Villasmil: Mucha paja y poco trigo
Cuando Twitter entró en la escena de las redes sociales, lo hizo con buenos augurios. Al fin y al cabo, se trataba de una plataforma que publicaba contenidos cortos y ofrecía diálogo directo con los usuarios, fuentes más accesibles, seguimiento de la actualidad al minuto… Todo ello con un emblemático pajarito azul como logotipo.
En 2009, Twitter pasó de 5 a 71 millones de usuarios. Y pronto los medios de comunicación entraron masivamente a la red social y la conquistaron. Uno de cada cuatro contenidos eran noticias. El resto, se repartía entre comentarios, opiniones espontáneas, recuerdos, citas, mensajes institucionales, imágenes, videos, chistes, curiosidades, experiencias compartidas…
En Twitter se esperaba que las personas conversaran en voz alta, respetuosa, civilizadamente.
Pero pronto hicieron su aparición, como salidos del infierno de Dante, a la calladita primero, casi que con megáfonos después, extremistas que deseaban -y en gran medida lo lograron- convertir las redes sociales en paredones.
En la confrontación entre razón y emoción, apostaron a esta última. Y es una guerra sin aparente fin.
La cosa se torció para peor cuando Elon Musk compró Twitter en 2022, lo rebautizó como X y su color corporativo dejó de ser azul para volverse negro. En aquel momento muchos ya anunciaron que era el principio del fin. No solo porque decidió despedir a casi el 80 % de sus trabajadores y suprimir el departamento que moderaba los contenidos; además, abandonó el Código de buenas prácticas en materia de desinformación. Es más, actualmente los contenidos circulan por X en condiciones desiguales, dado que los algoritmos premian la viralidad propia de las desinformaciones.
Y es que Musk permitió que la antigua Twitter se convirtiera en una máquina reproductora de fake news, con el pretexto de defender la libertad de expresión. De hecho, el mismo Musk se ha dedicado a propagar fakes.
Según un informe del Centro para la Lucha contra el Odio Digital (España), las afirmaciones falsas o engañosas de Musk en plena campaña electoral tuvieron 1.200 millones de visitas en la primera mitad de 2024.
Medios de comunicación como el periódico británico The Guardian, o La Vanguardia de Barcelona, han decidido cerrar sus cuentas de X, cansados de que funcione como una “caja de resonancia para la desinformación, el racismo y las teorías conspirativas». Es más, es previsible que muchos otros medios y personas del mundo de la cultura sigan sus pasos en los próximos meses.
Es como si el simpático pajarito -símbolo inicial- diera paso a un zamuro tenebroso.
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Sin embargo, el asunto no es tan diáfano, escoger entre “mi verdad”, y el “error de los contrarios”.
En esto de quejarse del nuevo “X”, los señores feudales de la izquierda han sido muy ruidosos. La profesora universitaria y articulista española Cristina Casabón, en “The Objective”, lo llama “la espantá de la izquierda”.
Según ella, la izquierda se pone histérica cuando “pierde el control del relato” (allí están Pedro Sánchez y su partido-propiedad, el actual PSOE-zombi, como buenos ejemplos). Bien lo dice Casabón: “La izquierda ha dejado de buscar un entorno donde debatir y dar la batalla de ideas, donde alguien les pueda recordar que viven en una realidad alternativa. Y esto es muy mal síntoma”.
Su “pureza ideológica” le impide contaminarse con ideas y opiniones distintas; la izquierda actual sin ideas, al abandonar las redes, en realidad está debatiendo entre el suicidio y el ridículo.
La saca claramente del estadio Casabón:
“Una persona que sólo piensa en confirmar su sesgo ideológico en una red social es alguien con quien no se puede simplemente hablar. Cualquier cosa que no sea una expresión de apoyo puro e incondicional a lo que está diciendo se recibe como un sacrilegio y una provocación al conflicto”.
Esas personas son fanáticas, y el fanatismo ciega e impugna toda crítica o denuncia.
