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Villasmil: ¡Ay, Bukele!

 

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue creado en octubre de 1980 como un organismo de coordinación de las organizaciones político-guerrilleras de izquierda que participaban en la guerra civil salvadoreña, y cuyos miembros eran entrenados bajo la tutela del Sumo Sacerdote de la Izquierda Latinoamericana, Fidel Castro.

Nayib Armando Bukele Ortez nació en julio del año siguiente, 1981.

El que -violando la constitución- será reelecto el domingo 4 de febrero presidente de El Salvador fue elegido alcalde de Nuevo Cuscatlán con apenas 31 años en 2012, y posteriormente también de San Salvador, en 2015, ambos cargos bajo la bandera del FMLN. Las cosas no terminaron muy bien entre este joven político y un partido que se anquilosaba con velocidad del rayo; en 2017 es expulsado, sin que los viejos líderes marxistas supieran el favor que le hacían a quien ambicionaba ser mucho más que un militante de izquierda.

El joven político buscó postularse para presidente de la República en las elecciones de 2019 con Cambio Democrático (CD), un partido político de centroizquierda; sin embargo, el Tribunal Supremo Electoral disolvió a CD, lo que llevó a Bukele a participar con la bandera de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), de centroderecha.

​La jugada le salió perfecta: el sistema partidista salvadoreño hacía aguas por esa mezcla tan de moda hoy en América Latina de corrupción, mediocridad e incompetencia. Resultó electo al obtener mayoría absoluta con un 53.10 % de votos, sin necesidad de una segunda vuelta.​

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El Salvador ha sido un país sumido en la desgracia y la injusticia prácticamente desde su fundación. Los salvadoreños llevan doscientos años de derrota en derrota. No es de extrañar que hoy sus ciudadanos vean la política con ojos llenos de ira y rechazo.

Según la encuesta Latinobarómetro de 2020 -de los mejores instrumentos de medición que pueden encontrarse en la región- menos de la mitad de los latinoamericanos apoyan la democracia (46%). Un dato importante y preocupante: los jóvenes se están progresivamente distanciando de la democracia, muestran su apoyo a formas autoritarias de gobierno.

Y no nos equivoquemos: lo contrario de la democracia es alguna forma de tiranía. Fuera de la democracia, solo se logrará resolver problemas creando otros mayores. No hay que buscar muy lejos: allí está la historia.

Un 51% de los latinoamericanos afirma: “no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve mis problemas”.

Un 63% de salvadoreños -más que molestos, hartos de ser humillados- apoyaban calurosamente en la encuesta de arriba una solución “no democrática”. Y ¡voilá! cual conejo saliendo de la chistera de un mago, llegó Nayib Bukele, quien olfateó muy bien hacia dónde soplaban los vientos huracanados de la sociedad salvadoreña. Y con visión adánica, se convirtió en el presidente perfecto para inaugurar otra autocracia populista.

Mientras tanto allí estaban, haciendo de las suyas y de las nuestras, las pandillas asesinas, las maras. Verdaderos engendros del infierno.

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Bukele, bajo un régimen de excepción, implementó medidas novedosamente radicales en materia de seguridad (por ejemplo, inauguró una cárcel para 40.000 pandilleros, una especie de almacén de presos. Dichas medidas han generado críticas de organismos de derechos humanos, pero han sido muy bien recibidas por los salvadoreños). Esta política, centrada más en la venganza que en la justicia, está teniendo resultados vengativamente positivos. El Salvador tiene ahora el mayor número per cápita de presos del mundo.

Si bien Bukele ha indultado a casi 4.000 inocentes condenados, el número de presos sin derechos ni oportunidades de comunicarse con sus familiares es mucho mayor. Por ahora, la mayoría de los salvadoreños al parecer aceptan el argumento de que los encarcelamientos irregulares son un “daño colateral”.

En el camino, junto con miles de miembros de las pandillas y muchos ciudadanos inocentes presos, rodaron asimismo el Estado de derecho y la división de poderes. Bukele no solo ha centralizado el poder, lo ha monopolizado. Asimismo, muchas ONGs han sido consideradas por el Gobierno como “fachadas para la intervención extranjera” (a los venezolanos y nicaragüenses esto nos suena muy conocido). En las elecciones legislativas y municipales de 2021 su partido arrasó, aprovechando ese impulso para lograr la destitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional y el fiscal general de la República, y la ilegal habilitación de la reelección presidencial.

Mientras tanto, a más de veinte expresidentes iberoamericanos que criticaron su ambición reeleccionista (por ejemplo, José María Aznar, Andrés Pastrana, Vicente Fox y Felipe González), Bukele los llamó “asesinos, saqueadores y corruptos”.

Algunos comentaristas arguyen que el “método Bukele” es una solución necesaria, incluso inevitable para El Salvador. Pero lo cierto es que -contrario a lo que piensan y desean algunos- no se puede ser “un poquito demócrata”, como una mujer no puede estar “semiembarazada”.

La democracia no son solo principios, sino asimismo procedimientos que nos hacen ver que hay necesariamente límites, que no todo vale, que para lograr los fines no todo es aceptable.

Carlos Alberto Montaner le aconsejó a Bukele, acertadamente: “recuerde que su país es pequeño y débil. Pero tiene las dimensiones aproximadas de Israel (unos 20 mil kilómetros cuadrados y ocho millones de habitantes). No obstante, Israel se ha hecho rico y El Salvador se ha hecho pobre. Israel debe ser el modelo socioeconómico”.

Bukele controla hoy los cuatro poderes, ejecutivo, legislativo, judicial y uno en que es todo un experto: internet.

Lo cierto es que el “método Bukele” no debe ser considerado un producto de exportación por mucho que lo aprecie la sufrida ciudadanía salvadoreña y de que sin duda sea indispensable priorizar la lucha contra las maras. La terrible realidad es que la violencia de las maras está siendo poco a poco substituida por la violencia estatal.

Concentrar el poder en la voluntad y capricho de una persona deriva en una tiranía. ¿O es que acaso los venezolanos no sufrimos una tragedia que ya lleva 25 años bajo una senda crecientemente autoritaria?

Como asimismo afirmó Carlos Alberto Montaner no hay dictaduras buenas; el autoritarismo populista siempre será dañino. Y pretender exportar el modelo bukelista por Latinoamérica será decretar una nueva muerte de la libertad y de la democracia.

 

 

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