Zelenski en la ONU: el objetivo de su discurso
'La política siempre será el arte de sumar y nunca el de restar. El presidente Lula, de Brasil, hasta hace poco muy distante frente a Ucrania, cediendo a la presión ambiental decidió conversar con Zelenski.'
Cada discurso, sobre todo un discurso político internacional, busca interpelar a un determinado sujeto. Ese sujeto es el objeto del discurso. Y, evidentemente, Zelenski debió haber reflexionado con su entorno a quienes debería ir principalmente dirigido su discurso en la 78 Asamblea General de las Naciones Unidas.
Como la ONU convoca y reúne a todas las naciones del planeta, Zelenski no podía dirigirse solamente a las que lo apoyan sin condiciones: el campo de las naciones democráticas. Debía dirigirse en primer lugar a quienes no lo apoyan e incluso a los pocos que apoyan a Putin y no acataron la orden del dictador de abandonar la plenaria. En suma, Zelenski debía dirigirse a la mayoría de las naciones no democráticas que son, a su vez, la mayoría de las naciones representadas en la ONU.
Nadie podía esperar, por lo tanto, una aclamación estruendosa. A eso no iba Zelenski. Iba simplemente a expresar la opinión de su Gobierno frente a una guerra que Ucrania nunca declaró, y alertar acerca de las consecuencias en caso de que logren imponerse las posiciones del invasor. En fin, Zelenski viajó a Nueva York a explicar por qué Putin puede, pero no debe, ganar la guerra que él mismo inició.
El chantaje nuclear
Sabe Zelenski que aparte de Rusia (tal vez solo Corea del Norte), incluyendo las que apoyan a Putin, ninguna nación en el mundo desea la guerra a Ucrania. Una de las razones de ese no-deseo es que si el conflicto escala, puede llevar a la Tercera Guerra Mundial y, por lo mismo, a una confrontación nuclear. Experto en la producción de miedos, Putin ha apelado abiertamente al chantaje. «O me dejan anexar a Ucrania, o podría apretar el botón.»
Zelenski también es consciente de que es necesario evitar una guerra nuclear, como hasta ahora ha ocurrido en diversos conflictos internacionales. Así lo dijo al traer al recuerdo que después del fin del colapso en la URSS, Ucrania, convertida en tercera potencia nuclear del mundo, aceptó que Rusia «quedara como guardián de ese poder». Con cierta ironía dijo que, bajo la luz de lo ocurrido, debería haber sido al revés. Rusia, y no Ucrania, debió haber sido desarmada. No obstante, y eso es lo que se desprende de la argumentación de Zelenski, no solo la aplicación, también la utilización de la guerra atómica como chantaje supone el uso de la instancia atómica.
Los misiles también pueden actuar de modo atómico si caen sobre las centrales energéticas de otras naciones, por ejemplo. Putin puede producir estragos con la misma efectividad que si usara sus propias armas atómicas. Para decirlo de modo algo cruel, las ciudades mártires de Ucrania —Bucha, Leópolis, Mariúpol— no tienen nada que envidiar a Hiroshima y Nagasaki. Podríamos decir también lo mismo de Grozny, en Chechenia, o peor aún, de Alepo en Siria.
No solo las armas nucleares producen aniquilamientos masivos. Ocurrió con Nixon en la guerra del Vietnam cuando en su desesperación por ganar la guerra usó napalm en contra de la población civil. Hoy también Putin, siguiendo el ejemplo de Nixon, hace uso de armas similares en Ucrania. La diferencia es que los EEUU no buscaban anexar nada, solo derrotar a la URSS en Vietnam.
Pero no solo con armas de fuego labora el imperio ruso. Como planteó Zelenski, Putin ha descubierto el hambre como medio de aniquilamiento masivo. En sus palabras: «Desde el inicio de la guerra a gran escala, Rusia ha bloqueado los puertos ucranianos en los mares Negro y Azov. Hasta ahora, nuestros puertos en el río Danubio siguen siendo el objetivo de misiles y drones. Y en un claro intento de Rusia de convertir la escasez de alimentos en el mercado mundial en un arma a cambio del reconocimiento de algunos, si no todos, los territorios capturados, Rusia está utilizando los precios de los alimentos como armas. Los dos impactos se extienden desde la costa atlántica de África hasta el sudeste asiático. Esa es la escala de la amenaza».
En ese programa mortal, Putin sigue el ejemplo de su admirado antecesor Stalin. Cercar ciudades, cerrar caminos, carreteras y puertos eran medios favoritos de Stalin para aniquilar por hambre a ciudades completas sin usar implementos bélicos. Las hambrunas con las que Stalin exterminó a millones de ucranianos, recordadas como el Holodomor (1922), cercando a poblaciones, y requisando cosechas y alimentos, han quedado para siempre grabadas en la memoria colectiva de la sufrida nación.
