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Villasmil: «Intenten salir de Trump; dedíquense luego a otros temas importantes…»

Eso le pide el articulista del New York Times, David Brooks a los políticos norteamericanos en reciente nota.

Brooks no es, por cierto, un analista liberal (o sea, en la jerga gringa, un “izquierdista”); al contrario. De pensamiento conservador, ha escrito también para el Wall Street Journal, y es el autor de una serie de libros donde con brillantez disecciona las principales características culturales, éticas y sociales de la sociedad norteamericana, como “The Social Animal” (El animal social).

La honestidad intelectual, y la coherencia con sus ideas, lo llevó –al igual que a otros destacados pensadores conservadores, como Irving Kristol, Kathleen Parker  o Michael Gerson- a romper con el otrora partido Republicano, hoy secuestrado por el populismo trumpiano.

En nota escrita en 2017 (“El partido Republicano se pudre”), cuando las acciones del actual presidente eran más que evidentemente contrarias a  una visión con algún atisbo de ética política, cuando a Trump ya lo definía su falta de vergüenza y de compás moral, Brooks afirmó: “No se ayuda a la causa arropando a un presunto depredador sexual e intolerante patriarcal; no contribuye el anteponer la búsqueda de poder al carácter, poniéndose a los pies de uno u otro hombre agresivo, alegando que el fin justifica los medios. No se racionaliza con éxito la propia chabacanería alegando que nuestros oponentes son satánicos. No se salva al cristianismo traicionando su mensaje”. (…) “El Partido Republicano con el que crecí admiraba la excelencia. Admiraba la excelencia intelectual (Milton Friedman, William F. Buckley), la excelencia moral (el papa Juan Pablo II, Natan Sharansky) y a los líderes excelentes (James Baker, Jeane Kirkpatrick). El populismo abandonó todo eso y tuvo que hacerlo debido a su propia naturaleza. La excelencia es jerárquica. La excelencia requiere trabajo, tiempo, experiencia y talento. El populismo no cree en las jerarquías. El populismo no exige el esfuerzo que se requiere para entender lo mejor que se ha pensado y dicho. El populismo celebra el eslogan rápido, la cuchillada impulsiva, la afirmación ignorante y fácil. El populismo es ciego ante la maestría y acepta la mediocridad”. 

¿Qué le pide hoy Brooks al actual partido de Gobierno? Que no sigan distrayéndose de los temas fundamentales, como la negligencia de las élites, el aislamiento frente a los aliados del mundo democrático -en especial la Unión Europea- el deterioro de la nación. Y se pregunta entonces: ¿Es posible que veinte senadores republicanos voten a favor de condenar a Donald Trump, que apoyen su destitución? Porque la evidencia en su contra es cada día más abrumadora.  Lo más reciente (luego del escándalo con Ucrania), lo de Siria, es una vergüenza histórica. La orden de retirada de tropas más cobarde y traicionera en la historia militar norteamericana. Queriendo restarle importancia a la traición a los kurdos Trump llega increíblemente a afirmar que ellos “no nos ayudaron en el desembarco de Normandía” (¡!!). Pero sí lo hicieron en Irak, y lo estaban haciendo en Siria, combatiendo a ISIS al lado de las tropas norteamericanas por más de cinco años, con más de 11.000 combatientes kurdos fallecidos. Son dos guerras, por cierto, Irak y Siria, más de las que alguna vez ha peleado en su vida un presidente que se atreve a criticar y a burlarse de la valentía de otros, cuando él no sirvió en el ejército gracias a unos muy dudosos exámenes médicos.

Fue tal la rapidez con la que se retiraron las tropas norteamericanas de Siria, que dejaron incluso almacenes con comida y refrescos, sin olvidar a miles de terroristas prisioneros, muchos de los cuales se han escapado. Trump afirma que “solo se escaparon unos pocos”, como si lo numérico fuera el único argumento a tomar en cuenta, como si más o menos terroristas escapados disculpa la increíble traición a las tropas que eran aliadas hasta que Trump decidió favorecer al tirano turco. Con su decisión, Trump sabía que condenaba a muerte a centenares, quizá miles, de soldados hasta ese momento aliados de los Estados Unidos.

Los senadores y representantes republicanos saben que Trump es culpable. Lo demuestran con su silencio cuando asisten a las interpelaciones, o cuando se esconden de la prensa para no tener que declarar. Estemos claros sin embargo: todo apunta, en estos tiempos cambalachescos como afirma el famoso tango, que los senadores republicanos solo reaccionarían no por defender valores éticos, sino para salvar su pellejo. Solo considerarían hundir a Trump si con ello se salvan. Eso solo sucederá si el porcentaje de aprobación social al impeachment se acercase al 60%, cosa que no ha sucedido y probablemente no sucederá.

Además, los Demócratas parecieran más centrados en despellejarse entre ellos, y no se preocupan de lo esencial: conquistar a los votantes moderados en los llamados “swing states”, los estados donde se deciden todas las elecciones. Si no lo hacen, un fracasado intento de impeachment los hará vulnerables precisamente en los estados que no se pueden dar el lujo de perder en 2020. Brooks destaca que los Demócratas debieran definir una fecha límite para impulsar el impeachment (¿Thanksgiving? ¿Día de Acción de Gracias?, jueves 28 de noviembre). Que hagan las sesiones e investigaciones que deseen, y luego voten. Vendrá entonces la mayoría republicana del Senado y negará la moción. Luego, no queda otra, la mayoría Demócrata de la Cámara de Representantes debería dedicarse a aquellos temas que sí puedan atraer el interés general.

El asunto es que para los ciudadanos el impeachment no es prioridad. No ven cómo ello podría afectar favorablemente, de forma inmediata, sus vidas. A quienes sí favorecería, por cierto, es al partido Republicano y al conservadurismo norteamericano. Los reviviría.

En nota reciente, afirmé que, destituido Trump, el vicepresidente Pence asumiría el cargo presidencial, y muy probablemente la candidatura en las elecciones del año que viene. Dígase lo que se diga, Pence sí es Republicano y conservador. Y no vacila a la hora de criticar a los enemigos de la libertad, como Maduro, Díaz-Canel o Putin.

 Brooks concluye con una gran verdad: en esta era  de cinismo, de indiferencia y cansancio ante lo político, y de mediocridad en los liderazgos, para los ojos ciudadanos una investigación de corrupción presidencial no implica lo mismo que el caso Watergate en 1972. Para las mayorías, en aquella época, las instituciones eran realmente legítimas. Y se confiaba en ellas. Hoy, las razones para el impeachment causan desdén y desinterés porque a fin de cuentas se piensa que los políticos de todos los partidos practican ese tipo de corrupción en el día a día; que es algo consustancial con su naturaleza. Que no hay mucha diferencia entre ellos. ¿Por qué si no, amigo lector, cree usted que Donald Trump pudo ganar las elecciones en 2016?

 

 

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