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Yoani Sánchez: Día 12 de la emergencia por el covid-19

Escribo, siembro, salgo a comprar la poca comida que queda pero, además, de los menguados alimentos que alcanzo me traigo historias

Era sabido, pero en esta Isla los rumores le llevan semanas de ventaja a los anuncios oficiales. A veces, muchas veces, la también llamada Radio Bemba sabe con antelación lo que después de un tiempo la prensa nacional publicará como novedad. Hace días estaba claro que el desfile por el 1 de mayo no iba a poder realizarse y, desde mediados de marzo, en los centros laborales estatales muchas voces clamaban por su suspensión.

Así que ayer, cuando se confirmó que «calabaza, calabaza, nadie pá la Plaza» por los peligros de una aglomeración con el avance del covid-19 en Cuba, pocos se sorprendieron. Sin duda, la cancelación es una decisión acertada en un país donde este miércoles se anunciaron más de 200 casos confirmados de la enfermedad, una cifra que puede dispararse en los próximos días cuando se aplicarán test rápidos.

Los mismos que hasta hace poco insistían en que habría desfile a cualquier precio, ahora hacen un conveniente silencio y repiten que «la Dirección del país sabe lo que hace»

Los mismos que hasta hace poco insistían en que habría desfile a cualquier precio, ahora hacen un conveniente silencio y repiten que «la Dirección del país sabe lo que hace», como me ha dicho esta mañana un vecino con el que me tropecé en el pasillo. Es el mismo señor que hace una década me aseguró que la libra de carne de cerdo bajaría a 8 CUP tras unas medidas de fomento de las granjas estatales, pero ahora está en 50 CUP.

Cuando era niña me gustaba ir a los desfiles del 1 de mayo con mis padres. Además de la algarabía del tumulto, me encantaban unos jugos naturales que repartían como prebenda a los participantes y que, si la memoria no me falla, llamábamos Jupuro. Una vez al año tenía la posibilidad de tomar aquel néctar que llegaba en una caja de cartón parafinado y que era toda sorpresa para mí, ajena al tetrapack y a la lata de aluminio.

Pero después, el entusiasmo infantil pasó y me di cuenta de que como trabajadora no iba a estar representada en una congregación que, en lugar de reclamos y reivindicaciones, canta loas al poder. Cuando me gradué de la universidad, gané por un buen tiempo 198 CUP mensuales, menos de 10 dólares, pero nunca vi un solo cartel en esa «fiesta del proletariado» que reclamara -en la Plaza de la Revolución- mejores sueldos.

Así que dejé de ir hace mucho tiempo y, probablemente, solo vuelva a desfilar un Día Internacional de los Trabajadores cuando llevar un cartel denunciando la precariedad salarial no esté prohibido en Cuba y cuando el gran patrón, llamado Estado, deje de presentarse como salvador de la clase obrera. En realidad, gana enormes plusvalías, paga sueldos míseros, prohíbe el derecho a huelga y nos condena a no poder tener siquiera un sindicato que nos represente.

Con mi diatriba proletaria por dentro, hoy ordené los canteros de mi terraza. Las papas aún no germinan y me preocupan, porque todas mis esperanzas de tener ese tubérculo sobre mi mesa en las próximas semanas están puestas en mi huerto de autoconsumo. La que sí están preciosas son las flores de mi franchipán [plumeria rubra]. Cuando cuento sobre la belleza de esta planta que se alza en mi balcón, la mayoría de mis amigos me pregunta «¿se come?» y no, no se come, sino que es alimento para el alma que también es imprescindible en estos momentos.

Hoy no me he sentido bien. No sé si es el estrés que se vive en estos «tiempos de coronavirus» o que el cuerpo empieza a resentirse por las tensiones de la espera

Hoy no me he sentido bien. No sé si es el estrés que se vive en estos «tiempos de coronavirus» o que el cuerpo empieza a resentirse por las tensiones de la espera. Nada preocupante, solo que por estos días las alarmas se disparan ante cualquier malestar y lo que hasta hace poco era insignificante ahora se trastoca en suspicacia.

Pero estoy bien. Escribo, siembro, salgo a comprar comida pero, además, de los menguados alimentos que alcanzo me traigo historias: anécdotas, declaraciones y hasta chistes que la gente quiere compartir en situaciones extremas.

«Esto nos pasa porque estamos vivos, esos de ahí ya no tienen este problema», me dijo esta mañana un vendedor de flores que encontré a pocos metros del muro del Cementerio de Colón de La Habana. «Aquí tenemos coronavirus, pero en el ‘reparto boca arriba’ darían cualquier cosa por estar de este lado», remachó con algo que parecía una sonrisa pero que la mascarilla no me permitió ver.

 

 

 

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