Villasmil: Esas palabras políticas de moda…
El lenguaje político sufre tantas transformaciones como cambios hay en la vida política general, en los estilos políticos predominantes, en las instituciones de la sociedad, en la cultura política, en suma.
Así, vemos que se han puesto de moda en este siglo XXI palabras como “Juego suma cero”, que proviene de la teoría de juegos y la economía, y describe una situación en la que la ganancia de una parte implica necesariamente la pérdida de otra (normalmente rival), de modo que la suma neta de ganancias y pérdidas es cero. Fuera de la política, se usa para describir situaciones donde no hay un beneficio mutuo, sino un choque de ambiciones y expectativas.
Otra palabra de uso cada vez más común es “Posverdad”. Se refiere a circunstancias en las que los hechos objetivos (“las verdades de hecho, fácticas”) influyen menos en la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales. Ha sido clave para entender fenómenos como la difusión de noticias falsas.
¿Cómo dejar de mencionar la perversa “polarización”?, que describe el proceso por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos, dejando poco espacio para el centro o el consenso.
Otra palabreja de moda es la omnipresente “narrativa”, que más allá de su uso literario, en política se refiere a la historia o el relato coherente que un partido, líder o movimiento construyen para explicar su visión del mundo y sus objetivos.
Eterna favorita hoy es “populismo”, que si bien es un concepto académico con diversas definiciones, su uso se ha masificado para describir movimientos o líderes que apelan directamente al «pueblo» contra las llamadas élites, a menudo con discursos simplistas y polarizadores. Todo populista busca asimismo controlar las instituciones políticas como la justicia y el parlamento, y poner de rodillas a los medios de comunicación.
Hasta las importamos del inglés:»Fake news» (noticia falsa); su uso se ha globalizado y se refiere a información deliberadamente engañosa que se difunde como si fuera verdadera, con fines de desinformación o manipulación, a menudo en el ámbito político. Abunda como arroz en todas las redes sociales.
Tenemos también la originalmente psicológica “Resiliencia” que, si bien no es exclusiva de la política, se ha usado mucho para describir la capacidad de un sistema (económico, social, político) para recuperarse o adaptarse ante crisis o adversidades.
Dejo para el final una excepción: ella no se ha puesto de moda, y sigue vinculada fundamentalmente a los análisis de ciencia política, pero merece la pena mencionarse: “clivaje”.
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¿Qué es el «clivaje»?
En ciencias políticas el clivaje (del inglés «cleavage») se refiere a una división fundamental, persistente y políticamente relevante dentro de una sociedad, que estructura las preferencias, e incluso, el comportamiento de los votantes y, a veces, la formación de partidos políticos. Estas divisiones no son meros desacuerdos coyunturales, sino que se basan en criterios profundos y duraderos, como la clase social, la religión, la etnia, la identidad nacional o la región.
El concepto fue popularizado por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan en un estudio ya clásico sobre los sistemas de partidos europeos.
Para que una división social se convierta en un clivaje político se requiere que se dé una expresión organizativa de esa división (por ejemplo, a través de partidos políticos, movimientos caudillistas, etc.).
Dos ejemplos de clivajes tradicionales, según Lipset y Rokkan:
Campo-Ciudad (o tierra-industria): La confrontación entre los intereses agrarios (a menudo proteccionistas) y los intereses industriales y comerciales (a menudo más liberales). Esto se dio en la Venezuela de buena parte del siglo pasado, con expresión clara en nuestra literatura.
Propietarios-Trabajadores, o burguesía-Proletariado (o de clase): La división entre la burguesía y el proletariado, que fue una de las causas de la diferencia entre partidos de izquierda y derecha, y que se centra en la distribución de la riqueza y el poder económico.
Este último clivaje se vio impulsado, entre otros, por la ideología marxista, y tuvo su expresión política en los partidos comunistas de todo el mundo. El clivaje marxista culmina en la lucha de clases, que es “motor de la historia y del cambio social”.
Este clivaje terminó en fracaso, ya que su objetivo fundamental, la construcción de una sociedad sin clases, con la desaparición del capitalismo y la entronización de una dictadura del proletariado, solo ha terminado en el estruendoso fiasco del llamado socialismo real.
Se han dado diversas explicaciones para ello: la diversificación y fragmentación de la clase trabajadora; el surgimiento de las clases medias; y, sin duda, la capacidad de adaptación del capitalismo, con cambios que Marx nunca previó, como el desarrollo constante a nivel tecnológico que produjo la llamada “sociedad de consumo”, o la llamada democracia liberal: La existencia de sistemas democráticos permitió la expresión de las demandas obreras a través de canales institucionales (partidos políticos, sindicatos), ofreciendo una vía para el cambio sin necesidad de una revolución violenta.
Por último, los marxistas no se dieron cuenta del poder del nacionalismo: La lealtad a la nación ha prevalecido a menudo sobre la solidaridad de clase internacional, como sucedió en la Primera Guerra Mundial.
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Para hablar ahora de clivajes exitosos no hay que mirar muy lejos: los Estados Unidos de Trump y su movimiento MAGA.
Cuando se analiza a Donald Trump a través de la lente de los clivajes políticos, es evidente que el «trumpismo» han reconfigurado y, en muchos casos, intensificado divisiones existentes en la sociedad norteamericana. A diferencia del clivaje marxista clásico, que se centra principalmente en la clase económica, los clivajes asociados a Trump son más multifacéticos e incluyen dimensiones culturales, identitarias y geográficas. Mencionemos, por ejemplo, a) clivaje populista (Elites vs. El Pueblo): Este es quizás el clivaje más central del trumpismo. Trump se posicionó como el campeón de la «gente común» contra una «elite» corrupta y desconectada; b) Clivaje Cultural/Identitario (Nacionalismo vs. Globalismo/Multiculturalismo) c) Clivaje Geográfico (Rural/Periferia vs. Urbano/Metropolitano.
Todo ello se expresa en la identificación de las llamadas “elites” como corruptas; una fuerte oposición a la inmigración, y una retórica que enfatiza la protección de las fronteras y la identidad nacional (estadounidense «tradicional») frente a las influencias externas. Esto a menudo se ha traducido en animosidad hacia minorías raciales, religiosas y étnicas, con una apelación a resentimientos raciales y culturales, con el «ánimo racial» hacia negros, inmigrantes y musulmanes siendo un fuerte predictor del apoyo a Trump.
Por último, en lo económico, el predominio del proteccionismo y el ataque al libre comercio. Y en lo político, la progresiva sustitución del clivaje “izquierda-derecha”. Este nuevo eje opone a aquellos que favorecen un liderazgo fuerte, nacionalista y a veces iliberal (populistas autoritarios) contra aquellos que defienden los valores democráticos liberales, el pluralismo, la diversidad y el respeto a las instituciones. Trump encaja claramente en el primer polo, desafiando normas democráticas, atacando a la prensa y al poder judicial.
Donald Trump no solo ha usado los clivajes existentes en la sociedad estadounidense, sino que su estilo y retórica han profundizado la polarización, especialmente en las dimensiones cultural-identitaria y populista. Su capacidad para movilizar a segmentos de la población que se sienten ignorados o traicionados por las élites ha sido clave para su éxito, redefiniendo las líneas de conflicto político más allá de las divisiones tradicionales.
La ley de la selva, modelo siglo XXI.