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Yemen, Arabia Saudí y el dolor de los demás

Tuve todo el día el periódico ahí, sobre la cama, entre La Vanguardia, el Financial Times, el Abc, El País, Le Monde…Había entrevisto la portada cuando lo compré por la mañana en mi kiosco de Sainz de Baranda, esquina con Antonio Arias, mi calle en Madrid, pero sin prestarle demasiada atención… hasta que lo desplegué. Era por la noche, hacía frío, había nevado en algunas partes de España, y en el pueblo segoviano de mi mujer las calles estaban despavoridas. Entre la luz del cabezal de la cama, filtrada por el tono marfil de la tulipa, y la cenital, el color de la piel de Amal Hussain, de siete años, se volvía todavía más cartilaginoso, como el cuero de un tambor finísimo contra el que partir las baquetas de nuestro compás, el compás con el que vivimos nuestras vidas, las que podemos, las que sabemos, las que nos han tocado vivir.

Durante la infame segunda guerra de Irak, la que Estados Unidos desencadenó injustamente con el respaldo del Reino Unido de Tony Blair y la España de José María Aznar, participé en un libro colectivo en el que escribí con amarga ironía que ojalá esa decisión no acabara llevando a George W. Bush, Blair y Aznar ante un tribunal por haber contribuido a perpetrar crímenes contra la humanidad. No ha ocurrido. No ocurrirá.

He hecho una fotografía de la portada de la edición internacional del New York Times para que sepan a qué atenerse, de qué estoy hablando. Es esta:

Hambruna en Yemen, foto de Amal Hussain, por Tyler Hicks

 

La imagen fue tomada por Tyler Hicks, y lleva este pie de foto: “Amal Hussain, de 7 años, que sufre de severa malnutrición, en una clínica de Aslam, Yemen. De los cerca de dos millones de niños malnutridos en Yemen 400.000 están considerados críticamente enfermos”.

La imagen acompaña una información en la portada de la edición internacional del fin de semana del diario, a cuatro columnas, que lleva por título ‘La trágica guerra de Arabia Saudí’. Al inicio del artículo se dice que Declan Walsh, el reportero, y Tyler Hicks, el fotógrafo, informaron desde Hajjah y otras áreas del norte de Yemen este mes. Empieza así: “Con el pecho agitado y los ojos desorbitados, el niño de 3 años yacía en silencio en un hospital en la ciudad de Hajjah, en las tierras altas, un saco de huesos que luchaba por respirar. Su padre, Ali al-Hajaji, lo observaba de pie junto a él con ansiedad. Hajaji había perdido a uno de sus tres hijos tres semanas antes por culpa de la hambruna que se extiende por todo Yemen. Ahora tiene la sensación de que el segundo se le está escurriendo de entre las manos”. 

En el quinto párrafo, se lee: “La devastadora guerra que sufre Yemen ha recibido algo más de atención en los últimos días, a medida que el escándalo desatado por el asesinato de un disidente saudí en Estambul ha puesto el foco sobre las acciones de Arabia Saudí en otros lugares. Las críticas más ásperas contra la guerra liderada por Riad se han centrado en los bombardeos aéreos que han matado a miles de civiles, incluso en bodas, funerales y autobuses escolares, ayudado por inteligencia y bombas estadounidenses”. 

El reportaje continúa en la página seis, que está dedicada a en su integridad al mismo tema. Incluye otras cuatro fotos, entre ellas una muy pequeña, a una columna, de Wadah Askri Mesheel, de 11 meses, que murió ocho horas después de que llegara al hospital. La foto acompaña una pieza que lleva por título ‘Por qué estamos publicando estas fotografías’, y lo firman Eric Nagourney y Michael Slackman. Dicen que ante la foto de Amal Hussain, “todo piel y huesos, con su cabeza torcida, como si no pudiera soportar la mirada de los que ponen los ojos sobre ella”, algunos lectores “podrían sentir la tentación de mirar, también, hacia otra parte. Y si la experiencia sirve para algo, algunos podrían pedirnos explicaciones de por qué les estamos pidiendo que presten atención a esto”. 

