Comencemos la nota con dos definiciones de democracia:
“Es la convivencia de los distintos, dispuestos a vivir en libertad e igualdad”. (Cayetana Álvarez de Toledo).
“Es un sistema que hace posible liberarse del gobierno sin derramamiento de sangre”. (Karl Popper).
Ambas definiciones son una denuncia contra el populismo; podemos complementarlas con esto: frente a la pregunta usual de “¿quién debe mandar?”, preferimos la siguiente: “¿Cómo podemos controlar al que manda?”. Cuestión pertinente y válida para todo defensor de las sociedades abiertas, plurales, y que ilumina una grave constatación: la lucha política hoy es más que nunca civilizatoria, y es entre democracia y populismo.
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Un dato curioso: nadie se asume populista. O afirman ser demócratas, o progresistas, o conservadores, o liberales (o “iliberales”). Nadie acepta ser populista. ¿Por qué será?
Todo movimiento populista presenta una serie de condiciones focalizadas en el líder, porque hablar de populismo es hablar fundamentalmente del caudillo, del jefe populista. No hay movimiento político que esté más centrado en el líder. En el populismo no hay foto en grupo.
Es quizá por ello necesario entrar en terrenos de la psicología política.
Una vez le preguntaron a Mussolini si un dictador podía ser amado; su respuesta: Sí, cuando la masa es al mismo tiempo temerosa de él. La masa ama a los hombres fuertes. La masa es femenina”.
Un dato central: todo líder populista es narcisista. Nadie quiere a un líder populista más que lo que se quiere él a sí mismo; ello forma base de su praxis política, de su mensaje y discurso. Asimismo, es un misógino orgulloso de serlo. Para el líder populista la mujer es un ser inferior.
No por nada Gregor Strasser, fundador y presidente (1923-25) del partido Nacional Socialista Alemán, posteriormente asesinado por órdenes de Hitler en 1934, afirmó: “El deber de todo hombre alemán es ser un soldado de la patria; el de toda mujer alemana es ser madre de los futuros soldados de la patria”.
Otro dato fundamental: LA OPINIÓN DEL LÍDER POPULISTA VALE MÁS QUE LOS HECHOS. Su opinión se convierte en la realidad. Esta última no se interpreta; se manipula, se modifica a conveniencia. Usted olvídese de Google, Wikipedia y la Enciclopedia Británica, si sigue a un populista no las necesitará. El líder sintetiza la sabiduría. Por ello, durante la pandemia todos los jefes populistas han tenido una mala relación con la ciencia.
El caudillo-líder es asimismo profeta, arquetipo moral, mártir estoico y atribulado, representante máximo del Pueblo, encarnación del Partido o movimiento, misionero que busca la redención nacional. Autócratas populistas como Perón o Hugo Chávez cubrieron perfectamente todas estas características.
Como consecuencia, el líder populista busca revisar e reinterpretar la historia nacional en un ejercicio jerárquico y programado de exclusión. ¿Cómo?
EL LÍDER DECIDE QUIÉN ES EL PUEBLO, y no exige seguidores sino devotos, miembros de una secta, con una liturgia laica, en una interpretación de la política como religión: la religión política.
América Latina, nos dice el periodista Diego Fonseca, tiene «una larga tradición de líderes portadores de verdades reveladas».
Es válida la pregunta del historiador Loris Zanatta: “¿Es el populismo el código genético del pueblo latinoamericano, el destino de su cultura, insensible a la tragedia venezolana, la decadencia argentina, el totalitarismo cubano, el sultanismo nicaragüense? ¿No pueden los latinoamericanos vivir la política sino como religión? Así creen los populistas”.
SU MENSAJE ESTÁ LLENO DE FICCIONES que se alimentan de las crisis y cambios socio-económicos, de la inseguridad existencial de millones de seres, ante la cual la devoción por un mesías, por un salvador, se impone siempre sobre la racionalidad analítica democrática. Todo populismo es un reino de las emociones, en el cual el líder -notoriamente anti-intelectual- no propone, impone, y su figura alcanza para sus fieles dimensiones casi-divinas.
Los Derechos humanos nacieron para limitar el poder del Estado; si el caudillo populista busca encarnarse en el Estado, nunca aceptará límites a su poder. Por ello, todo liderazgo populista sigue la «fórmula Hitler«:
«Si el pueblo alemán decide lo que es justo y Hitler como Führer es la voz del pueblo, Hitler no se equivoca nunca. Es infalible».
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EL ENEMIGO ES SIEMPRE EL OTRO, el que no acepta la nueva fe, el nuevo testamento político del líder.
En el caso de la política, son enemigos los partidos del statu quo, sus liderazgos y seguidores, el sistema político tradicional.
El enemigo es también la democracia, y el concepto y praxis de la ciudadanía, la gran conquista moral de la democracia liberal.
Frente a la idea del ciudadano, quieren imponerse dos virus muy negativos: LA IDENTIDAD y la CORRECCIÓN POLÍTICA.
Toda religión política sacraliza la identidad subsumiendo al individuo en una entidad colectiva: La RAZA en el nazismo, LA CLASE en el comunismo, la NACIÓN en el fascismo. No aceptan que en realidad los derechos son siempre de las personas, de los individuos, nunca de grupos o colectivos. Las personas se juzgan por lo que hacen, por su conducta, no por el color de piel, su religión, sexo o edad.
Mientras, la CORRECCIÓN POLÍTICA está corroyendo la libertad de expresión. Un revisionismo que derriba estatuas, censura clásicos del cine y la literatura, en un auténtico neo-totalitarismo del siglo XXI, con palabras y expresiones que se vetan, o esa monstruosidad llamada “lenguaje inclusivo”, repetidamente denunciado por la RAE. En esto último el chavismo es un auténticamente ridículo especialista.
Por último, la situación actual nos muestra un “vaciamiento de la política”. ¿Cómo la volvemos a llenar?
-Entendiendo y atendiendo los reclamos ciudadanos. América Latina es la región más desigual del planeta. También, reconstruyendo la ciudadanía. Sin ciudadanos no hay política, no hay sociedad democrática.
La democracia se defiende teniendo claro quiénes son sus enemigos, y no haciéndose los locos ante ellos. Es inaceptable e imposible de creer que todavía en América Latina las democracias no comprendan y asuman el peligro que representa aceptar a movimientos que claramente tienen como meta la destrucción de la democracia, como es el caso de los partidos comunistas.
La democracia se defiende no cayendo en la tentación “buenista” de decir que en la democracia “cabemos todos”. Claro que sí, con una aclaratoria: todos los demócratas.
Convendría aprender de la democracia alemana, que luego de la desastrosa experiencia nazi, en el artículo 21.2 de su actual Ley Fundamental, señala que “serán anticonstitucionales los partidos que en virtud de sus objetivos o del comportamiento de sus afiliados se propongan menoscabar o eliminar el orden básico demoliberal o poner en peligro la existencia de la República Federal Alemana”.
Hay que entender que la batalla no es solo política, es fundamentalmente cultural-política, y es entre los valores de la democracia y los anti-valores del populismo.
Estas líneas han sido escritas basadas en las notas de una charla dada por el autor a alumnos del octavo semestre de Estudios Internacionales en la Universidad Santa María.