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Villasmil: Todos polarizados

 

Decía el señor Karl Marx, en el inicio de su Manifiesto Comunista (publicado en 1847), que “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, para luego titular la primera parte del documento, “Burgueses y proletarios”, que comienza así:

“La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, nobles y siervos, maestros jurados y compañeros; en una palabra, opresores y oprimidos, en lucha constante, mantuvieron una guerra ininterrumpida, ya abierta, ya disimulada; una guerra que termina siempre, bien por una transformación revolucionaria de la sociedad, bien por la destrucción de las dos clases antagónicas”.

Es, sin duda, un magnífico ejercicio de polarización. Y no es que no existiera la polarización política con anterioridad, sino que Marx, los marxistas, los comunistas y los socialistas han hecho de la polarización de la realidad, de las sociedades, de la economía, de la ética y la moral, de la cultura, una llave fundamental para ingresar en las cavernas de su interpretación claramente fallida, maniquea y farisea.

Uno de los grandes logros del marxismo es llevar a las personas a debatir en política usando sus categorías analíticas reductoras y polarizadas: “ricos y pobres”, “Explotadores y explotados”, “fascistas y progresistas”, etc. Lo fundamental es dividir la realidad entre “buenos” (los progresistas, los izquierdistas, los socialistas, los comunistas) y los “malos” (todos los demás, encerrados en el término globalizador “fascistas”).

Para un marxista no existe un punto medio, moderado, o un lugar de encuentro entre las diversas opiniones, ya que para ellos representan situaciones irreconciliables. La Guerra Fría, entre las democracias (con los Estados Unidos a la cabeza) y la fenecida URSS, era un ejemplo perfecto. Y los partidos comunistas y socialistas seguían a pie juntillas el catecismo que les enviaba Moscú.

Un objetivo central suyo ha sido eliminar los valores esenciales de la democracia: construcción de ciudadanía, diálogo, moderación, tolerancia a la opinión contraria, y cambiarlos por las categorías típicamente marxistas: lucha de clases, la mentira como praxis normal, la violencia como “motor de la historia”; en suma, que el objetivo de asaltar el poder para obtener una sociedad socialista justifica todo tipo de medios, violentos o no.

No es casualidad, por cierto, que ese estilo polarizador haya existido en el lenguaje y la praxis de sus primos totalitarios fascistas y nazis. Recordemos a ese teórico del nazismo, Carl Schmitt, y su concepto de «amigo-enemigo» como eje central de lo político. Es una polarización que no se plantea el reconocimiento del adversario, del otro, sino -dentro de una visión permanente de la política como conflicto- su destrucción, incluso con el uso de la violencia.

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Como decimos arriba: nosotros (los no marxistas) hemos asimismo adoptado con frecuencia el método polarizador y lo usamos, sin darnos cuenta, para reducir, empobrecer los fenómenos y hechos que ocurren en los tiempos actuales, crecientemente complejos y llenos de incertidumbre. Sin querer queriendo, como diría el filósofo mexicano “El Chavo del ocho”, nos acostumbramos a usar polarizaciones extremas a la hora de analizar coyunturas y hechos.

Los marxistas han sido fundamentales en el nacimiento de la llamada “conspiranoia”, esa mezcla de conspiración y paranoia, tan típica de estos tiempos. Si yo veo la realidad exclusivamente como una confrontación de “buenos” contra “malos”, “nosotros” contra “ellos”, se rompen los mecanismos esenciales que definen un carácter y una conducta democráticos.

Por lo demás, los populismos, sean de derecha o de izquierda, son esencialmente conspiranoicos, y su mensaje extremista golpea el edificio institucional democrático, cada vez más abandonado a su suerte.

Chávez, Maduro, Ortega, los Castro y Díaz-Canel, Correa, los Kirchner, Alberto Fernández, Boric, Lula, López Obrador, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Zapatero, Xi Jin Ping, el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, son practicantes disciplinados de la manipulación polarizadora socialista.

Algunos son claramente marxistas: otros solo dicen serlo; para este análisis da lo mismo. Todos son polarizadores.

El paso del tiempo ha demostrado asimismo que la “pureza revolucionaria” no es más que otro engaño más. Todo líder socialista al llegar al poder, con sus envidias y ambiciones materiales, hace enrojecer al capitalista y plutócrata más pintado.

Por ejemplo la oligarquía castrista, plena de lujos en contraste con el padecimiento de su pueblo, o las excentricidades de nuevo rico de la señora Kirchner, de Evo Morales. Este último es un ejemplo perfecto: su anticapitalismo se expresa en una vida de lujo, con una mansión llamada “La Casa Grande del Pueblo”, 29 pisos construidos a costa de los contribuyentes bolivianos. 31 millones de euros costó su edificación y el equipamiento interior 36 millones. La Casa Grande del Pueblo se transformó en la Casa Grande de la Parranda. ¿Y qué decir del circo español del PSOE de Pedro Sánchez hermanado con el chavismo hispano de Iglesias y Cía.? Ya son famosos los viajes en el Falcon presidencial, para ir a conciertos privados, de Sánchez y su señora, o la mansión con piscina del revolucionario Iglesias.

No menciono, por ser muy conocidos los casos, la vida de lujos de la pareja Ortega-Murillo, y por supuesto del mandarinato chavista.

Estas son polarizaciones harto vergonzantes: los de arriba (ellos y sus cohortes, participantes del festín corruptor oficial) y los de abajo (los ciudadanos de a pie, sufrientes de unas condiciones económicas terribles, y con una dignidad personal pisoteada constantemente.

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Hay, por desgracia, otra situación nefasta y alarmante: las confrontaciones electorales, en sociedades muy polarizadas, no se están dando entre demócratas y extremistas, “buenos contra malos”, sino “malos contra malos”, o incluso “malos contra peores”, como fue el triste caso de los peruanos teniendo que escoger entre dos minorías tóxicas, la de Castillo y la de la señora Fujimori, los colombianos entre Petro y el excéntrico Hernández, o los brasileños entre Lula y Bolsonaro. ¿Dónde están los liderazgos demócratas?

¿Y cómo estamos en Venezuela hoy? Me temo que la vieja metáfora de “Guatemala a Guatepeor” se queda chiquita. Sufrimos un Gobierno ferozmente malo, y una oposición oficial…que da vergüenza.

La polarización venezolana en principio demarca opciones claras: una tiranía y una amplísima mayoría ciudadana que quiere salir de ella. El problema es que unos liderazgos opositores de ética encallecida, enfrentados entre sí, no permiten ver una clara luz al final del túnel; ni siquiera permiten llegar al túnel.

Presiento, sin embargo, que más de una sorpresa les aguarda a todos, gobernantes y opositores oficiales, en el tiempo futuro.

 

 

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