Tanto en la edición digital como en la de papel del New York Times, dicen: “les estamos pidiendo que miren –no solo a Amal, sino a otros como Shaher al-Hajaji, un aterrorizado niño de 3 años estrangulado por la malnutrición, y Bassam Mohammed Hassan, un demacrado y apático niño con la mirada perdida”. Y añaden: “Este es nuestro trabajo como periodistas: dar testimonio, dar voz a quienes sino serían dejados de lado, convertidos en víctimas y abandonados. Y nuestros reporteros y fotógrafos recorrerán las distancias que haga falta y correrán los riesgos que sea necesario para lograrlo”.

En noviembre de 2012 entrevisté en A Coruña a John G. Morris, el legendario editor gráfico del New York Times, que a la pregunta “¿No cree que una reiterada exposición a imágenes dramáticas pueden llegar a saturar nuestra compasión?”, me respondió: “Me preocupa eso. Me preocupa el abuso a la hora de utilizar fotos terribles. Fue mi culpa si alguna vez fue así. Nunca he defendido que todo fuera publicado. Tenía un cajón bajo en mi escritorio del New York Times donde guardaba las fotos que me parecían demasiado horribles para que fueran publicadas. No puedes obligarles a los lectores a que traguen todo. Creo que los editores han fracasado a la hora de mostrar la realidad en momentos cruciales, como por ejemplo los estragos que causó la bomba atómica. La bomba atómica fue exhibida como algo bonito, esa fue la forma en que fue mostrada en el mundo occidental. Y no era nada bonito, sino algo espantoso. Por eso me impliqué tan a fondo en la elección de Barack Obama como presidente, porque él comprende el espanto que significaba el arma atómica, porque cree que Estados Unidos tiene la responsabilidad de liderar el mundo libre de armas atómicas”. 

Me pregunto qué hubiera hecho John G. Morris ante la fotografía de Amal Hussain. Quiero pensar que lo mismo que han hecho los editores del New York Times este fin de semana. Yo también la habría publicado.

En su último libro, El dolor de los demás, Susan Sontag rectificó lo que había escrito en Sobre la fotografía acerca de la exposición continuada a fotos atroces. Mientras exista el crimen, mientras existan las hambrunas, mientras existan las guerras, el sufrimiento nos concierne, nos interpela. Tenemos que mostrar esas imágenes, aunque se haya fatigado la compasión de muchos.

Al final de su breve explicación, Eric Nagourney y Michael Slackman, escriben: “Sí, las fotos de Tyler son duras de ver. Son brutales. Pero también son brutalmente honestas. Revelan el horror que se vive hoy en Yemen. Usted puede optar por no verlas. Pero nosotros pensamos que debería ser el que tome la decisión”.

Una decisión que también deberían tomar Pedro Sánchez y ministros como Carmen Calvo, Josep Borrell, Margarita Robles e Isabel Celaá, y pensarlo dos veces cuando vuelvan a decir que las armas que les vendemos a Arabia Saudí son lo bastante inteligentes para no matar a quien no deben, para que no aumenten la desolación y la hambruna en Yemen. Ojalá no se vean algún día en la tesitura de comparecer ante un tribunal de crímenes contra la humanidad como cómplices de la muerte de niños como Wadah Askri Mesheel, Amal Hussain, Shaher al-Hajaji y Bassam Mohammed.

Imagen de alfonso.armada

Alfonso Armada: Aunque nació en Vigo (1958), le gusta decir que es portugués. Estudió periodismo y teatro en Madrid. Ha trabajado para El País (cubrió el cerco de Sarajevo y fue corresponsal para África) y ABC (fue corresponsal en Nueva York, dirigió el Máster y ABC Cultural). Sus últimos libros son: Diccionario de Nueva York (2010), Fracaso de Tánger (2013), Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia (2015) y Por carreteras secundarias(2018)

@alfarmada

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