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Víctor Márquez Reviriego: «En España la derecha ha sido fanática y la izquierda sectaria»

No todos los periodistas, profesión hoy tan denostada, pueden presumir de que una Universidad, en este caso la de Sevilla, le haya dedicado una tesis doctoral, ni que una biblioteca pública lleve su nombre. Pero es que este periodista onubense no se atiene al estereotipo y desborda cultura, inteligencia y la aguda capacidad de análisis político de alguien que ha estado en la primera línea de la profesión durante muchos y difíciles años. Desde hace años publica en la revista 'Leer' sus geniales y 'Auténticas entrevistas falsas'

Víctor Márquez Reviriego (Villanueva de los Castillejos, Huelva, 1936) siempre ha sentido cierta repelencia hacia el poder. Así se lo dijo una vez el ex ministro socialista Virgilio Zapatero. Quizá por ello no ha mostrado el ansia de permanencia en los medios de otros periodistas de su tiempo. Fue redactor jefe de la revista Triunfo y el gran cronista parlamentario de la Transición. Sus artículos de entonces, recogidos en tres de sus libros -La tentación canovista, El pecado consensual y Escaños de penitencia- agrupados en un volumen posterior editado por el Congreso de los Diputados, Apuntes parlamentarios, son una fuente directa e imprescindible para seguir el acontecer político de los primeros años de la recuperada vida democrática española. Su crónica del 23-F sirve incluso para refutar el ex combatientismo de aquellos compañeros de oficio que confían en la mala memoria del personal para embellecer su trayectoria. Pero ahí estaba él levantando rigurosa acta. «Si tú lees lo que se ha escrito del 23-F resulta que en la tribuna de prensa había unas 300 personas, con lo cual yo debía de tener un colegio apostólico sentado sobre mis rodillas. Pero estaba medio vacía. Así se escribe la historia», explica ojeando la libreta de aquella jornada, sus notas escritas sobre la espalda de Luis Carandell.

Después, Márquez Reviriego, premio González-Ruano, entre otros, ha sido uno de los columnistas y comentaristas políticos fundamentales de la democracia, adornado por una rara ecuanimidad y el también infrecuente soporte de una vasta cultura. Hoy sigue atento a la actualidad desde un jubiloso retiro, consagrado a su jardín y a unas memorias escritas a mano con la pulcra caligrafía de la vieja escuela.