Pero además de la producción de hambre —dijo Zelenski— Putin ha utilizado a la energía como arma. La utilizó para ganar aliados, o por lo menos neutralizar enemigos a lo largo del periodo en que fraguaba la invasión a Ucrania. Durante la guerra a Ucrania, en efecto, no ha tenido necesidad de lanzar bombas atómicas. Le basta con atacar a las centrales energéticas en Ucrania, como ya ocurrió en Zaporizhzhia. El resultado es al fin el mismo. Sirve además para sentar un precedente a países europeos en donde abundan las centrales de energía nuclear. ¿Para qué lanzar misiles atómicos si ustedes tienen centrales nucleares en su propia casa? Basta hacerlas explotar con un par de drones, y listo. Después podría decir Putin en su más puro estilo: «Fue un error técnico»; o peor aun: «Eso fue obra de los ucranianos, tenemos las pruebas» (que nunca mostrarán).
«Hay muchas convenciones que restringen las armas nucleares, pero no existen restricciones a la utilización de otras armas«, adujo Zelenski en la ONU. El líder mencionó como otro ejemplo las deportaciones de niños ucranianos arrancados a sus padres en los territorios ocupados, para enviarlos a Rusia y allí «rusificarlos». Esa es, simplemente, limpieza étnica, muy equivalente con la tesis de la no-existencia de Ucrania como nación, sustentada repetidamente por Putin y corroborada por el expresidente de Rusia, Dimitri Medvedev, quién en un texto muy divulgado escribió las siguientes palabras: «Nadie en este planeta necesita una Ucrania así. Por eso desaparecerá».
Pero no es solo Ucrania
No solo es el destino de Ucrania en caso de que Putin logre adueñarse del país o de parte de su territorio lo que está en juego. Hay mucho más, intentó explicar Zelenski. La Rusia de Putin se encuentra en estado de expansión imperial desde hace mucho tiempo. El hecho de que los gobernantes de los países occidentales no lo hayan percibido, es una culpa que deberán arrastrar consigo.
«Cada década Rusia inicia una nueva guerra», recordó Zelenski en la Asamblea. «Partes de Moldavia y Georgia siguen ocupadas. Rusia convirtió a Siria en ruinas», aplicando armas químicas de destrucción masiva. Y ahora «está amenazando a Kasajstán y a los estados bálticos». Y agregó: «Rusia se ha tragado a Bielorrusia».
En todas esas acciones imperialistas, tan similares a las que lleva a cabo en Ucrania, la presencia de la OTAN —significada por Putin y los putinistas como «causa» de la invasión a Ucrania— no tuvo nada que ver.
«El objetivo de la actual guerra contra Ucrania», dijo Zelenski, «es convertir nuestra tierra, nuestro pueblo, nuestros recursos, en un arma en contra de ustedes, contra el orden internacional basado en reglas».
Esto último es fundamental. La destrucción de Ucrania es también un arma utilizada por Putin en su ya declarada guerra a Occidente. Con la invasión a Ucrania, Putin se ha vuelto en contra de todo el orden político internacional. La guerra de Putin, en ese sentido, no es solo contra Ucrania.
En gran medida, Putin ha hecho saltar por los aires los acuerdos de posguerra, anota el exministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer. Ese es también el nuevo orden que trata de imponer Putin. Un orden que ha obligado a Europa a ampliar considerablemente sus presupuestos militares en desmedro de financiamientos sociales y ambientales.
Putin, al igual que Xi Jinping, Modi o Lula, habla de un orden que sucederá al orden unipolar, dominado por EEUU. Una afirmación radicalmente falsa. El orden mundial de posguerra fría, el actual, es —desde el punto de vista económico, tecnológico y militar— aún más bipolar que el de la Guerra Fría, solo que el lugar de la URSS ha sido ocupado por China. Ahora bien, en el marco de esa bipolaridad, Rusia juega un papel muy secundario.
En la multipolaridad a la que apela el dictador, nunca Rusia podrá desplazar la hegemonía que ejercen China y EEUU en sus respectivos espacios de influencia. De tal manera que la verdadera intención de Putin, al desconocer todas las reglas, tratados y acuerdos de posguerra, no apunta a la formación de un nuevo orden, sino a todo lo contrario: a la creación de un desorden mundial como única realidad en donde Rusia podría jugar un papel dominante: un mundo sumido en interminables guerras, sin leyes ni instituciones supraestatales que regulen las relaciones internacionales.
No deja de ser asombrosa casualidad que justo un día después de que Zelenski pronunciara su discurso en la ONU, Azerbaiyán atacara a Armenia por un conflicto que va más allá de Nagorno Karabaj. Armenia se encontraba bajo la protección militar de Rusia. Pero a la vez Azerbaiyán es aliada de la Turquía de Erdogan y del Irán de los ayatolas, además de ser un punto de múltiples inversiones chinas.
Se suponía que, de acuerdo a los tratados que mantiene con la cristiana-ortodoxa Armenia, Rusia iba a actuar en defensa de los armenios. Nada de eso ocurrió. Con un cinismo sin límites y haciendo tiernos llamados a la paz, Putin dejó librada a Armenia a su suerte y sus tropas no tuvieron más alternativa que rendirse frente a la invasión de Azerbaiyán, nación que no hacía más que seguir el ejemplo de Rusia en Ucrania. Hechos como este, sin una reglamentación internacional de los conflictos, serían el pan de cada día si Rusia logra imponerse en Ucrania.