Ahora bien: aceptemos asimismo, en puridad, que esto es válido tanto para los extremistas de izquierda como los de derecha. Ambos grupos convertidos en minorías belicosas ansiosas de convertir todo en una guerra cultural: los wokistas versus los neo-Torquemadas de la Inquisición laica del siglo XXI.
Y la racionalidad y moderación del ciudadano centrista, de centro-izquierda o de centro-derecha, al pipote de la basura. En las redes subsistimos más que existimos.
Aceptemos que las categorías de izquierda y derecha han perdido vigencia, pero en el caso que nos ocupa la siguen teniendo.
Las redes sociales son hoy tan conflictivas como circos romanos, donde los gladiadores de hoy no llevan espadas y lanzas reales, sino metafóricas, para apoderarse poco a poco de los espacios públicos de debate, colocando su relato de forma obsesiva.
Hay un choque cada día más conflictivo en las redes entre grupos «progre-sociales» (ultraizquierda) v. grupos «nazi-sociales» (ultraderecha)».
¿Cómo dialogar -mucho menos debatir- con quien no está dispuesto a escuchar e intercambiar argumentos? Además, “sus conflictos son irresolubles a falta de una amistad civil y un lenguaje moral común con el que entenderse” (Casabón).
¿Cómo construir un espacio público igualitario de debate común (necesario e indispensable para debatir en la política democrática, según Hannah Arendt), si los únicos argumentos de los extremistas son la repetición de las mentiras de su caudillo, quien solo desea que las redes sean cámaras de eco donde alojar su narcisismo?
Por ello, hay que hablar tanto de la izquierda en sus diversas variedades, especialmente en la tóxica versión ultra, pero también de sus pares ultrosos de la derecha, a los cuales parece asimilarse perfectamente el ya mencionado señor Musk, ese megainfluencer, hoy con un nuevo y formidable poder político. ¿Qué significan ambos peligros, el de la ultraizquierda y el de la ultraderecha para el futuro de la democracia?
Musk estos días está muy feliz: algunos de sus negocios dependen en gran medida de los contratos con el Gobierno del cual él formará parte, como por ejemplo los de SpaceX.
¿Será posible que Elon Musk sea más leal a los Estados Unidos que al bienestar de sus negocios? ¿Es acaso posible combinar ambos objetivos?
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Mientras tanto, ¿qué hacemos los ciudadanos de a pie? Estar hoy en las redes sociales requiere de mucha paciencia y alta capacidad de distinguir, diferenciar y discriminar, para separar la paja del trigo, como bien recuerdan en el Nuevo Testamento los panas Mateo (3:11), y Lucas (3:17). Ellos nos dicen que Juan el Bautista retrata a Jesucristo como el cosechador de grano, quien separará la paja del trigo y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.
Sin embargo, en medio de todo este caos actual, quizá convenga también parafrasear a aquella famosa austriaca, que fuera liberada del peso de su testa por el furor revolucionario francés, María Antonieta, y su frase -apócrifa, ya que al parecer fue originada por un importante “influencer” en aquellos tiempos accidentados, el señor Rousseau- de que los plebeyos “si no tienen pan, que coman pasteles”.
Lo cierto es que cada quien debe comer pasteles y compartir cama en “X” con quien mejor le parezca o pueda, con el riesgo a tomar en cuenta de que, como en la inolvidable salsa del Gran Combo de Puerto Rico, «No hay cama pa tanta gente».
Me disgustan las políticas actuales del pajarito-convertido-en-zamuro, pero no puedo abandonarlo; al comienzo de mis andanzas allí hice una cuidadosa selección de a quién seguir, basada en los temas que más me interesan. Y recibo muchos mensajes interesantes y sugerentes de aquellos a quienes sigo, mezclados cada vez más, por desgracia, con basura conspiranoica y fake del gusto del señor Musk, o de los autócratas izquierdistas, pero qué le vamos a hacer.
A separar la paja del trigo… A seguir pues, a la hora de escudriñar las redes, el ejemplo de Nuestro Señor.