Villasmil: Unidad y Manifiesto
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Dentro de la perenne dialéctica entre los diversos sectores políticos venezolanos, hay que destacar que el uso del lenguaje puede ser equívoco y conducir a confusiones. Sobre ello va esta nota, en especial sobre una de las palabras más usadas: Unidad.
Comencemos por reconocer que algunos de los momentos estelares de la lucha opositora contra la tiranía fueron protagonizados por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Hubo claramente fallos y carencias, pero nadie puede negar la validez de la idea y estructura mismas del mecanismo unitario, un paraguas que cubría los pluralismos, visiones y estrategias diversos que correspondían a un arco partidista variado. Por fin la voz opositora sonó unida, en serio.
Después llegó la gran victoria de 2015, en la Asamblea Nacional, que luego de varios años lleva al diseño de lucha unitaria en torno al liderazgo y presidencia (E) de Juan Guaidó.
Una virtud que logra la nueva propuesta estratégica que arranca el 2019 es que además de mostrar una vez más al mundo, de forma convincente, el rostro inhumano de la dictadura, convoca al diálogo para las luchas por la libertad, no solo a todo el pueblo venezolano y sus instituciones, sino a las naciones democráticas del planeta; y estas últimas ya estaban reaccionando, por una parte, rechazando las elecciones ilegítimas del régimen, como las presidenciales de Maduro en mayo de 2018, o las de la mal llamada Asamblea Constituyente el año previo, 2017, y por otra, indicando con claridad que no solo no reconocían ni reconocen al régimen ilegítimo, sus acciones y decisiones, sino que además deciden sancionarlo, por sus constantes violaciones a los derechos humanos, por su vinculación al terrorismo y al narcotráfico, por la destrucción del tejido social, cultural, económico y ambiental de la nación.
Ese es un dato fundamental: la Unidad cada vez más robusta, dentro y fuera de Venezuela para enfrentar a un poder inhumano, a un régimen que ya no gobierna ni produce políticas públicas, sino que se mantiene a duras penas bajo la dirección de la dictadura hermana mayor, la castrista.
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Esta unidad necesaria y democrática ha mostrado más fallas hacia lo interno que en lo externo; hay momentos en que las democracias foráneas muestran más claridad que algunos opositores locales. Recordemos una vez más la siguiente fórmula: el Gobierno madurista es ilegítimo, en su origen y sus ejecutorias; por ende, todas sus decisiones y acciones son igualmente ilegítimas, no se pueden aceptar o reconocer.
Desde esa perspectiva no solo política, sino incluso ética, es que no se comprende cualquier análisis que, a la hora de que el régimen convoca una nueva farsa electoral, insiste en discutir las opciones a la misma, como si dicha convocatoria fuera legítima. Entiéndanse de una buena vez: participar en las elecciones parlamentarias de diciembre es legitimar al régimen, es aceptar a Nicolás Maduro como presidente.
El argumento, muy usado –con olor a inevitable resignación- del falso dilema de que o se vota o no se hace nada, es olvidar los logros obtenidos en estos dos últimos años; es obviar los resultados de las sanciones, que ahogan cada día más al chavo-madurismo; es omitir que cada día se suman más democracias dándonos su apoyo; es relegar los Informes Bachelet (¿quién se lo esperaba, cuando fue electa para su actual cargo en la ONU?), es no darle suficiente importancia a la fortaleza de nuestra presencia en la OEA (y la labor de Luis Almagro, quien pasó de haber sido el canciller de un Gobierno uruguayo de izquierda, a ser el mejor Secretario General de la OEA en mucho tiempo).
Peor aún: afirmar “que la alternativa es no hacer nada, quedarnos en casa”, es darle la razón a los mercenarios de la mesita, siempre prestos a dialogar con Maduro, pero nunca dispuestos a hacerlo con la oposición reconocida por los demócratas. Mientras Juan Guaidó fue a Washington, fue recibido por el presidente Trump y ovacionado en sesión conjunta del parlamento norteamericano, Henri Falcón fue a Rusia en diciembre pasado, en un viaje sin pena ni gloria, solo útil para que se quitara otro pedazo de su muy deshilachada máscara de otrora líder supuestamente democrático.
La unidad proclamada por estos señores es una unidad en torno al régimen, para sostenerlo. Otro vocablo cuyo uso los desnuda es incertidumbre: Mientras que los ciudadanos venezolanos, dentro y fuera del país, vivimos ante la incertidumbre de no saber cómo enfrentar el cúmulo de tragedias que se viven en la realidad venezolana, para los “unitarios y dialogantes” de la mesita, la única incertidumbre que viven es la de un futuro democrático donde ellos no tendrían cabida, donde se les acabaría el quince y último, las visitas a Miraflores, las entrevistas en la TV. A eso se reducen las angustias de estos campeones de la iniquidad.
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En un claro contraste político, ideológico y ético, el Consejo Superior de la Democracia Cristiana Venezolana ha publicado un Manifiesto en el cual razona y explica la necesaria Unidad de la familia demócrata-cristiana nacional así como de todos los demócratas venezolanos, reafirmando que -frente a la política de cohabitación y colaboración de la mesita, presta siempre a ayudar al régimen- lo imprescindible es convocar los esfuerzos unitarios en torno a un objetivo impostergable: el cese de la usurpación. No hay futuro alguno para la patria venezolana que pase por la complicidad o la impunidad que los esquiroles del régimen, en la mesita, defienden.
Esa exigencia de real unidad se resume en estos párrafos del Manifiesto:
“Reconocimiento de la naturaleza totalitaria y corrupta de la cúpula que ha secuestrado al Estado, y el compromiso de luchar claramente sin estrategias y tácticas que supongan la convivencia cómplice con ella.
Esa lucha por la libertad, la justicia y la democracia, supone la estructura operativa unificada de un “Comité de Reconstrucción Nacional” basado no solo en las estructuras político-partidistas existentes, sino, además, con la participación de los organismos operativos de la sociedad civil. Ese Comité acompañará la lucha del país democrático, del Presidente (e) Juan Guaidó y de la Asamblea Nacional, por el cese de la tiranía y el restablecimiento de la institucionalidad republicana”.
¡Claro que hay muchas cosas por hacer!, mucho más allá que acudir al engañoso llamado a unas elecciones fraudulentas desde su propia convocatoria, con un CNE que ya ha mostrado su vocación servil a la tiranía, y con un aumento de la ya continua persecución de los partidos opositores y sus dirigencias.
Para los demócrata-cristianos, un hecho fundamental es que seamos de nuevo un solo pueblo, una sola nación, dispuestos todos a aceptar intereses diversos, pero sobre todo, valores compartidos. Y que partiendo de allí, reunidos en un duro pero hermoso proceso de reconstrucción nacional, tomemos la decisión de desterrar el odio y la división, y sus representantes, de la tierra venezolana. Para siempre.