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Villasmil: El derecho a no ser engañados

 

Que la mentira es una práctica presente en el paisaje político no requiere mucha comprobación; de hecho, la mentira política es un mal endémico, un fenómeno tan antiguo como la propia política.

¿En qué consiste la mentira política? en la deliberada distorsión de la verdad con el fin de manipular la opinión pública, obtener ventajas electorales o justificar acciones ética o moralmente controvertidas.

¿Por qué mienten los políticos?

Entre las diversas razones por las cuales los políticos recurren a la mentira podrían mencionarse que, al difundir información falsa o engañosa, se puede influir en la percepción que tienen los ciudadanos sobre ciertos temas, orientando sus opiniones en un sentido favorable a los políticos; la mentira también puede ser utilizada como una herramienta de campaña para desacreditar a los oponentes, generar entusiasmo en la base electoral o movilizar a los indecisos. En ocasiones, se recurre a la mentira para ocultar información comprometedora o para justificar decisiones impopulares; la mentira puede servir asimismo para proteger los intereses de determinados grupos de presión o para ocultar conflictos de interés.

 

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Bien se sabe que todo ello conduce, por desgracia, a generar un clima de desconfianza generalizada hacia las instituciones políticas; contribuye a polarizar a la sociedad, dificultando el diálogo y el consenso; socava los fundamentos de la democracia, al impedir que los ciudadanos tomen decisiones informadas, y limita la capacidad de la sociedad civil para controlar el poder político.

En nota reciente, Antonio Garrigues Walker y Luis Miguel González de la Garza, destacan que “el engaño persistente y continuado tiene efectos peores que el error, como es la confusión social intencional. Del error se puede salir; de la confusión, no, y las sociedades confusas son el peor efecto de la posverdad”.

Las democracias deben basarse en la veracidad de sus representantes para que estas puedan funcionar correctamente. Sin embargo, la época de la posverdad en la que vivimos ha causado verdaderos estragos en el uso político indiscriminado de la mentira; sin las tecnologías electrónicas y ahora la inteligencia artificial, esto no hubiese sido posible en la escala y magnitud que hoy se observa.

Estamos sufriendo en las sociedades democráticas un poder prácticamente ilimitado para el engaño; ya no se usa la expresión política para razonar entre seres racionales, sino como un instrumento de propaganda capaz de ignorar por completo la verdad.

La reciente sentencia de la mayoría conservadora en la Corte Suprema norteamericana, que libera de buena parte de responsabilidad en sus actos al presidente de ese país -una sentencia con nombre y apellido, lo cual normalmente no es una buena señal- prácticamente no solo favorece la mentira, sino incluso la realización de actos criminales. Por lo visto, para los seis magistrados conservadores gringos el asalto al Capitolio en enero de 2021 no ocurrió nunca.

Siguiendo con Garrigues Walker y González:Una sociedad basada en el engaño político persistente sufre repercusiones sociales profundamente dañinas, empezando por el efecto de la imitación. Los ciudadanos imitan la conducta de sus políticos para bien o para mal, como modelos, continuando por el desconocimiento de la realidad y sus consecuencias nefastas en todos los órdenes humanos de la convivencia”.

“Es por ello por lo que el derecho a no ser engañado es tan importante para la sociedad, para cualquier sociedad”.

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Lo que se intenta hoy entonces, es “normalizar” la mentira en la sociedad. Peor aún, no solo se miente, sino que a ese desafuero ético se le suma algo tanto o más reprochable: la calumnia y el insulto hacia los rivales.

El actual candidato presidencial republicano ha perfeccionado con los años esta técnica: en 2020, en uno de los debates con Joe Biden, le preguntaron por qué había reenviado un tuit en el que se afirmaba que “Osama Bin Laden no había muerto, y que el presidente Obama y su vicepresidente Biden habían dado la orden de asesinar a los marines que habían participado en la supuesta operación para que no hablaran de la misma”. Trump simplemente afirmó -con la tranquilidad con la que comentaría un torneo de golf- que “al no ser él quien había escrito el mensaje original, no tenía responsabilidad alguna; él simplemente lo había reenviado” (sic).

Hace poco hizo lo mismo, para peor, y otra vez indicó que él no tenía responsabilidad alguna: debo disculparme ante el lector, porque voy a traducir lo señalado en este reciente tuit, reenviado por Trump (él, siendo todavía el favorito y muy posible próximo presidente gringo en noviembre, se sintió en libertad política, moral y ética de hacerlo): el tuit lo origina un miembro de uno de los grupos supremacistas y neonazis que apoya a Trump, donde, luego de colocar una foto de Hillary Clinton y de Kamala Harris, señala que «Es curioso cómo las mamadas (blowjobs) impactaron en sus carreras de manera diferente…» en el caso de Hillary en referencia al affaire Bill Clinton y Monica Lewinsky, mientras que a Harris supuestamente  le habrían sido muy útiles para su ascenso profesional y político.

Es difícil encontrar un ejemplo de mensaje más repugnante en una campaña política democrática que ese tuit. Y debería dar que pensar por qué Trump se siente sin límites a la hora de insultar, vejar, humillar, y claro, mentir (salvo a su fraterno amigo Vladimir Putin).

El derecho a no ser engañados parte del principio de que no hay fines que justifiquen cualquier medio. Ni siquiera para Trump.

Merece mencionarse que en el debate de este martes 10 de septiembre, Kamala Harris logró sacar de quicio a Trump, y ponerlo a decir falsedades como que los inmigrantes (haitianos) en Springfield, Ohio, «se comían las mascotas, los perros y los gatos de los ciudadanos de esa ciudad». Los moderadores del debate le replicaron inmediatamente que eso era falso, pero él insistió «que lo vio en la Tv». 

Como si no fuera suficiente, a Trump le apareció un inmenso dolor de cabeza inmediatamente después de terminar el debate: la cantante más popular de los EEUU (y de todo el planeta), Taylor Swift, mandó un mensaje por Instagram a sus 283 millones de seguidores, donde señala que votará por Kamala Harris. Lo hizo colocando una foto de ella con su gato, bajo el título «Dama gata sin hijos» en clara referencia al candidato a vicepresidente de Trump, JD Vance, y su infortunada afirmación de unas semanas atrás donde criticaba a las mujeres norteamericanas «solteras, sin hijos y con gatos» (sic).

¿Por qué la cantante lo hizo? Ella dio varias explicaciones, pero la fundamental es que la campaña de Trump, usando Inteligencia Artificial, sacó en julio una publicidad -claramente falsa- de ella supuestamente apoyando a Trump. Por supuesto, la cantante se indignó. Y si el expresidente ya estaba perdiendo el voto joven, ahora ella va a usar su abrumadora popularidad para hacer campaña con el fin de motivar a los jovenes a inscribirse para votar, y a hacerlo por la candidata demócrata.

Una frase del mensaje de Swift en Instagram: «la forma más simple de combatir la desinformación es con la verdad».

 

La publicación de Taylor Swift en su cuenta de InstagramLa publicación de Taylor Swift en su cuenta de Instagram

 

Concluyamos con una sabia frase de Hannah Arendt. Tiene más de cinco décadas de escrita, pero está más vigente que nunca:

«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras.»

 

 

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