticas derivadas de las acciones del profeta Mahoma y sus allegados.

Así, los sunitas veneran a todos los profetas mencionados en el Corán, pero particularmente a Mahoma, quien es considerado el profeta definitivo. El líder de esta corriente religiosa es Arabia Saudita.

Los chiitas comenzaron como una facción política, literalmente «Shiat Ali» o el partido de Ali. Siendo que Ali era el yerno del profeta Mahoma, los chiitas reclaman su derecho, y el de sus descendientes, a liderar a los musulmanes. También cuentan con una jerarquía de clérigos (AYATOLAS) que practican una interpretación abierta y constante de los textos islámicos. Se estima que los chiitas actualmente suman entre 120 y 170 millones de fieles, aproximadamente una décima parte de todos los musulmanes. Son la mayoría de la población en Irán, Irak, Bahréin, Azerbaiyán y Yemen.

Pero también hay importantes comunidades chiitas en Afganistán, India, Kuwait, Líbano, Pakistán, Qatar, Siria, Turquía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Irán es la principal potencia de mayoría chiita.

¿Pero qué rol ha jugado esta división religiosa en los conflictos recientes?

La revolución iraní de 1979 lanzó una agenda islamista radical de vertiente chiita que desafió a los gobiernos sunitas conservadores, particularmente en el Golfo Pérsico. La política de Teherán consistió en apoyar partidos y milicias chiitas más allá de sus fronteras, lo cual tuvo su contrapartida por parte de los estados del Golfo, brindando más apoyo a gobiernos y movimientos sunitas en el exterior.

Los conflictos internacionales generados y alimentados por elementos religiosos son quizás los más complejos del mundo y sus implicaciones son tan profundas que tienen no solo resonancia sobre los estados beligerantes sino que también impactan a la comunidad internacional. En este sentido, el conflicto entre Palestina e Israel es uno de los más agudos de su tipo en el mundo contemporáneo, y su complejidad se refleja en el grado de violencia y duración que lo ha caracterizado. Intereses como la religión, la lucha por el agua, la posición geoestratégica de la zona, la viabilidad de un Estado palestino, el futuro de Jerusalén, los refugiados y las relaciones del mundo árabe con Occidente juegan un papel esencial en el desarrollo del conflicto.

El acceso a los sitios sagrados del Islam y el judaísmo en la explanada de las mezquitas en Jerusalén, como la mezquita Al Aqsa y el Muro de los Lamentos, es parte del origen de esta guerra. Es que Jerusalén es uno de los principales puntos de discordia entre Israel y los Territorios Palestinos. Esta ciudad, que ambas partes reclaman como propia, es la sede de dos de los sitios sagrados más importantes tanto para el islam como para el judaísmo.

El ingreso a esos dos lugares, principalmente para los palestinos a Al Aqsa, se ha complicado en los últimos años. En 2021, fue el escenario de violentos enfrentamientos entre la policía de Israel y manifestantes palestinos, que desencadenaron una ofensiva de Hamás y una respuesta israelí con misiles. Vale señalar que la operación armada lanzada por Hamás el sábado 7 de octubre, y que hasta el momento ha causado la muerte de miles de personas, es conocida como «Diluvio de Al Aqsa”, en referencia al templo clave para los practicantes del Islam; la importancia de esa mezquita radica en el profundo significado que tiene para los musulmanes alrededor del mundo. Según el Corán, el libro sagrado del Islam, ese es el lugar desde el cual Mahoma ascendió al cielo. 

Para los judíos, el Monte del Templo o Har HaBayit, llamada la explanada, es el lugar más sagrado del judaísmo. Los israelíes defienden ese lugar como un centro sagrado para la población judía. Además de esos monumentos, en la explanada también se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, uno de los sitios más importantes de adoración para el cristianismo. Como es de todos conocido, los restos de Jesús, el Mesías del cristianismo, se encuentran en ese sitio.

Visto desde esa perspectiva, Jerusalén es un lugar donde se encuentran los símbolos de las tres principales religiones reveladas: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. ¿Pero cuál es el impacto de todo esto sobre la guerra? 

