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Venezuela: los fines, los medios y la diplomacia

La crítica situación por la que atraviesa Venezuela, genera un intenso y apasionado debate en los círculos académicos, políticos y diplomáticos, sobre de qué manera es posible contribuir con presiones desde fuera, a una salida para restituir el estado de derecho, la democracia, el crecimiento económico y el bienestar de su población.

Lo primero, es señalar que no existe una única presión internacional al régimen de Maduro. Existe una clara diferencia de presiones, entre por lo menos cinco enfoques activos: una, es la de Estados Unidos, mediante un bloqueo por todos los medios, una fuerte propaganda al más alto nivel, y la amenaza del uso de la fuerza, incluyendo acciones militares, aunque por el momento descartadas. Otra, es la del Grupo de Lima que, mediante declaraciones y acciones concretas, como las recientes reuniones y la presencia de dos presidentes, entre ellos el nuestro, en Cúcuta, ejerce una fuerte presión diplomática y política en sintonía con la OEA y la ONU, y descarta acciones militares. Una tercera, es la de la Unión Europea, de acción diplomática tanto de la Comisión como del Parlamento, que plantea salidas políticas, descarta el uso de la fuerza y acciones militares, y presiona por los canales de cooperación y diálogo político establecidos en el marco de la Asociación Estratégica UE-ALC. Una cuarta, que es la de México y Uruguay que, con matices, también presionan diplomáticamente, por canales menos visibles, sin romper con maduro. Y, por último, la de los organismos multilaterales, como la OEA y la ONU y sus agencias especializadas, como el Alto Comisionado para los DDHH.

En segundo lugar, conviene precisar algunas cosas que se empiezan a confundir, sobre todo cuando cunde la desesperación a medida que pasa el tiempo, el problema se agrava, y no se ven resultados. Y se comienzan a exigir medidas más contundentes y extremas.

Con una comprensible impaciencia, algunos citan los casos de Kosovo, Libia o Siria como escenarios en los que las acciones militares se han justificado. Pero no son comparables en magnitud, profundidad y dramatismo, a la situación de Venezuela, sin por ello desconocer, insisto, en que es de enorme gravedad para su población, e incluso para la estabilidad de la región. En esos casos, por lo demás, ha operado un consenso y concertación internacional, parcial o total, para intervenir militarmente, lo que con Venezuela está fuera de discusión. Excepción hecha de EEUU y algunos arranques extremos del secretario de la OEA, Almagro, que precisamente por eso, ha perdido toda posibilidad de mediación.

Dicho esto, pienso que tal vez el tema esté centrado en el viejo dilema de los medios y los fines. Y en este sentido, habría que tener claro lo siguiente:

1.- El fin perseguido. En este caso, libertad, democracia, respeto a los DDHH, desarrollo.

2.- Los medios deben estar ordenados al fin, y son «el fin mismo realizándose» (Maritain). Por lo tanto, los medios no pueden ser contrarios al fin perseguido. En este caso, todos los medios lícitos conducentes al fin, deben ser aceptados y alentados, y en eso caben por cierto las sanciones económicas al régimen, la presión internacional abierta y reservada (que la hay) y las movilizaciones pacíficas de la sociedad, como lo está haciendo Guaidó y toda la oposición. Porque todo ello a lo que apunta es a la apertura del régimen y a un proceso de transición hacia libertad, democracia, DDHH, desarrollo.

3.- Lo anterior, que es una cuestión de principios, lo es también de orden práctico: ¿en una sociedad fracturada como la venezolana, podemos esperar una transición pacífica, ordenada y social y económicamente no traumática, y una posterior reconstrucción institucional y social, si se ha hecho mediante una intervención militar externa? Los ejemplos de Chile y Sudáfrica, para no ir más lejos, nos indican que el cambio se debe producir mediante una presión política e inteligencia emocional suficiente como para asegurar que la transición sea sólida y proyectada. Recuerdo también los casos de Centroamérica, en los que la guerra civil nada resolvió, hasta que, por el apoyo internacional, especialmente de Europa, trajo los acuerdos de Esquipulas y de Nueva York, y una paz y transición duradera (aún no completada en algunos casos, pero ese es otro tema).

4.- Algunos querrán apelar a la máxima de Maquiavello, de que «el fin justifica los medios». En mi opinión, que no es original, ha habido un aprovechamiento distorsionado de esa máxima, interpretada como que no importan los medios para conseguir un fin. En realidad, decir que «el fin justifica los medios», es exactamente lo contrario: un fin bueno, justifica-exige-requiere medios buenos. Un fin malo, exige-justifica-requiere medios malos. ¿Cuál es el fin perseguido en el caso de Venezuela?

En cuanto a la acción de la ONU y la diplomacia, se trata del ejercicio más clásico de la política: provocar un cambio dentro de los límites de lo posible, pero moviendo dichos límites hasta las fronteras que permitan ese cambio. Pienso que, además, la diplomacia no es un ámbito exclusivamente restringido a las relaciones entre estados. Acaso ¿no se usa la diplomacia hasta en las relaciones interpersonales? Y tengamos por seguro que en estos momentos hay mucha de esta diplomacia en curso para Venezuela. La diplomacia Siglo XXI tiene muchas vías y matices.

Sobre la ONU, y en concreto la ACDDHH, cuando plantea sus posiciones y cuestionamientos al régimen de Maduro o cualquier otro, necesariamente lo debe hacer en el marco de la carta de la ONU, pero especialmente debe hacerlo con la prudencia debida, porque una toma de posición radical -como por ejemplo la de Almagro- corta toda posibilidad actual o futura de interlocución, de mediación y de buenos oficios, para ayudar en la solución. Sobre todo, porque un rompimiento total con el régimen que mantiene el control de la fuerza, deja sin un espacio multilateral de apoyo a los opositores y las organizaciones sociales que sufren el acoso. Los OOII tienen sus lógicas, sus tiempos y procedimientos, y se debe reconocer que quienes ejercen cargos de esta responsabilidad deben, entre otras características, tener la suficiente templanza y prudencia que les permita cumplir sus obligaciones, y no cortarse las alas cediendo a una comprensible indignación que no sirve en el presente ni en el futuro.

Es cierto que a muchos nos gustaría ver una acción más agresiva e incisiva, por ejemplo, de la ACDDHH, pero debemos entender que a cada cual se le debe exigir solo lo que le es propio. En este caso entender que se juega mucho más que la satisfacción de emitir una declaración fuerte para complacer a los más radicales, pero que puede cerrar las puertas que están obligados a mantener abiertas, por lo actual y por lo que vendrá.

Mucho se puede criticar, además, a la diplomacia y la acción multilateral, visible o reservada, sus rituales, sus tiempos, y de hecho muchos la consideran inútil. Un análisis contrafactual, indicaría que, si no fuera por la diplomacia, el mundo sería realmente mucho peor y claramente un caos.

 

 

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