Villasmil / Elecciones EEUU: La Danza Poco Ética del GOP
Una de las características más notables de la elección norteamericana de 2016 es que lo que comenzó como una batalla política usual se ha convertido en una batalla fundamentalmente de valores. Y ello no debería sorprender dado el grado de deformación ética ocurrido en los últimos años en el partido republicano.
Los culpables -ya sospechosos habituales- incluyen a una directiva partidista que perdió las brújulas política y ética hace años, una derecha religiosa extrema que desde hace tiempo pasta en terrenos fundamentalistas, diversos grupos de intereses –como la Asociación Nacional del Rifle- que colocan sus ambiciones parciales por encima del bien común general, y buena parte de una élite intelectual y mediática que ha abandonado las tradiciones del pensamiento y praxis conservadores, así como los siempre frágiles valores cívicos que las caracterizan.
Pero como estamos hablando de un partido político y no de un grupo de académicos, la falla central debe encontrarse en un liderazgo republicano que se ha venido a menos alarmantemente, siendo necesaria la eclosión de Donald Trump para que sus carencias de todo tipo salieran a flote, gracias a un candidato que ha entronizado en el debate público la posibilidad de odiar y despreciar al “otro”, sea éste negro, mujer, musulmán, asiático, gay o latino.
El ejemplo más reciente en esta accidentada campaña se nos presentó con el escándalo del “video sexual” de Trump. Varios paladines republicanos –por no hablar de líderes religiosos protestantes- han intentado cuadrar el círculo de su apoyo a Trump a pesar de que no se necesitaban más pruebas de su miseria humana.
Un dato a mencionar es que la respuesta de muchos dirigentes y candidatos republicanos ha sido seguir el verso guía de Trump: “Bill Clinton es peor”. Nos recuerda el tipo de respuesta inmadura que da un niño cuando es descubierto por la maestra in fraganti cometiendo una falta: “fulanito hace lo mismo, y usted no lo regaña”.
Los apologistas del candidato-frankenstein enfatizan que una cosa es alegar y otra probar lo afirmado, como si las alegaciones hubiesen sido hechas en un grácil ambiente de credibilidad del señor candidato, sin tomar en cuenta toda la fértil gama de ignorancias, insultos y fallas de carácter que caracterizan la conducta de Trump.
Ningún dirigente republicano, ni uno solo, se dio por enterado cuando Trump, en una muy paradójica declaración de defensa, afirmara que en el video en realidad estaba mintiendo, que él no trataba a las mujeres como había afirmado tan festivamente. De inmediato, como un río que no parece tener fin, más de una decena de mujeres en todo el país han replicado que no, que esta vez, en la grabación, Trump sí decía la verdad.
Muchos candidatos republicanos al Senado y a la Cámara de Representantes desde la Convención republicana -e incluso antes- han bailado frente al “problema Trump” una danza falta de ética, vergonzosa y con un equilibrio incierto, porque necesitan los apoyos de los votantes más fieles al trumpismo, pero al mismo tiempo de los millones de independientes que según las encuestas rechazan al empresario. A los anti-trumpistas lucen como faltos de principios, y a los trumpistas, desleales.
Dos ejemplos egregios provienen de las filas abundantes de pre-candidatos republicanos a la presidencia; nunca hubo en la política norteamericana un grupo candidatural tan amplio en lo cuantitativo, y tan mediocre en lo cualitativo. El primer ejemplo, el tejano Ted Cruz, apoya todavía a Trump, a pesar de que el hoy candidato insultó a su esposa repetidamente; el segundo, Marco Rubio, a quien Trump llamó “Little Marco”, a su vez respondió llamando al empresario “estafador y peligroso”. Hoy, le mantiene su apoyo a la presidencia.
Marco Rubio
Little Marco está teniendo más problemas de los previstos para su reelección; a su ética se le une un alto promedio de inasistencias a su trabajo, al Senado. En un reciente debate en Miami con su contrincante demócrata Patrick Murphy, éste le dijo: «Si usted votara tanto como miente, en realidad podría ser un buen senador».
El propio Barack Obama, haciendo campaña en Miami, cuestionó las acciones de Rubio: «¿Cómo puedes llamarlo estafador y peligroso, y haber objetado todas las cosas polémicas que dice, pero todavía vas a votar por él?», preguntó el mandatario.
«Vamos hombre. Tú sabes qué es eso, es el colmo del cinismo».
El influyente periódico Miami Herald, luego de haberlo apoyado siempre, le quitó su respaldo a Rubio, debido al apoyo del senador a Trump.
«¿Cómo pueden los votantes creer que (Rubio) es sincero cuando dice que no comparte las terribles posturas de Trump sobre los mexicanos, los inmigrantes, los musulmanes, las mujeres, etc., sin embargo – al mismo tiempo – mantiene su respaldo al multimillonario de Nueva York?», escribió el periódico en un editorial de apoyo a Murphy.
Sin embargo, el más reciente escándalo FBI-emails de Hillary Clinton lamentablemente quizá le dé oxígeno final a candidatos como Rubio.
Paul Ryan
Un tercer ejemplo es Paul Ryan, el portavoz de la Cámara de Representantes y ex-candidato a vicepresidente con Mitt Romney. Por meses ha casi literalmente deshojado no una sino varias margaritas para decidir si le brindaba su apoyo a Trump, luego si se lo quitaba, o si votaba por él pero no hacía campaña, etc. Al lado de Ryan, Hamlet luciría como un hombre muy seguro de sí mismo.
En ocasiones Ryan ha querido venderse como un hombre de principios, en otras como un pragmático que es leal a su partido. Lo real es que su rechazo –parcial- a Trump fue muy tardío como para lucir un gesto principista, y demasiado anticipado como para convencer a los trumpistas que lo hacía en defensa de sus intereses.
Ryan ha presidido una Cámara de Representantes altamente radicalizada, negadora de todo diálogo, y por ende anti-política. En democracia, las responsabilidades de un partido de oposición son muy importantes a la hora de equilibrar poderes y pareceres, de ofrecer visiones contrastantes de la sociedad, sus problemas y las enmiendas pertinentes.
Todo este liderazgo reaccionario, que no conservador, da muestras de poseer ese virus que se da hoy en muchas sociedades: la confusión entre las leyes (derecho positivo), la moral y sus principios, y la política. A problemas políticos se le dan respuestas morales, o las leyes son consideradas insuficientes para organizar el Estado si mi postura religiosa no se impone.
Por ocho años el partido republicano se ha deslizado por el tobogán negador de toda convivencia con el Ejecutivo de Obama. Hoy, la Corte Suprema de Justicia carece de un magistrado (ante la muerte de Antonin Scalia) porque el Senado controlado por los republicanos veta cualquier candidato propuesto por el actual presidente demócrata. Ni siquiera acepta discutir nombres.
Lo cierto es que Trump se merece al actual GOP, y el actual GOP se merece un candidato como Trump. Y si usted, amigo lector, cree que el problema es simplemente Trump, imagínese a un partido republicano con un fundamentalista religioso como Ted Cruz de candidato presidencial.
Es que, perdidas las brújulas política y ética, el viejo partido de Lincoln al parecer no tiene ni remedio ni doctores que administren las curas urgentes y necesarias.
Y lo que se decide en los Estados Unidos el martes 8 de noviembre es, sencillamente, si prevalece o no un candidato dispuesto a destruir los valores que unen a una sociedad civilizada y democrática. El partido que se prestó para esa barbarie, y su crisis, son otra cosa.