Carta a un amigo chileno
Querido amigo:
Te escribo el 1 de mayo, día casi universal del trabajador, pero en el cual los venezolanos continuamos en medio de un infierno de represión por parte de la dictadura, infierno que ya dura semanas, y que se ha desatado en Caracas y en buena parte de la geografía criolla, ante una protesta cuya ira y deseo de lucha no solo no disminuyen, sino que incluso aumentan.
La impresión general es que el régimen ha arreciado la violencia luego del éxito (en cuanto aumento de la presión de calle, de muestra de voluntad firme y de rechazo contundente a las reiteradas amenazas en los días previos de los principales portavoces del régimen) de la «madre de todas las marchas» en Caracas y en el resto de las principales capitales del interior el día 19 de abril.
Agencias especialistas han calculado que la movilización caraqueña del miércoles 19 de abril superó los 2.5 millones de personas, y en total en todo el país fueron más de seis millones ciudadanos los que se hicieron presentes en la calle, en la luminosidad del espacio público – el espacio egregio de la política, como Hannah Arendt recuerda en sus obras -.
Con cada nuevo día de protesta, con cada nuevo acto opositor, la gente ha mostrado que el miedo no es lo que predomina, pero aumenta por desgracia el número de heridos, detenidos, y muertos. Mientras la represión se ensaña, Nicolás Maduro hace una cadena tras otra de radio y TV, sale jugando pelota o bailando salsa, fracasando una y otra vez en la venta de una imagen de normalidad que nadie cree ni compra.
Me preguntas por el chavismo: desde hace tiempo se conocen las rivalidades existentes al interno de la tiranía; su espíritu rapaz, solo bueno para la corrupción y para la violencia contra el contrario. Su relación íntima con la satrapía cubana. Su necio escape de la realidad a la ficción de una supuesta “guerra económica”. La quiebra casi completa de las finanzas públicas. Una crisis humanitaria que arrecia. Ver personas buscando comida en los pipotes de basura de la calle es una muy deprimente visión que se ha vuelto constante, «normal». Al igual que saber de personas fallecidas por falta de medicinas.
Este 1 de mayo se conmemoraron asimismo los sesenta años de un documento histórico: una pastoral del arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco, en la cual la Iglesia Católica venezolana –al igual que hoy- daba un ejemplo de crítica de fondo a la dictadura (en aquel entonces, la de Marcos Pérez Jiménez). Como en esos momentos, nuestros pastores hoy son modelo de entereza y de rectitud moral. En palabras del padre Luis Ugalde, en artículo reciente: “La Iglesia no puede callar cuando se trata de defender la vida digna, aunque la acusen de meterse en política”.
El otrora apoyo popular hacia el fundador de la tiranía se ha ido desvaneciendo. El miércoles 19 de abril el chavismo intentó replicar la marcha opositora con un mitin en la Avenida Bolívar -otrora lugar escogido por los partidos políticos para los cierres de campaña electoral, hoy no tanto porque es evidente que se ha quedado pequeño-. Ese acto fue nacional (trajeron gente del interior, en autobuses, pagada, y obligaron a miles de empleados públicos a asistir), sin embargo, apenas pudieron llenar dos cuadras de la avenida, algo así como el 25-30% de la misma.
Este 1 de mayo, fue incluso peor que el 19 de abril: la movilización chavista se quedó escuálida –adjetivo que Chávez, cuando se creía eterno, le enrostraba a la oposición; hoy les cuadra perfectamente a lo que queda de sus seguidores-. Se quedaron solos. A los cabecillas-verdugos les queda como sentimientos a flor de piel el miedo, la incertidumbre, la preocupación ante el futuro, ante su futuro, el de cada uno de ellos. Y como únicos recursos, la represión y la mentira, esta última ejemplificada en la nueva burla, en la continuación del golpe de Estado, representada por la propuesta chavista de una “asamblea constituyente comunal”.
El problema de Venezuela no es fundamentalmente jurídico sino político; solo la salida del régimen implica el retorno de la democracia. Los venezolanos pedimos el respeto a la constitución, mientras que la tiranía, en otra muestra de desespero y de sinsentido, ahora busca incluso acabar con la carta magna que promoviera el difunto Chávez.
La cada vez más mayoritaria ciudadanía opositora –en palabras de Albert Camus- quiere “poder amar su patria sin dejar de amar la justicia”; ansía el retorno del mensaje de grandeza heredado de nuestros fundadores, centrado en la libertad, y no –como sucede con el chavismo- en la sangre, la corrupción y la mentira. Gracias a lo justo de nuestras certezas y de nuestras razones la victoria –sufrida, dura y todavía necesitada de mucho esfuerzo y sacrificio- está cada día más cerca, así como la derrota chavista es inevitable.
El pueblo ha probado una y otra vez que no les tiene miedo, que se lo queden todito ellos. Hay un viejo dicho criollo: «O corren o se encaraman». Y ante cada muerto, ante un nuevo herido, detenido o vejado, el pueblo está cada día más firme y digno. En cada rincón del país. Porque sabe que tanto la lucha por reconquistar la democracia, como el ejercicio de la democracia misma, son construcciones colectivas.
Necesitamos, eso sí, del exterior, constancia y firmeza en la denuncia y en la exigencia de respeto a la Constitución, lo cual conlleva la adopción de las medidas solicitadas por la oposición política, y por notables instituciones como la Iglesia Católica: libertad a los presos políticos, respeto a las atribuciones de la Asamblea Nacional, apertura inmediata a canales y soluciones de ayuda humanitaria, un Consejo Electoral y un Tribunal Supremo realmente independientes, y una clara hoja de ruta que incluya unas elecciones generales este 2017. No más «paños calientes» declarativos, o «llamadas a un diálogo» de muy difícil concreción, ya que el chavismo, en casi 20 años en el poder, nunca lo respetó ni buscó con sinceridad. Que la gente sienta que no estamos solos, y que su deseo de libertad y de salida de la opresión es comprendido y acompañado afuera, en especial por nuestros vecinos cercanos en la geografía y la historia, porque la mayoría de ellos ha vivido tragedias parecidas. Y si bien los tiempos -el sentido de urgencia- de la diplomacia, de las relaciones exteriores, y de la confrontación con una dictadura casi nunca calzan, entiendan que esta es la lucha de un pueblo desarmado frente a una dictadura cruel y que está exterminando, mediante diversas vías, por razones políticas -mantenerse en el poder como sea, a sangre y fuego- a un pueblo. Eso, dicen los diccionarios, se denomina genocidio.
Quiero destacar la hermosa declaración que diera a una agencia internacional un universitario de 22 años, mediante una pancarta en que se leía: “El que no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas”.
Porque como dice nuestro himno nacional:
«¡Abajo cadenas,
gritaba el señor,
y el pobre en su choza
Libertad pidió».
Concluyamos esta carta de nuevo recordando a ese indomable luchador por la libertad no solo de su pueblo –en momentos en que estaba enfrentado al nazismo- sino de todos los pueblos, Albert Camus: “Si ya estaban vencidos en sus mayores victorias, ¿qué no será con la derrota que se les avecina?”.
Un fraterno abrazo,
Marcos