Villasmil: Coronavirus, miedo, duda y mentiras
Es conocido el hecho de que en tiempos de crisis – y vaya si estamos viviendo globalmente la mayor crisis de nuestras vidas – salen de sus cuevas adivinadores, demagogos, cantamañanas, charlatanes y demás bichos de uña que buscan alimentar por encima de todo su ego (y algunos, incluso sus cuentas bancarias). Bien se sabe, por ejemplo, que los únicos que se benefician de los libros de autoayuda son sus autores.
Gracias a la pandemia (y al envío diario vía redes sociales de miles de mensajes, consejos y advertencias que se contradicen entre sí) varios sentimientos con tendencia negativa han hecho predecible aparición entre la gente; tres de ellos son inevitables: incertidumbre, miedo, duda. Lo cual me lleva a compartir unas líneas de un poeta austriaco, Erich Fried (gracias a quien me las envió, quien es su traductor al castellano, el querido amigo Ricardo Bada):
“No dudes
de aquél
que te dice
que tiene miedo
pero ten miedo
de aquél
que te dice
que no tiene dudas”.
Entran entonces en escena algunos de los más conspicuos representantes de la dirigencia política, que en lugar de unir a su sociedad en torno a una lucha que es responsabilidad de todos, dividen, mienten, siembran dudas y miedos. Dividámoslos en dos clases: los que ya son así desde hace mucho tiempo, es su marca de fábrica porque responden a una franquicia política autoritaria e inhumana, como Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel, Xi Jinping, Vladimir Putin, los jefes iraníes. El segundo grupo lo conforman dirigentes escogidos democráticamente, en elecciones libres, pero cuyo comportamiento frente a la tragedia del coronavirus ha dejado mucho que desear; algunos ejemplos pueden ser Pedro Sánchez, Andrés Manuel López Obrador, Jair Bolsonaro y ese bochinche que intenta dirigir Italia.
Ninguno de ellos tiene dudas. Sus certezas, por ende, son muy peligrosas. La duda en sí misma no es negativa, al contrario; es una de las expresiones de humanidad a la hora de interpretar la realidad. Por ello, su carencia –o desdén hacia ella- hace preocupante la conducta de los liderazgos mencionados arriba. Porque la duda no necesariamente tiene que conducir a la parálisis; puede llevar al análisis racional, a prever diversos escenarios, a fórmulas empáticas, a buscar consejos entre quienes sí saben del problema. Y en lenguaje de Daniel Kahneman, a evitar en los posible todo tipo de prejuicios cognitivos, siempre manipuladores y distorsionadores de los hechos.
El miedo y la duda forman una combinación temible, y si a ellos unimos la mentira (suprema alimentadora y provocadora de ambos) tenemos eso que llamaríamos la tragedia perfecta, que puede conducir incluso al pánico, una conducta irracional a todas vistas, y de la cual, una vez desatada, es difícil escapar. Vale la pena mencionar esta frase de un periodista alemán, con una sorna que no busca ocultar la realidad: “como las cosas sigan así, según las leyes de la economía el 95% del papel higiénico mundial estará muy pronto en poder del 5% de los alemanes”. Y si esas conductas se han visto en la muy sensata y racional Alemania, que al momento de escribir estas líneas sigue ofreciendo algunos de los mejores resultados en el combate al virus, qué nos queda al resto.
Estamos viendo que gracias al miedo, la duda y el pánico está re-emergiendo el virus como metáfora (no es la primera vez, por desgracia). En palabras de Ian Buruma: “hay una larga historia del uso de la enfermedad para impulsar el odio y la xenofobia”. Cuando la peste negra (la plaga del siglo XIV) devastó Europa, los culpables principales fueron los judíos, los leprosos y los extranjeros (“los otros”, “los distintos”, “los enemigos”). Siempre alguien termina pagando el pato; y mientras más lejos del poder esté, mejor, porque como en todas las guerras, los muertos los pone en su gran mayoría el ciudadano de a pie.
La palabra “enemigo” en este contexto puede traer consigo connotaciones muy siniestras, sobre todo cuando históricamente ella ha estado a veces unida a toda clase de supersticiones y supercherías. Hoy, se mezcla con la mentira para afirmar que el virus sería un “arma biológica” diseñada por un laboratorio enemigo (chino, si usted es occidental y más o menos demócrata, y gringo, si usted responde a estímulos ideológicos autoritarios, especialmente comunistas).
De allí que preocupe la creciente ola de ataques contra extranjeros –allí están los miles de asiáticos acusados de ser “chinos”, y por ello necesariamente portadores o “culpables” del virus-, o contra los millones de migrantes que pululan por todo el planeta. Frente al cariño muchas veces de boquilla entre latinoamericanos (los “hermanos” que debemos apoyarnos en todo tipo de actividades, en especial las deportivas, frente a los rivales de otras latitudes) ¿cómo no preocuparnos por los más de cinco millones de compatriotas venezolanos emigrados buscando nuevas esperanzas para su vida, y que hoy están siendo al menos vistos con sospecha ante el miedo de que sean portadores del virus?
Advierte también Buruma sobre la alarmante tendencia en algunos actores y opinadores, desde una errónea perspectiva “darwiniana”, de hablar de la necesidad de sacrificar a los ancianos y enfermos en la actual crisis a fin de “salvar la economía”. Hacen recordar el viejo dicho criollo: se cuenta y no se cree.
Por su parte, vemos a la corte castrista-chavista-orteguista, luego de sus efluvios diarios contra los Estados Unidos, usar la desgracia que viven sus sociedades para intentar atornillarse en el poder, o incluso sacarle provecho económico -Maduro pidiendo plata a todo el que se le ponga enfrente, incluso al odiado hasta hace pocos días FMI; y los castristas ofreciendo desvergonzadamente a todo el mundo la mano de obra esclava de los médicos cubanos-. Inhumanos en los tiempos normales, más aún ante las desgracias.
Repitamos que el miedo y la duda hacen una combinación peligrosa; es menester asimilar que ya la viven venezolanos, cubanos y nicaragüenses desde mucho antes de que llegara el COVID-19, bajo regímenes que se articulan narrativamente en torno a la mentira, la misma que hacen que se desconfíe de sus informaciones y estadísticas sobre el impacto del virus en sus países. Tiranías que desearían que sus periodistas y funcionarios médicos y sanitarios usaran rodilleras y no mascarillas.
La trilogía “socialista del siglo XXI” y sus amigos autoritarios en otras latitudes, al igual que los Sánchez, Bolsonaro o López Obrador son un ejemplo perfecto de que desde la mentira, la soberbia, el chovinismo y los prejuicios, unidos a la incompetencia y la arrogancia, no se puede combatir una pandemia.
Mientras tanto permanezcamos en nuestras casas, y recordemos el viejo dicho tico: “por dicha la vida sigue”. Cómo y cuándo volveremos a abrir nuestras puertas y abrazar o dar la mano a nuestros semejantes está por verse. Esperemos con espíritu sereno y expectativas templadas.