Ha dejado de ir al Congreso.
San Francisco de Asís decía que para vivir necesitaba muy pocas cosas, y que las pocas cosas que necesitaba las necesitaba muy poco. Yo he pasado en mi vida de que me interesaran muchas cosas a que cada vez me interesen menos. El espectáculo de la política, y digo bien espectáculo, me interesa cada vez menos en sus detalles. Como decía el arquitecto de la Scala de Milán, Giuseppe Piermarini, «tutto e teatro è tutti siamo attori». El parlamento es representativo porque representa a los ciudadanos, pero también porque es una representación. Otro de los motivos es que ya no va nadie a la tribuna de prensa. Todo el mundo está delante de los monitores y es tristísimo. Además el parlamento español, que ya es un parlamento de la posguerra europea, tiene su actividad estructurada en torno a los grupos parlamentarios y todo funciona con previsible disciplina.
¿El parlamento es hoy un reflejo fiel de España, de cómo metaboliza la sociedad el hecho político?
El parlamento siempre es una representación aproximada. Una de las cosas que te enseña la vida es a rebajar las expectativas. Yo hace cuarenta años creía que con unas elecciones íbamos a limpiar las miasmas del pasado. Ahora, en las últimas, me conformaba con que el Ayuntamiento de Madrid se decidiera a retirar por fin las hojas que estaban desde el otoño a la puerta de mi casa. Pasas de querer cambiar el mundo a conformarte con que te limpien la acera. El parlamento no representa exactamente a la sociedad, pero probablemente la sociedad española nunca ha estado tan representada como en los parlamentos de la democracia.
¿Ha seguido la reciente constitución de las cámaras? ¿Qué opina de la polémica sobre las fórmulas de toma de posesión de algunos diputados?
A la nueva presidenta, la sesión se le fue de las manos. Eso hubiera sido impensable, no digo ya con Landelino Lavilla, que ha sido el mejor presidente del Congreso de los Diputados, porque se lo sabía todo, sino con alguien del mismo partido que Batet como Gregorio Peces-Barba.
¿Ha habido un deterioro de la responsabilidad política parejo al de las costumbres, del protocolo democrático, incluso entre los presidentes del Gobierno?
Suárez, Calvo-Sotelo, González y Aznar probablemente tenían más claro lo que es ser presidente de lo que lo han tenido luego Zapatero, Rajoy y Sánchez… Llegar a la Presidencia con 84 diputados es una cosa que hace 20 años hubiéramos dicho que era un imposible metafísico. Últimamente, con el Gobierno de Sánchez o el PP gobernando en Andalucía después de su peor resultado electoral, estamos en el juego del ganapierde. No digo que esto sea ilegítimo. En España la elección de un cargo político es de segundo grado. No elegimos al presidente, elegimos a los señores que le tienen que votar. Cabe el pacto. Es algo de lo que todavía no nos hemos enterado los electores y da la impresión de que tampoco los partidos. Empezando por Ciudadanos.
¿Cambiará Ciudadanos su estrategia a la luz de los últimos resultados electorales?
Ciudadanos no sabe lo que quiere. Pasó de querer ser un partido bisagra como el CDS, o el partido liberal alemán, a querer sustituir al PP, y se va a estrellar, porque no va a sustituir al PP nunca. El modelo de Rivera debería ser alguien como Hans-Dietrich Genscher, que fue ministro del Interior con Willy Brandt y ministro de Exteriores casi 20 años primero con Helmut Schmidt y luego con Helmut Kohl. El pueblo alemán sabía que contaba con los liberales para moderar al SPD por la izquierda y a la CDU por la derecha. Esa es la función histórica de Ciudadanos. Pero parece que Albert Rivera se ha emborrachado de perspectivas y cree que va a ser un Aznar bis.
¿Ha sucumbido Rivera a la dialéctica de izquierda y derecha de la que Ciudadanos quería escapar inicialmente?
Me da la impresión de que el éxito, merecido, sin duda, que Rivera ha ido teniendo le ha hecho perder el oremus. Ciudadanos apuntaba al futuro y él resulta que quiere volver al sistema del pasado. Debería hacer más caso a personas que estuvieron en el ajo fundacional de su partido como Francesc de Carreras y menos a quienes aspiran a toda costa al coche oficial. Me parece que Rivera, que fue campeón de natación y de oratoria, tiene el síndrome de la competición. Pero en política ir con esa mentalidad a todas partes es muy peligroso. La primera mentalidad que tiene que tener un político es la de subsistencia. En política el que no subsiste se va al carajo. Eso lo tenía que haber aprendido también Pablo Iglesias, que se la está jugando.
¿Ciudadanos ha tocado techo?
Va a estar siempre en función del enfado de los electores con sus respectivos partidos. Habrá electores cabreados con el PSOE que votarán a Ciudadanos y electores cabreados con el PP que votarán a Vox o a Ciudadanos. Pero que no crean que van a sustituir al PP. La implantación territorial no se consigue de un día para otro. Alianza Popular heredó la estructura de UCD y el PSOE la memoria histórica del antiguo socialismo, del mismo modo que Podemos ha heredado la del PCE. En eso sí que funciona, la memoria histórica. Y eso Ciudadanos no lo tiene por ninguna parte.
¿Qué opina de Vox?