La religión ha jugado un papel muy importante en el desarrollo del conflicto.

De 1228 a 1919, Palestina fue una provincia del Imperio Otomano. En esa etapa histórica, las tres religiones convivieron en paz. Había una dinámica intercultural en la que había una convivencia entre árabes, judíos y cristianos, lo cual se podía constatar, según la profesora Sánchez Bernal, académica del Tecnológico de Monterrey, en la arquitectura y en los mercados que se construyeron en esa época. Pero es a partir de la colonización inglesa, de esa zona, cuando se originan los mayores conflictos.

Ya en ese entonces habían surgido movimientos nacionalistas tanto judíos, que reclamaban el regreso a la tierra prometida, como palestinos, apoyados por los nacionalismos árabes que surgieron en la región. Es importante señalar que ese es un territorio que siempre ha estado en disputa y, ambos movimientos, tanto el nacionalismo árabe como el sionismo, consideran que Jerusalén debería ser la capital de uno u otro.

Vale señalar que lo más disputado fue, es y seguirá siendo Jerusalén Este, porque es ahí donde se localizan los sitios sagrados. Después de la Segunda Guerra Mundial, la recién creada Naciones Unidas adopta la Resolución 181, que divide el territorio en tres partes: un poco más de la mitad para el nuevo Estado judío, otra parte un poco menor que correspondería a Palestina, y Jerusalén que quedaría como un territorio internacional.

Sin embargo, la demora en el establecimiento de un Estado palestino independiente, la construcción de asentamientos de colonos judíos en Cisjordania y la barrera de seguridad en torno a ese territorio complicaron aún más el avance de un proceso de paz.

A lo anterior se suma la demanda Palestina de que su futuro Estado se conforme de acuerdo con los límites previos al 4 de junio de 1967, antes del comienzo de la Guerra de los Seis Días. Algo que Israel rechaza, así como exige la eliminación de los asentamientos ilegales construidos por el gobierno israelí en los territorios ocupados tras la guerra de 1967; está asimismo el tema de los refugiados que hasta el momento no se tiene clara la cifra real porque cada parte tiene sus propias cifras.

No cabe la menor duda de que uno de los objetivos del grupo Hamas, al atacar a Israel por sorpresa, el pasado 7 de octubre, era impedir las negociaciones para una normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Y es que ese establecimiento de relaciones conformaría una plataforma con tres de los principales adversarios de Irán: Israel, Arabia Saudita y Estados Unidos. Este último ha actuado como promotor de ese acuerdo.

Pero además hay un elemento adicional que se puede perder de vista: la conformación del gobierno de Netanyahu. El Likud, partido de Netanyahu, se alió con agrupaciones ultranacionalistas y de extrema derecha para llegar al poder y, al parecer, la agenda a desarrollar es la creación de un gran Estado judío ubicado desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo mediante la colonización de gran parte de Cisjordania, apagando así las aspiraciones nacionales palestinas y, en palabras del actual ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, «animando» a los palestinos a trasladarse a otros países árabes, incluida la vecina Jordania.

A mi modo de ver, para que haya una oportunidad de una paz duradera, Israel tendría que apoyar un Estado soberano para los palestinos, levantar el bloqueo a Gaza y las restricciones de movimiento en Cisjordania y Jerusalén Oriental. Por su parte, los grupos palestinos deberían renunciar a la violencia y reconocer al Estado de Israel. Algo ya acordado en los diferentes acuerdos firmados y ratificados en Egipto en marzo del presente año 2023. Como siempre sucede, todos los acuerdos firmados se convierten en letra muerta en menos de 24 horas.

El conflicto entre Palestina e Israel, arraigado en décadas de tensiones y disputas territoriales, se ve intrincadamente entrelazado con factores religiosos. La Tierra Santa, hogar de las tres grandes religiones abrahámicas, ha sido testigo de una narrativa compleja que involucra a judíos, cristianos y musulmanes. Por lo tanto, para abordar esas dinámicas, es esencial explorar las claves religiosas que han moldeado y perpetuado este conflicto de larga data.

Luis Velásquez

   Embajador

 

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