De acuerdo a la ley de la selva internacional en la que Putin quiere hacer de Rusia una potencia decisiva, la bestia más fuerte ha de comerse a la más débil. Ahora bien, en contra de ese caos mundial que busca crear Putin a partir de Ucrania, alertó el presidente Zelenski a los representantes de las naciones que lo escuchaban.
Para Putin (todo parece indicarlo) parece no haber vuelta atrás. Entre la posibilidad de la destrucción total y una paz que, como tal, solo puede estar basada en acuerdos no ventajosos para las partes en conflicto, Putin ha elegido la —si se da el caso— destrucción total. En ese sentido, la comparación de Putin con Hitler, hecha un día antes de su discurso por Zelenski, es definitivamente válida.
Como Hitler, y no como Stalin, Putin es el creador de un proyecto de guerra total. Esa es la razón que obliga a todas las naciones —democráticas o no— a buscar el camino hacia la paz, una paz que a su vez solo puede ser lograda con el cese de la invasión a Ucrania. El problema es que esa decisión solo depende de Putin y de nadie más. Y Zelenski está convencido de que Putin no cederá. Por eso, la tarea, no solo la de Ucrania, sino de todas las naciones que no quieren más guerra (y son la inmensa mayoría) será la de obligar a Putin a parar la invasión. No hay otra alternativa para el retorno de la paz. Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepárate para la guerra.
Política en tiempos de guerra
Convertir la guerra de defensa de Ucrania en una guerra por la paz mundial ha sido la línea de Zelenski durante su estadía en la ONU. Línea que volvió a presentar en la reunión del día 20 de septiembre ante el Consejo de Seguridad, a la que asistió el ministro Lavrov. En esa reunión Zelenski planteó que Rusia debería ser excluida del Consejo de Seguridad, al mismo tiempo que se pronunció por la inclusión permanente de Alemania.
Desde el punto de vista formal, Zelenski tiene la razón. La Rusia de Putin es cualquier cosa menos un garante de la seguridad mundial. Todo lo contrario, en estos momentos es su principal amenaza. Pero precisamente por eso —pensamos aquí— no debería ser excluida. Mientras más vinculada esté Rusia a las instituciones internacionales, más impedida estará para legitimar su desenfrenado expansionismo. La ONU, con todos sus inmensos defectos, es un producto exquisito de la civilización humana, entre otras razones porque es un centro de deliberación.
La pertenencia al Consejo obliga a Putin a hacer lo que prohíbe en su país: deliberar. Lo que sí debe ser modificado (y en eso Zelenski tiene toda la razón) es el uso de derecho a veto a gobiernos sobre guerras que ellos mismos han generado. Con ese derecho, Putin está convirtiendo al Consejo de Seguridad en otra arma de guerra. Como dijo el mismo Zelenski: «Mientras Rusia empuja hacia la guerra final, Ucrania está haciendo todo lo posible para garantizar que después de la agresión rusa nadie se atreva a atacar a otra nación».
La presentación de Zelenski en la ONU puede ser calificada sin reservas como un gran éxito político. El presidente ucraniano ha logrado lo que nunca logrará Putin: aparecer como defensor de la paz y del derecho internacional ante la comunidad internacional. Sus palabras son su testimonio: «Por primera vez en la historia moderna tenemos la oportunidad de poner fin a la agresión en los términos de la nación que fue atacada. Esta es una oportunidad real para cada nación: garantizar que la agresión contra su Estado, si sucede, Dios no lo quiera, terminará no porque se dividirá su tierra, sino porque su territorialidad y su soberanía serán plenamente restauradas».
No fue Zelenski a la ONU a asumir el papel de víctima —aunque su país lo es— sino a dar forma a una política encaminada hacia la paz en contra de la agresión rusa. Con perspicacia de estadista entendió que hay que dar orientación política al clamor mundial por la paz y que en esa empresa, Ucrania —que nunca ha agredido a ninguna nación— tiene mucho que aportar.
Entendió además que, en el caso de la guerra a Ucrania, la ONU no está solo dividida entre naciones democráticas y no democráticas, sino también entre países a los que conviene y a los que no conviene la guerra de Putin, y que estos últimos conforman la mayoría absoluta del planeta.
Zelenski ha llegado a la conclusión de que para ganar una guerra no solo bastan las armas, sino también las mayorías políticas, o lo que es lo mismo decir, que la política siempre será el arte de sumar y nunca el de restar. Quizás de modo anecdótico hay que agregar que el propio presidente Lula, de Brasil, hasta hace poco muy distante frente a Ucrania, cediendo a la presión ambiental decidió conversar con Zelenski. Al final de la reunión, el cazurro presidente brasileño dijo: «Fue una buena conversación sobre las vías de construir la paz y de mantener siempre un diálogo abierto entre nuestros países».
Esas palabras tan huecas no cambiarán el mundo, pero son sintomáticas.
Este artículo apareció originalmente en el blog Polis. Se reproduce con autorización del autor.