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Y las calles cubanas hablaron alto y claro

Escenas inéditas y hermosas por todo el país, como si la chispa de San Antonio de los Baños hubiera prendido en la hierba seca del encono social

Solo era cuestión de tiempo. La frustración y la desesperanza se habían ido acumulando y este domingo las calles estallaron. Miles de cubanos salieron de sus casas a ejercer el derecho a la protesta cívica, ese que le han arrebatado por más de medio siglo. Con sus gritos de «Abajo la dictadura» dejaron claro que ni el adoctrinamiento ni el miedo han logrado cercenar en esta Isla las ansias de libertad.

Salieron los jóvenes, esos que crecieron con la dualidad monetaria, la falta de sueños, los apagones y el lavado de cerebro constante en las escuelas. Salieron las amas de casa, cazuela en mano para al menos hacer sonar unas ollas en las que apenas hay algo que echar. Salieron los padres de familias y sus nietos; los primeros, parte de una generación que ayudó a construir el actual modelo autoritario, y los segundos, potenciales balseros en el Estrecho de Florida. Salió la gente.

Escenas inéditas y hermosas por todo el país, como si la chispa de San Antonio de los Baños hubiera prendido en la hierba seca del encono social. El Capitolio de La Habana estremecido con los gritos de «libertad», las calles de Cárdenas con un cordón humano que desafiaba a las tropas de choque, Palma Soriano sacudido por las manifestaciones, Alquízar volcada a sus callejones sin asfaltar y Camagüey con un río humano en sus plazas.

Este 11 de julio demostramos al mundo y a nosotros mismos que somos muchos más que quienes nos aplastan

Este 11 de julio demostramos al mundo y a nosotros mismos que somos muchos más que quienes nos aplastan, que cuando nos unimos y actuamos ellos solo pueden amenazarnos, encarcelarnos o matarnos pero no convencernos de seguir aceptando el yugo. Ahora, el oficialismo hará su versión de los hechos y culpará al vecino del Norte, pero todos sabemos que fue la espontaneidad y la masividad el signo distintivo de estas protestas.

Se veía venir, solo había que tener el oído atento a la realidad para notar el ruido interno que crecía y que ayer se sacudió la mordaza.

 

 

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