Villasmil: Aprender a dudar
Cuando no estamos seguros, estamos vivos.
Graham Greene
“A los infalibles que se pasean por la vida con su morral de certezas absolutas les envidio, pero también le temo a los efectos de sus decisiones. La historia está llena de ejemplos…y los cementerios”.
Ramón Guillermo Aveledo
En franca sintonía con las dos frases con las se inicia esta nota, menciono esta otra, del pensador y científico británico Bertrand Russell, que en buena medida serviría para resumir el estado actual del debate público en casi todo el planeta: “gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”. Qué gran verdad.
Y una consecuencia catastrófica, cuando se trata de enfrentar a una crisis como la del virus chino, es que mientras menos dudas y más certezas muestran los liderazgos políticos, prueban que son seres extremistas, divisionistas y antagónicos. “Ignorantes completamente seguros”, ellos son los únicos que saben, por eso no oyen otras voces.
Recuerdo una entrevista a la excelente actriz británica Tilda Swinton, en la cual ella mencionaba, sin saberlo, a estos nuevos jefes políticos que hoy por desgracia abundan: “Hay algo insano en la carencia de duda; la duda es la que nos hace humanos, sin ella los seres justos y honrados pierden contacto no solo con la realidad, sino asimismo con su humanidad”. Porque somos seres limitados y finitos, con percepciones parciales de la realidad, dudamos, una actitud plenamente humana. La duda afianza la libertad interior de cada persona, es el principio del examen de uno mismo.
No son precisamente seres justos y honrados los líderes de los países que con cifras terriblemente lúgubres, demuestran su fracaso en la lucha contra el coronavirus. Carecen de cordura, de sensatez, de moderación. Evitan, como si fuera una peste, el tener que pensar. Son seres éticamente apáticos, moralmente indiferentes. Si toda incertidumbre genera temor, las certidumbres de estos señores generan desconciertos y sobresaltos aún mayores.
En un ambiente como el actual, dudar ante todo aquello que produce incertidumbre y asombro, tomarse un tiempo para pensar en respuestas adecuadas, para decidir cuál es la alternativa mejor, es lo correcto.
Quienes aceptan y asumen la duda, precisamente por ello están más dispuestos al diálogo, escuchan otras posturas, otros razonamientos. Y con ello dan sentido a otra posible definición de un verdadero demócrata: “una persona abierta a la duda y , por ello, al diálogo”.
Recordemos una vez más al pensador francés Jean Lacroix: “Los que no son seres de diálogo son fanáticos: se desconocen tanto como desconocen a los otros. Solo por mediación del diálogo se realiza uno y se conoce; el diálogo es así, al mismo tiempo que paso de lo individual a lo universal, reconocimiento de libertad”. Mediante el diálogo, el debate y la discusión se realiza el tránsito de bárbaro a persona humana, no se obliga al otro a pensar como uno piensa, sino que se hace un esfuerzo para convencerle y se busca su libre adhesión. Quien dialoga necesita moderar sus emociones, para poder ejercitar el buen juicio.
Luego del reciente informe de las Naciones Unidas sobre el genocidio que está ocurriendo en Venezuela ¿no tendrán dudas, no revisarán su postura, los que –hasta ahora negándose a ver la realidad- han mostrado firme, indudable, disposición de participar en el fraude electoral convocado por la tiranía genocida?
***
Aprender a dudar, nos dice la filósofa española Victoria Camps (en su libro “Elogio de la duda”), implica poner en cuestión los prejuicios, cuestionarse lo que se ofrece como incuestionable.
Ahora bien, con la duda sucede lo que con la tolerancia. Hay cosas que no nos gustan pero toleramos; no obstante, no todo es tolerable. No se puede dudar de todo, ni comenzar de cero siempre, ni intentar borrar todo el pasado para comenzar de nuevo. Asimismo hay otras razones para estar siempre alerta: solo los fundamentalismos esgrimen valores absolutos, irreconciliables con otros valores importantes. Y si algo ha caracterizado a la filosofía, a la búsqueda de la verdad por siglos y siglos, es el escepticismo, el ejercicio constante de la duda para alcanzar el saber.
Montaigne es un ejemplo singular y respetable. Para él, toda reflexión debe partir de la conciencia de la propia ignorancia, por ende la duda es algo normal en la condición humana.
Dudar tampoco implica inacción, mucho menos indecisión. No es convertirse en un Hamlet, paralizado por pensar demasiado en las consecuencias de lo que desea hacer. Tampoco equidistancia entre posturas opuestas. Es un prudente distanciarse de la propia postura para poder evaluar la opuesta, y ver si tiene validez o mérito; es empatía analítica.
En la raíz de cualquier extremismo, advierte Camps, hay una voluntad de poder fácilmente enmascarada por ideales de salvación. Cuídese, amigo lector, de todo jefe político que, desde las alturas de su ego olímpico, se ofrezca como “el sanador [único] de los problemas de su sociedad”, que afirme “solo yo puedo arreglar esto”. En su falta absoluta de duda, muestra una faz grotescamente inhumana.
De nuevo Montaigne: “Quien se sienta en el trono más elevado, no deja de estar sentado sobre su trasero”. De ello sí no hay la más mínima duda.
***
Michael Ignatieff ha afirmado sensatamente que los políticos [realmente democráticos] son necesarios “porque juntan a la gente que quiere cosas distintas en la misma habitación para descifrar lo que comparten y quieren hacer juntos”. Un espacio deliberativo de intercambio de ideas basado en la igualdad y la solidaridad, completaría Hannah Arendt.
Si ha habido un país latinoamericano donde se ha obtenido una gran victoria contra el coronavirus es el Uruguay. Y recuerdo una foto, de hace pocos meses, realmente impactante por extraña: el actual presidente, Luis Lacalle Pou, visitando y conversando con su antecesor, Tabaré Vásquez, de una ideología y conglomerado político rivales y contrapuestos a los suyos. ¿El tema? Cómo unir esfuerzos para combatir el coronavirus. Y mire usted que si hay diferencias posibles entre dos agrupaciones políticas son las que hay en el Uruguay entre el Frente Amplio y el Partido Nacional. Sin embargo, ante la emergencia, dialogaron. Y no dudaron en hacerlo.
La verdadera cultura democrática es dialógica y dialéctica porque gracias al intercambio incesante de ideas y porque las dudas existen y se reconocen sin temor alguno, se produce un sincero afán de superación.
Juzguemos entonces a los que detentan el poder en nuestros países por su capacidad de no temer a la duda, y de aceptar la necesidad de dialogar con todos los dispuestos a hacerlo en su sociedad. Ver si entienden que, ante la fragilidad y contingencia de la condición humana, hay que “aprender a dudar”.
Una pregunta siempre válida: ¿a qué partido político prestar atención, incluso seguir? Convendría hacer caso a esta recomendación de Albert Camus: “si existiera un partido de los que no están seguros de tener razón, ese sería el mío”.