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Wolfram Eilenberger, filósofo: «La inteligencia artificial es lo opuesto a Sócrates: solo tiene respuestas»

El autor del exitoso 'Tiempo de magos' ficciona en su último libro diálogos con sus hijas a través de las preguntas propias de la condición humana

Eilenberger incide en la trascendencia de las situaciones cotidianas –  GUILLERMO NAVARRO

El filósofo alemán Wolfram Eilenberger, autor del exitoso ‘Tiempo de magos’ –basado en los pensadores Heidegger, Benjamin, Wittgenstein y Cassirer–, llega a la entrevista con ABC impactado con el caso Ana Obregón. «Madre mía, el país entero se ha vuelto loco con su maternidad, ¿no?» Al explicarle que es un personaje de gran popularidad en nuestro país y habitual de la prensa del corazón responde: «Ah, es por ser famosa entonces. Hay que pensar sobre ello».

Dicho y hecho: «Anoche escuché los programas de comentaristas durante dos horas y de lo único que hablaban era de la madre. El padre está completamente ausentede la discusión. No sé si hay una obsesión española con lo de la madre, pero es que, si vamos a hablar de tener hijos, hay que hablar del padre también, por Dios. Se monta el escándalo porque ella tiene 68, pero no cuando dicen que tiene una niña a los 68 años sin padre. Imagínese un padre de esa edad que tenga la misma idea, se volverían todos majaretas», dice mientras estalla en risas. «Sí, yo veo que estas discusiones son muy reveladoras sobre las premisas en las que basamos nuestras opiniones».

El tema de la paternidad ha hecho reflexionar mucho a Eilenberger (es padre de gemelas), que es también un firme convencido de que son las experiencias personales las que forjan las aportaciones filosóficas. De ahí surgió precisamente ‘¿Sufren las piedras? Pequeño manual filosófico’ (Taurus), en el que ficciona las conversaciones que ha tenido con sus hijas. Son diálogos aparentemente prosaicos, pero que encierran gran carga de profundidad. Y también un enriquecedor juego de doble sentido. Aunque es el padre el que trata de contestar, «es la hija la que le enseña a crecer –explica– porque le hace caer en la cuenta de que hay preguntas para las que no tiene respuesta. De hecho, el título inicial era ‘Pequeños humanos, grandes preguntas’ porque quería reflejar que, frente a estas cuestiones, todos nos sentimos pequeños».

-De todas las preguntas que le han hecho sus hijas, ¿cuál es la que más le ha impactado?

-Creo que han sido dos. Empecé a escribir el libro con la de «¿Dónde está el abuelo?», cuando falleció mi padre. Ningún ser humano puede responder a esa pregunta, y es una de las más importantes. Familiarizarnos con ello es la base de la filosofía. La otra fue un día que estábamos en el salón y una de mis hijas me dijo: «¿Por qué hay tantos libros?» Si le quitas la parte superficial, es porque hay más de una verdad. Si fuese una sola, bastaría con uno, ¿no? Por eso hacen faltan tantos libros. Y para ello hace falta la filosofía.

-En el libro reflexiona mucho a través de la niña. ¿Por qué quería hacer hincapié en el mundo visto a través de sus ojos?

-Creo que el niño nos hace estas preguntas, pero somos nosotros los que tenemos que pensar en lo que nos están preguntando. En las cosas más pequeñas, en las preguntas más pequeñas, puede estar contenido el universo entero. La idea central es que nada, absolutamente nada, funciona aislado. Parece una idea cursi, pero es un hecho. Y tenemos que aceptar que nos asombre.

-¿Y cómo conectaría la capacidad de asombro con el amor?

-Filosóficamente, me parece que ni el asombro ni el amor son algo que elegimos. No puedes elegir sorprenderte o asombrarte. Y tampoco decides enamorarte. Y creo que toda la cultura que nos rodea está maldita por el hecho de que todos pensamos que lo que nos ocurre proviene de nuestra voluntad. En el fondo, la vida no es así. Con los hijos es incluso más importante. Lo has creado, pero no sabes el tipo de bebé que vas a tener. Y esa es la belleza y la humildad: en el hospital te entregan un ser humano que tú no has escogido.

