Villasmil: Jacinda, siempre Jacinda
Anunció su retiro del cargo como Primer Ministro de su país, Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. Hace poco más de un año lo hizo Angela Merkel. ¿Por qué será que los que se retiran son siempre los líderes honestos, auténticos, humanos? Mala cosa.
Otro dato: mientras más se aferran al poder sus detentores llegados por voto popular, más pierde credibilidad la democracia.
Nos dice la historiadora norteamericana Barbara Tuchman, en su celebrado libro “La Marcha de la locura” (The March of Folly), que son cuatro las causas del fracaso político: 1) la tiranía; 2) la ambición; 3) la incompetencia; 4) la locura o la perversidad.
Todas abundan en estos accidentados tiempos de la política mundial.
A ellas, podría agregarse en América Latina el “híper-presidencialismo”, con su hijo bastardo, la reelección presidencial.
De hecho, uno de los nuevos paradigmas políticos de la región es la reelección.
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Nadie lo hubiera pensado a comienzos de este siglo: La reelección se ha extendido en democracias que nacieron hace tres décadas con voluntad de restringir el poder presidencial; lo grave es que la posibilidad de reelección indefinida ha marcado la línea divisoria con el autoritarismo.
El camino ha sido claro: primero, establecer la posibilidad de reelección; luego hacer que pudiese ser consecutiva; y finalmente, intentar establecer que fuera indefinida.
En la Venezuela democrática teníamos la reelección, pero había que esperar dos periodos de gobierno -diez años- para volver a ser candidato; de hecho dos presidentes (Caldera y CAP) fueron reelectos.
El impulso reeleccionista actual no ha sido posible sin el ataque sistemático a las instituciones, especialmente a la división de poderes. Hoy, en muchos países latinoamericanos los poderes legislativo y judicial están a las órdenes del ejecutivo. El Estado de derecho, en estas tierras, está debilitado.
Alberto Fujimori fue el primero en, 1993, en ser reelecto para un segundo mandato al cambiar la constitución. Luego seguirían Argentina (Menem) y Brasil (Cardoso).
Fujimori abrió la brecha desde un populismo de derecha; por la izquierda lo hizo Chávez en Venezuela, dentro de un conocido y sufrido plan autoritario de desastrosas consecuencias para el país. El socialismo del siglo XXI ha tenido como eje central de su proyecto la reelección: están los casos de Venezuela, Nicaragua, Bolivia (Morales), Ecuador (Correa).
En este momento, la reelección consecutiva para un segundo mandato está vigente en 6 países (Argentina, Brasil, Ecuador, El Salvador, Honduras y República Dominicana); la reelección diferida se aplica en otros 5 (Chile, Costa Rica, Panamá, Perú y Uruguay); la no reelección se mantiene en 4 (Colombia, Guatemala, México, Paraguay), y en 3 está vigente la reelección indefinida (Bolivia, Nicaragua y Venezuela).
La reelección, que no es necesariamente dañina, se vuelve letal bajo la directriz de presidencias caudillistas, y con instituciones jurídicas y políticas débiles.
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Una de las fórmulas que se han usado para medir la valía de una sociedad, según el filósofo y educador español José Antonio Marina, es “la preocupación de una generación por la siguiente”. Así como incrementar el “capital comunitario”, entendido como “el marco social que facilita más eficazmente la realización, siempre azarosa, de los planes privados de felicidad”.
Por desgracia, en América Latina, el poder casi nunca se ha preocupado por “la generación siguiente”, a veces ni siquiera por la presente, como es el caso de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Retornemos al inicio de esta nota: las razones que da Jacinda Ardern para anunciar su abandono del poder, en América Latina serían sencillamente imposibles de pensarse; incluso ridiculizadas. Las dirigencias políticas de la región -con escasas excepciones, como Uruguay- no conocen la vergüenza ni el pudor, porque no conocen ni reconocen nada más allá de sí mismos, de sus ambiciones, de sus egoísmos. La carencia de vergüenza trae como consecuencia, asimismo, la incapacidad de asumir los errores propios, y de reaccionar ante ellos.
La razón que dio Jacinda Ardern para su renuncia fue sencilla: Estaba demasiado cansada para continuar.
«Creo que dirigir un país es el trabajo más privilegiado que se puede tener, pero también uno de los más difíciles», dijo Ardern en un emotivo discurso de dimisión. «No puedes ni debes hacerlo a menos que tengas el depósito lleno, más un poco de reserva para esos retos inesperados».
Esa metáfora no funcionaría en América Latina; muchos -demasiados- políticos latinoamericanos lo único que quieren tener lleno son sus bolsillos.
No se trata de decir que Jacinda no cometió errores en su gestión; pero puede afirmarse que será muy bien recordada. Con tan solo 39 años al momento de la llegada del coronavirus, la primera ministra neozelandesa -hija de un policía y de una maestra de escuela- fijó varios ejemplos de liderazgo que hicieron historia.
En marzo de 2019 la ‘premier’ enfrentó, como ella misma lo llamó, “uno de los días más oscuros” de Nueva Zelanda: la masacre de Christchurch, en la que murieron 51 personas, después de que un extremista blanco entró disparando con armas semiautomáticas en dos mezquitas.
Ardern calificó el hecho como un acto terrorista y como el peor ataque a los musulmanes en un país occidental. Y mostró humanidad y empatía al reunirse con los familiares de las víctimas.
Durante la crisis sanitaria, se asesoró con verdaderos expertos y transmitió información de manera clara a todos los ciudadanos – incluyendo a los niños, a quienes dirigió un mensaje especial lleno de cariño, de sinceridad, de comprensión y de ánimo-.
En Facebook, donde llegó a contar con casi 1,6 millones de seguidores en los peores momentos de la pandemia (el país tiene poco más de 5 millones de habitantes), la ‘premier’ hizo transmisiones espontáneas en vivo en las que ella misma manejaba la cámara de su celular, contaba detalles de su agenda, explicaba el significado de las medidas tomadas durante la crisis y respondía a las preguntas de la audiencia. Incluso hacía chistes.
Gracias a ello, fue reelecta en 2020 con mayoría absoluta.
Humana, siempre humana. Cuando Jacinda Ardern se enteró de que su país tenía cero casos activos de COVID-19, lo primero que hizo fue bailar.