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Villasmil: ¿Ética, para qué?

 

Recientemente los medios y redes han destacado los diversos escándalos producidos por empresas transnacionales de moda; en este caso le tocó el turno a Uber.

Que no tengamos el servicio en Venezuela no quiere decir que no conozcamos el mecanismo, para eso están las series de tv y el cine; y además, en eso de contar con servicios de taxi posmodernos han aparecido sucedáneos criollos.

¿Qué le ha picado a Uber (a sus dueños y responsables, claro)? lo suficiente para que hubiera toda una investigación periodística internacional resumida en lo siguiente:

-Para ingresar en los mercados de ciudades importantes no se tomaron en cuenta las leyes y regulaciones existentes;

– Uber usó tecnología oculta para burlar controles y no cumplir con las leyes previstas; 

-Asimismo, la compañía “cortejó” a líderes políticos prominentes, a oligarcas rusos y conglomerados mediáticos poderosos para crear una  presencia sólida fuera de su base estadounidense.

Los investigadores tuvieron acceso a más de 124.000 correos, mensajes de texto, memorandos, y otros documentos que un antiguo lobista de la empresa, Mark MacGann, le proporcionó al diario británico The Guardian. A la investigación, promovida por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, se unieron comunicadores de 29 países, que analizaron en poco más de cuatro meses todo el extenso material.

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Uber parece más regla que excepción. Allí está el caso de Facebook, que hasta produjo una investigación en el Congreso de los Estados Unidos.

A Facebook se le cuestiona casi todo: el uso que hace de la información personal de sus usuarios, sus métodos de trabajo, las trampas diversas de sus algoritmos, la difusión de desinformación.

La cosa ha llegado al punto de que al gurú Mark Zuckenberg se le ocurrió la idea de “maquillar” el problema por vía de cambiar el nombre a la empresa (el nuevo: “Meta”). Parece una recomendación típica de esos libros sobre cómo triunfar en los negocios: Cuando todas las demás estrategias de relaciones públicas no consiguen desviar la atención de tus constantes equivocaciones, cambia el nombre.

No fue la primera empresa en hacerlo. Como bien recuerda Kathleen Parker en The Washington Post,  al igual que Facebook, la antigua Philip Morris estuvo bajo fuego -más bien llamas como las que se están dando en  California- al demostrarse que sus cigarrillos estaban matando a la gente.

 PM, como llamaban los empleados a la empresa, era más que un vendedor de tabaco. Era propietaria de los alimentos Kraft y del café Maxwell House, entre otras marcas, y eligió el nombre de Altria (del latín «altus» que significa «alto») para reflejar su «gran» rendimiento. En 2003 el nombre Philip Morris pasó a formar parte del montón de cenizas de la historia”.

Así como hoy se habla de los “Archivos de Uber”, no debe olvidarse que  «Los Papeles de Facebook«, una serie de reportajes realizados por un consorcio de 17 organizaciones de noticias y basados en documentos de la empresa facilitados al Congreso, están llenos de razones para no confiar en Meta más de lo que la gente confía en Facebook. Detallan no sólo cómo grupos de Facebook ayudaron a promover la violencia  ocurrida en el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero de 2021, sino también cómo los traficantes de personas han utilizado sus plataformas. Digamos que los delincuentes han encontrado la hospitalidad de Zuckerberg cómoda para sus propósitos.

En Facebook se ha promocionado de todo: desde desórdenes alimenticios hasta intentonas golpistas.

Y para no abandonar territorio gringo, allí están los esfuerzos de Amazon y de Starbucks para impedir que sus trabajadores se sindicalicen.

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Todo lo señalado hasta ahora tiene como rasgo común que la ética -tanto personal como empresarial- es motivo de desprecio, y probablemente de risa. Que servir a la sociedad, a los ciudadanos, no es un objetivo, que lo importante son los beneficios astronómicos que se obtienen.

¿Y en estos territorios latinoamericanos, ha habido casos similares?

Ya he mencionado en notas anteriores el escándalo de la omnipresente actividad corruptora de esa transnacional brasileña llamada Odebrecht. Una empresa creyente fiel en la repartición de contribuciones rumbosas, dirigidas, eso sí, a las élites políticas de cada país. Tamaña generosidad no había sido nunca vista en los ambientes políticos continentales.

Además, son conocidas desde hace décadas las excelsas virtudes de los conglomerados hoteleros españoles con sus servicios en el mar de la felicidad cubano. Es tal su bondad, que su poder y su presencia en Cuba no solo no ha sido muy criticado -está ese problemita de los derechos humanos, claro- sino que casi todo gobierno español, de derecha o de izquierda, se ha hecho el loco ante el asunto.

Y, más recientemente, recordemos, está la denuncia sobre la empresa de telecomunicaciones española “Telefónica” (o sea, en criollo, Movistar), como señaló el diario El Nacional: Periodistas, comunicadores y trabajadores de medios independientes, organizaciones defensoras de la libertad de expresión y el derecho a la información, y defensores de derechos humanos denunciaron que las actividades de Telefónica, S.A. en Venezuela «han afectado profundamente la libertad de expresión, el libre flujo de información, el derecho a saber de los ciudadanos y el derecho a la privacidad”.

En un comunicado dirigido a José María Alvarez-Pallete, primer ejecutivo de Telefónica, señalaron que entre 2016 y 2021, según el Informe de Transparencia de la propia empresa, “interceptó las comunicaciones de 1.584.547 líneas de sus clientes en Venezuela, atendió las órdenes de entregar los metadatos asociados a las comunicaciones de 997.679 accesos y bloquear 27 URL en este período”.

Lo cierto es que todas las empresas señaladas -y muchas otras más- están en la misma liga ética: no hay valores humanos que importen.

Mientras tanto, los ciudadanos podemos ser pacientes, pero esa paciencia no es eterna.

A fin de cuentas, como se pregunta The Economist, ¿a quién le puede interesar un “metaverso” creado por Facebook? Quizá a los mismos que les pueda interesar que sus servicios de salud sean gestionados por Philip Morris.

 

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