«Nuestra cultura está maldita porque pensamos que lo que nos ocurre viene de nuestra voluntad. La vida no es así»

-Todo esto nos lleva a pensar en lo que somos como humanos. ¿Cree que ahora, con la aparición de la inteligencia artificial (IA) que parece capaz de hacer cosas muy humanas, tenemos que redefinirlo?

-El ‘chat bot’ basado en IA es lo opuesto a Sócrates, que es el padre de toda la Filosofía. No tiene preguntas, solo tiene respuestas. Y no sabe que no sabe nada, eso al menos Sócrates sí lo sabía. Las respuestas no se basan en la certidumbre, sino en la probabilidad. Cuando detectas la diferencia entre una interacción con un humano y con un robot es al hacerle a un ‘bot’ cualquiera de estas preguntas. Tengo la sensación de que desde hace mucho tiempo hay preguntas en el centro mismo de nuestra existencia que no puede resolver la IA. No es que nosotros tengamos las respuestas, lo que pasa es que tenemos que entender que la respuesta no es lo que cuenta. Creo que el verdadero asunto con la IA es que estamos entrando en un futuro donde lo único que nos interesa es la respuesta.

-Parece que va demasiado rápido, además. Acaban de pedir que paren su desarrollo durante seis meses por los riesgos que conlleva para la humanidad.

-Hombre, es un gesto muy bonito y muy inútil. Yo lo agradezco, pero es que es un esfuerzo inútil –ríe–. Seis meses, ¿pero qué están diciendo? Es gracioso por dos razones. No solo porque los desarrollos dentro de seis meses no van a ser los mismos que ahora, con lo cual no nos vamos a poder poner al día. También lo es porque si tienes que pensar con claridad en estas cosas, ¿le parece que bastarían seis meses? ¡Por favor! Espinoza o Kant se sentaban 25 años a pensar en una sola cosa y ellos quieren resolver este dilema en seis meses. Eso demuestra cómo perciben la filosofía todos estos.

-¿Qué opina acerca de la filosofía que se aplica actualmente en la inteligencia artificial?

-A lo mejor resulta polémico, pero pienso que es lo peor que se está haciendo actualmente en filosofía. Los expertos en filosofía de la IA normalmente son personas que ni están bien educadas, ni han leído mucho. Tienen una mentalidad muy estrecha y tratan la filosofía como un paradigma informático. Lo que más falta le hace a la filosofía es la parte de la filosofía en sí –ríe–.

-¿Y cómo debería hacerse entonces?

-No es que quiera quitar importancia a los retos que enfrentamos en esta cultura, pero yo preferiría decir que tenemos que buscar sus fuentes, que se remontan más de 3.000 años atrás, para poder entender lo que está sucediendo ahora. Nos ayudaría más pensar en eso que tomarnos seis meses sabáticos con la IA.

-¿Qué cree que nos hace falta más ahora, ingenieros de computación o filósofos?

-No estoy en ningún ministerio. No tengo que tomar decisiones acerca de qué personas necesitamos educar. De lo que sí estoy seguro es de que lo que necesitamos son mejores padres.

-En ese sentido, todos los padres de mi alrededor ponen empeño en hacerlo lo mejor posible, pero luego hay una guerra. ¿Cómo le explicas eso a un niño?

-Espero no ser demasiado polémico con esto tampoco, pero el hecho de que haya guerra en el mundo no tiene nada de nuevo. Lo sorprendente de esta guerra es que nos sorprenda. Ahora está más cerca de España y de Alemania, pero ha habido siempre. Otra cosa es que haya que abordarla con los niños con mucho cuidado. Yo no soy experto en pedagogía ni mucho menos, pero sí que pienso que se les puede contar las verdades más duras. Y una realidad cruel de la existencia humana es que la guerra es parte de este mundo. En todas las culturas. Creo que ese despertar es más que nada un síntoma de la posición súper privilegiada que hemos tenido en estos últimos 50 años. Y no tenemos que criar a los niños con la expectativa de que la vida sea otra cosa que lo que estamos viendo.

 

 

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