Vilches: Contra la destrucción de Occidente
«La permisividad de la izquierda y el universo ‘woke’ ante las tropelías de los islamistas responde al deseo compartido de acabar con la cultura judeocristiana»
![Contra la destrucción de Occidente](https://theobjective.com/wp-content/uploads/2024/12/TRUMP_ASR_2312_00.jpg)
Ilustración de Alejandra Svriz.
El segundo ascenso de Trump a la Casa Blanca ha generado otra vez un debate sobre el perfil de los liderazgos actuales y su fortaleza. Por supuesto, para la izquierda el republicano es la encarnación del mal absoluto porque contesta con desparpajo el dogma woke. Para la derecha nacionalista –ahora se hace llamar «patriótica»–, es tanto una esperanza como la lógica reacción al intento totalitario del progresismo. También están los que elogian alguna de las decisiones de Trump poniendo por delante que no les gusta el norteamericano porque temen salirse de la zona de la corrección política. Eso sí: con dos copas te confiesan que les mola.
Al fondo está el concepto del mal y la respuesta de los que defienden el bien con coherencia. Es deshonesto, por ejemplo, censurar a Trump por poner a los delincuentes extranjeros en la frontera, y glorificar a Nicolás Maduro a pesar de que ocho millones de venezolanos han salido de su patria huyendo del socialismo, o disculpar que se escondan las violaciones sistemáticas de niñas en el Reino Unido porque las cometieron extranjeros, o justificar la matanza de israelíes. Eso es inmoral, hipócrita y mezquino.
En este mundo relativista donde la verdad es un punto de vista discutible y la ciencia un incordio para la política, se ha olvidado que el mal es la privación del bien, la eliminación de lo bueno que tenemos y nos rodea, de aquello que nos hace personas libres y plenas, como escribió Santo Tomás. Así, al tiempo que sacrifican la cultura occidental al proyecto multiculturalista, hay algunos que se empeñan en que cerremos los ojos a los motores del mal. Es lógico: no quieren que veamos que su paraíso posmoderno no encaja con la realidad.
Por eso me gusta el último libro de Zoé Valdés, De las palabras y el silencio. Un desafío literario contra el totalitarismo y la injusticia (Sekotia, 2025). La escritora insiste en que los que queremos la libertad debemos unirnos frente al mal que provocan los totalitarios. No habla solo de tiranos en otros países, como Cuba, sino de personas y organizaciones que están entre nosotros y que trabajan cada día para atemorizarnos con violencia física o verbal para que callemos y nos sometamos. Valdés lo llama «islamocomunismo o islamoizquierdismo», que abarca más de lo que parece.
La permisividad de la izquierda occidental y el universo woke ante las tropelías de los islamistas en Israel y en nuestra propia casa responde a su deseo compartido de acabar con la cultura judeocristiana. Valdés recuerda que el derecho a defenderse frente al terrorismo y un enemigo que quiere la aniquilación del otro «desde el río hasta el mar», no es solo resistir, sino el afán por retomar las riendas individuales y colectivas de la vida y recuperar el bien.
«El feminismo es ensordecedor cuando no se cumplen las cuotas, pero mudo cuando una mujer es asesinada por un musulmán»
La crítica abarca también al feminismo occidental, cuenta Valdés, que es ensordecedor cuando no se cumplen las cuotas, pero mudo cuando una mujer es abusada o asesinada por un musulmán, o ante las violaciones sistemáticas de mujeres israelíes tras el ataque del 7 de octubre 2023. Tampoco abren el pico cuando bandas de islamistas se dedican a dar palizas a homosexuales occidentales en las calles europeas. En este año de 2025 ya van dos víctimas de estos grupos en España. La última fue en Valencia el pasado 4 de febrero al grito de «¡Maricón!». ¿Y qué decir cuando el mal son los maltratos en matrimonios musulmanes por la simple razón de que ella se quitó el velo?
Valdés escribe desde su residencia en las cercanías de París, una ciudad, dice, que arde como en las películas de futuro apocalíptico, donde la civilización se desvanece día a día, y lo bello y el bien es sustituido por lo sucio, lo feo y el mal. Aquella ciudad que enamoraba, ahora asusta. París arde de mediocridad y de cobardía, escribe Valdés, se extingue en las cenizas de la peor de las miserias: «la miseria espiritual». Esta experiencia parisina, como la cubana, marca su pesimismo, aquel del que ha leído con aprovechamiento y ha vivido con intensidad la pérdida.
La consigna es destruir Occidente, cuenta Valdés. En realidad es la confluencia entre el maoísmo revolucionario que abogaba por la destrucción de los «cuatro viejos» occidentales -cultura, educación, costumbres y tradición-, para la imposición de un nuevo mundo, uno de esos en los que «no tendrás nada y serás feliz». Es la convergencia entre el comunismo y el islamismo, unos aliados de circunstancias contra un enemigo común: la civilización occidental basada en el cristianismo y la libertad. Por eso cancelan, prohíben, reglamentan y retiran elementos de nuestra cultura e identidad, y los sustituyen por otros extraños a la identidad europea.
Quizá desde ahí, del corazón y la razón, de la indignación y la rabia, sale la propuesta de Valdés de crear una alianza judeocristiana para defender la civilización y el bien. Pero la autora pronto cae en el pesimismo de quien conoce la realidad. La prensa, dice, colabora con el mal porque repite una y otra vez el dogma woke y posmoderno, y oculta y retuerce información por pura intención política. A esto se suma que los gobiernos son colaboracionistas y la sociedad está adormecida. Nos queda ir paso a paso, dice la autora. Ahora toca defender a Israel, afirma con valentía, porque es el símbolo de una civilización, la nuestra, empeñada sin éxito desde hace siglos en vencer al mal, y estamos perdiendo la guerra.