Es fruto del cabreo y de la decepción, que son cosas que cuentan mucho. En política pasa como en el fútbol. Es el Viva el Betis manque pierda. Los movimientos electorales muchas veces no funcionan por la razón. Vox de momento es un germen coyuntural, y de Santiago Abascal depende que ese germen se deshaga, se convierta en un partido de extrema derecha o qué. Pero en este caso el que está en el fiel de la balanza es Ciudadanos. La realidad ha corregido las ilusiones probablemente un poco desmedidas de su líder. Sin querer, estas elecciones han situado a Ciudadanos en el papel que les corresponde. Espero que sepan desempeñarlo. Y para eso lo primero que tiene que tener Rivera es una piel de rinoceronte.
Es lo más importante, ¿no? Lo ha demostrado Pedro Sánchez.
Es un caso increíble. Un señor desahuciado por su partido, que es diputado y dimite queriendo seguir en política, lo cual es suicida, que pierde como nadie en la historia de su partido y le sale bien. Va a haber que creer que la suerte está con él.
Usted ha conocido a todos los líderes socialistas hasta la fecha. Con González hizo un libro -Un estilo ético: conversaciones con Víctor Márquez Reviriego (Argos Vergara, 1982)- antes de su llegada a La Moncloa. ¿Qué opinión le merece, por contraste, Sánchez? ¿Cuál es su motor?
Su motor es tener el poder, como lo es el de todos los políticos, pero en Sánchez se nota más porque ha podido disfrazarlo menos. González era un socialista gobernado por el principio de realidad. Zapatero me parece que no, y fueron Europa y Estados Unidos los que tuvieron que bajarle a la realidad. De Pedro Sánchez digamos lo que decía Toynbee de la Revolución Francesa: todavía es demasiado pronto para saber qué consecuencias tendrá, porque Sánchez despista a cualquiera. Pero ha demostrado habilidad. Hasta con el golpe de efecto de ir al Elíseo cuando el amigo español de Macron hasta la fecha era Rivera. Pero Macron no es tonto y sabe que el poder lo tiene Sánchez. Él tiene esa mentalidad de supervivencia fundamental en política. No sé si el doctorado de Sánchez es suyo o no, pero en el doctorado de subsistencia tiene un sobresaliente cum laude.
¿Y cómo ve el periodismo?
¿Qué influencia tiene un periódico hoy? En España, en el siglo XIX, la opinión se regía por la prensa, que era minoritaria para la masa del país. Según avanzó el siglo XX fue cediendo espacio a la radio, que llegaba a mucha más gente. En el siglo XXI la opinión se rige totalmente, más que por la televisión, por las redes sociales, que son universales. Y aquí opera la ley física: lo que se gana en extensión se pierde en intensidad, y el nivel va bajando. Hoy sería impensable la influencia de un Ortega con un artículo como Bajo el arco en ruina, cuando la crisis de 1917, o el Delenda est Monarchia, de 1930. Hoy ni Cebrián, ni Savater, ni los directores de periódico tienen esa influencia. Todavía en Triunfo cuando se publicaba una reseña favorable de un libro tenía asegurados entre 500 y 1.000 ejemplares de venta. Eso es impensable hoy. Pero el primer enemigo que tienen hoy los periódicos es la falta de dinero. Si no hay dinero no puedes pagar a gente que haga las cosas bien. Yo nunca he podido hacer lo que de verdad me hubiera gustado, grandes reportajes, porque si decías que te ibas tres semanas a cubrir un acontecimiento te respondían que si estabas loco. Recuerdo uno sobre el campo de tiro de Anchuras saliendo de Madrid a las 6 de la mañana con el fotógrafo y volviendo a las 8 de la tarde para escribirlo y entregarlo al día siguiente. No me salió mal a pesar de todo. Pero había allí una periodista alemana de un periódico modesto que llevaba dos días y se quedaba tres más. Otra cosa que están descuidando los periódicos es el servicio, y es lo primero que tienen que tener. Cuando yo empecé en el periodismo, un diario tan modesto como el Odiel no fallaba en dos cosas muy importantes en una ciudad como Huelva: la lista de entradas y salidas del puerto y la tabla de mareas.
¿Hay inflación de opinión en los diarios?
Pasa algo parecido en las editoriales. Da la impresión de que cada vez hay menos criterio, y tratan de meter mucho a ver si aciertan. Antes un periódico tenía tres o cuatro firmas muy sectorializadas y ahora hay una nube, una epifanía de articulistas. Además se está mezclando información y opinión, y eso no puede ser.
Usted formó parte de la edad de oro de las tertulias políticas que hoy vuelven a ocupar posiciones de privilegio en las parrillas de televisión.
Yo he estado en la que para mí ha sido la cumbre de las tertulias, la de José Luis Balbín, ejemplo de liberalidad, en Antena 3 Radio. Antonio Herrero también respetaba a todo el mundo. Ahora por lo que me cuentan las tertulias son sectoriales y se sabe a priori lo que va a defender cada uno. Es la representación de una de las desgracias españolas, que es que la derecha ha sido fanática y la izquierda sectaria. Tengo que decir que la derecha, quizá porque está más cerca del principio de realidad y es más pragmática, ya no es tan fanática. Pero la izquierda no ha sabido dejar de ser sectaria.

 

 

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