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Villasmil: Sociedad civil y libertad

sociedad civil - Justicia y Verdad en Venezuela 

Somos criaturas sociales hasta lo más profundo de nuestro ser. La idea de que uno puede empezar cualquier cosa desde cero, libre del pasado, o sin deudas con los demás, no podría ser más errónea.

-Karl Popper

 

A todos nos gusta mencionar a la sociedad civil; pocos la definen, aclaran en qué consiste, quiénes la conforman.

Comencemos entonces con una explicación que encontré en la venerable Encyclopedia Britannica: la sociedad civil es una sólida y compacta red de grupos, comunidades, asociaciones y vínculos que se encuentran entre el individuo y el Estado.

Extremadamente importante en lo señalado arriba: “que se encuentran entre el individuo y el Estado”. Un espacio vital, sin duda político (en lo que tiene de público y de común a muchos), pero no dependiente de la político.

No hay una real comprensión de la democracia pluralista que ha prevalecido y que se ha desarrollado cultural e institucionalmente desde la segunda posguerra mundial sin asumir lo anterior. Otro dato importante: no hay sociedad civil bajo instituciones democráticas sin un componente ético. Expliquemos esto.

Como destaca Roger Scruton, el concepto de sociedad civil arranca con el reconocimiento mutuo de derechos y deberes, mediante el cual todo individuo obtiene no solo libertad de acción, sino asimismo un sentido de su propio valor, y el de los demás ciudadanos.

No somos los individuos, de forma aislada, los que construimos la institucionalidad. Lo podemos hacer porque formamos parte de comunidades, junto a otros ciudadanos similares, bajo responsabilidad mutua. Como afirma Scruton: “nuestra condición no es la del tradicional Homo Oeconomicus, buscadores egoístas de formas de satisfacer nuestros deseos; somos criaturas constructoras de nexos y de vínculos que, bajo condiciones ideales, nos unen y nos confortan. Cooperamos por ende en la búsqueda de valores que nos permitan ver con claridad cuáles fines -sociales y personales- completan y enriquecen nuestra existencia”.

Es importante señalar -un dato central para la sociedad civil democrática-   que aquello que nos importa lo obtenemos a través de nuestros propios esfuerzos por crearlo, y nunca por un “regalo”, una “dádiva”, que nos concede, desde una posición jerárquicamente prepotente, el detentador del poder político.

Recordemos asimismo (sobre todo en estos tiempos de ataques de parte de ideologías identitarias) que en democracia la persona humana participa del espacio común público fundamentalmente por su condición de ciudadano; no por su sexo, su edad, su raza o su religión. En democracia, todos nos reconocemos, nos encontramos y nos respetamos por ser ciudadanos.

Otro de los hechos distintivos de la modernidad occidental ha sido su énfasis en establecer unos límites claros entre el espacio del poder estatal frente al espacio privado del mercado y la sociedad civil.

 

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No es casualidad entonces que cuando el comunismo soviético ocupó, luego de la segunda guerra mundial, a diversos países en Europa del centro y del este, lo primero que hizo fue destruir las asociaciones civiles que no controlaba.

Janos Kadar, ministro del interior bajo el régimen comunista húngaro después de 1948, clausuró unas cinco mil asociaciones en el primer año de gobierno: bandas musicales, coros, grupos teatrales, asociaciones juveniles, sociedades de lectura, escuelas privadas, instituciones de iglesias, organizaciones privadas para combatir la pobreza, sociedades de discusión, bibliotecas, clubes de caza, de pesca, hasta festivales vinícolas. Bajo el comunismo toda acción privada de ayuda a la sociedad es considerada ilegal.

Una vez que las instituciones de la sociedad civil son destruidas, y reemplazadas por otras nuevas al servicio del “progreso socialista”, de los intereses del Estado, del partido, del Líder Supremo, y que todos los ciudadanos deben ponerse a su servicio,  convertidos ya no en fines sino en medios para servir al poder totalitario, la sociedad civil fallece, y “los fines de la vida humana se deben replegar a la oscuridad y soledad del espacio privado”.

¿Por qué actúan así todos los regímenes comunistas? Porque tienen claro que si las personas son libres de asociarse, pueden formar instituciones duraderas, fuera del control de Estado.

Esa es también la razón por la que los socialistas buscan siempre cambiar el pasado, controlarlo, manipularlo, transformarlo según sus intereses. Allí está el ejemplo reciente del gobierno de Pedro Sánchez, y su Ley de Memoria Histórica, repudiada incluso por un destacado número de líderes históricos del otrora partido socialista obrero español, que ya no es ni partido, ni obrero, ni español. Los socialistas tienen claro que el espacio público es un lugar de recuerdo común. Y ellos buscan siempre modificar nuestros recuerdos, y controlar los recuerdos de las generaciones más jóvenes.

Por el contrario: las instituciones de la sociedad civil democrática son para vivir lo mejor posible el presente, no para sacrificarlo en aras de un utópico futuro socialista.

 

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Lo mismo ocurrió en la Cuba castrista. No solo se ocuparon de asesinar a centenares de ciudadanos, y de obligar a decenas de miles a emigrar, se empeñaron asimismo en destruir toda la sociedad civil (sus logros, así como los recuerdos de ellos), bajo un  empeño leninista y totalitario. Buscaban destruir el derecho a disentir, sin el cual no hay comunidad de hombres libres. Puestos a cambiar la historia social cubana y sus instituciones, acabaron incluso con su afamada liga de béisbol, desaparecieron los tradicionales equipos que ocupaban un lugar muy especial en el recuerdo, en los sentimientos y emociones de cada ciudadano cubano, como los Alacranes del Almendares y los Leones del Habana, la tradicional rivalidad de la pelota en la Isla (como decir Caracas y Magallanes en Venezuela, o Boston y Yankees de Nueva York, en la pelota gringa).

En Nicaragua, en estos últimos meses han sido perseguidas e ilegalizadas más de 1200 oenegés; y en Venezuela arrecia la persecución a los sindicatos, a las oenegés, a las universidades.

En Venezuela la estrategia la señaló el propio Fidel Castro, en una de sus visitas al país; Chávez no debía repetir los errores cometidos por los excesos de la revolución cubana. Chávez debía innovar, concentrándose en lo esencial: manipular los instrumentos jurídicos y políticos formales de la democracia, como las elecciones; cambiar radicalmente la constitución. Todo para cumplir con el objetivo supremo: mantenerse en el poder.

Lo hizo desde temprano. Por desgracia, la impronta cubana fue desdeñada por un liderazgo partidista opositor que no le daba la importancia y urgencia requeridas. Era la época de frases como “eso que pasó en Cuba no puede pasar en Venezuela, las instituciones democráticas tienen un peso y una tradición muy fuertes”.

El chavismo no destruyó completamente la sociedad civil; la fue debilitando progresivamente, atacando sin cesar a las instituciones fundamentales: las iglesias, en especial la católica; los sindicatos, la educación, los medios de comunicación, la cultura,  las organizaciones no gubernamentales.

La democracia venezolana, desde su nacimiento, se enfrentó a la tiranía castrista. Y en su derribo, jugó un papel central esa dictadura. La democracia en Venezuela nace y muere luchando contra el castrismo.

Y solo renacerá cuando se conjuguen los esfuerzos  de las organizaciones de la sociedad civil hermanadas con los representantes de una política auténticamente democrática -con liderazgos realmente eficaces-, en clara acción unitaria, para desterrar definitivamente el mal castrochavista.

 

 

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