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El experimento ha naufragado

 

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Hace casi 22 años que las sendas vitales de Hugo Chávez y Fidel Castro se encontraron por primera vez, en la pista de aterrizaje del aeropuerto José Martí, el 14 de diciembre de 1994. Seguramente ya intuían que era la reunión entre un maestro experimentado y un ansioso discípulo.

El problema para todos los venezolanos es que las habilidades y oficios que dominaba y domina el cubano –sin duda alguna el personaje más notoriamente exitoso en esa materia en la historia de América- eran cómo crear y mantener una sociedad no de ciudadanos, sino de esclavos.

Hugo Chávez lo intentó, vaya que si lo intentó. Y para ello desde los laboratorios castristas se elaboraron nuevas tácticas y estrategias adecuadas para una sociedad política, institucional, social, económica, cultural y mediáticamente distinta a la cubana de mediados del siglo pasado. El objetivo era claro, y era un viejo sueño castrista: controlar el petróleo venezolano, como sustituto urgente de la ayuda provista por la difunta Unión Soviética.

En los últimos 18 años los venezolanos hemos vivido la creación, el auge y la caída del experimento de hacer de Venezuela otra sociedad de esclavos, similar a la cubana.

No uso la palabra esclavo al azar, o como mero sinónimo de alguna otra. Hago referencia al hecho de que no es libre quien no tiene medios posibles para curar su enfermedad; no es libre quien no puede darle de comer a sus hijos; no es libre quien no puede salir de su casa sino bajo la luz del sol, viviendo en un permanente toque de queda; no es libre quien no puede ejercer el derecho democrático a la crítica porque es reprimido; no es libre la sociedad donde la educación es crecientemente controlada por el Estado autoritario; no es libre el joven que no solo no puede pensar y construir su futuro, sino que ni siquiera puede sobrevivir el presente.

Se quiso crear, una vez más, el hombre nuevo socialista, que siempre, en todas las latitudes y momentos de la historia, ha emergido con una horrenda faz de esclavo.

Y como todo proyecto con vocación totalitaria, su objetivo final ha sido convertir Venezuela en un inmenso campo de concentración. Ni el comunismo ni el nazismo se entienden sin tomar en cuenta la centralidad de lo que Albert Camus llamó el “universo de campo de concentración”.

Para perfeccionar ese control, y para sobrevivir un referendo revocatorio que amenazaba al régimen, Castro le sugirió en 2003 a su aprendiz de brujo favorito el mecanismo diabólico de las misiones, instrumentos perfectos disfrazados de “políticas sociales” para convertir a los ciudadanos en mendigos agradecidos de la voluntad estatal.

Mientras, gracias a un chorro petrolero pródigo como nunca, la revolución se convirtió en robolución, en un festín en el cual comieron muchos, civiles y militares, apareciendo otras y más poderosas formas de ingreso gracias a la amistad con las narcoguerrillas de las FARC. Por los incansables esfuerzos de Chávez y sus esbirros, Venezuela es el primer petroestado que se convierte en narcoestado.

Con ellos, como nunca en la historia patria, el crimen ha entrado a ser parte esencial, fundamental y central de la vida pública criolla.

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Pedro Estrada

Hay la tendencia a pensar que todos los verdugos y jerarcas del chavismo, en su ignorancia y crueldad, han sido cortados por la misma tijera. Personajes alimentados exclusivamente por su afán de poder, de riqueza y de figuración. Es claro, por cierto, que al lado de los Maduro, Arreaza, Rodríguez, Cabello, Jaua, etc. Pedro Estrada, el Director de la Seguridad Nacional durante la dictadura perezjimenista,  era todo un inmaculado caballero.

Pero no nos equivoquemos: si bien todos encontraron una forma de realizar su inhumanidad en el experimento castro-chavista, no todos poseen los mismos orígenes ni las mismas motivaciones. Hugo Chávez fue formado, desde muy joven, en el pensamiento socialista-esclavista. Escoge como heredero a Nicolás Maduro porque éste, también muy joven, pudo viajar para formarse en la propia Meca totalitaria castrista. Por eso, en la lucha por la herencia, derrota a un Diosdado Cabello que no estaba formado, sino solamente informado y únicamente interesado en las artes para sobrevivir las purgas y para mejorar su bienestar personal. Podemos estar seguros de que si Chávez se hubiese proclamado liberal, Cabello habría intentado dar más de una conferencia sobre el pensamiento de Hayek.

Los venezolanos, ante el naufragio del experimento esclavista impulsado por Castro y Chávez, estamos en la encrucijada final para poder cambiar el rumbo y el destino patrios. Vivimos un presente trágico que debe cambiarse hacia un futuro transformador y civilizado.

Hannah Arendt, la ilustre pensadora antitotalitaria, nos recuerda que en esa dimensión del presente, ese espacio de tiempo que yace entre lo que ya ha sucedido y lo que está por suceder, es donde prevalecen siempre las luchas por la libertad, prioridad máxima de la política.

No creo que el golpe de Estado del 20 de octubre sea un Plan B. Siempre fue parte esencial del Plan A, lo único que cambió es el modo de realizarlo. Hubo que acelerarlo, ante la constatación de que el chavismo no gana una elección ni hoy, ni en el futuro previsible.

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Como una de las múltiples respuestas de las mayorías democráticas se acaba de producir la grandiosa Toma de Venezuela. Centenares de miles de venezolanos salieron a las calles de todo el país a mostrar al mundo su deseo de vivir una vida decente, plena, en libertad y con la posibilidad de prever un futuro de progreso. 

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Así como el 6-D fue un encuentro victorioso con nuestro destino,  caída la vieja máscara y mostrado ya el rostro totalitario a partir del golpe de Estado que decretó la dictadura el 20-O, hemos iniciado frente a los cultores de la mentira una nueva lucha por la verdad. Y triunfamos y seguiremos triunfando, porque  la lucha por la verdad nunca se entrega, nunca admite rendiciones ni desánimos. Porque, como recuerda Albert Camus, las luchas por la libertad y contra los totalitarismos, “poseen la certeza de la victoria porque tienen la obstinación de las primaveras.”

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