Fernando Vallespín: Zygmunt Bauman, conciencia moral de la globalización
Los que tuvimos la fortuna de conocer a Zygmunt Bauman no podemos deslindar su teoría del personaje inquisitivo e irónico que siempre nos sorprendía con un nuevo giro en su evaluación de este curioso mundo de la globalización. Pasará a la historia intelectual como el teórico de la modernidad líquida, esa forma de organización social en la que nada permanece, en la que todo es fugaz, incompleto, indefinido, donde, en efecto, todo lo sólido se desvanece en el aire. Detrás de su evaluación hay, sin embargo, una preocupación profunda por la pérdida de la dimensión de ética pública. Hoy habríamos abandonado ya el sentido de misión colectiva asociado a la modernidad clásica. El poder ya no está en manos de la política, ha emigrado a otras instancias libres de todo control democrático. Los derechos económicos están fuera del alcance del Estado; los derechos políticos se han reducido al pensamiento único de los mercados desregulados del neoliberalismo; y los derechos sociales son reemplazados por el deber individual de velar por nosotros mismos.
El resultado es una situación de “vulnerabilidad mutuamente asegurada”. De ahí también su última insistencia en trazar los contornos de la nueva geografía del mal, eso que él denominaba la adiaforización, la neutralización y banalización de lo éticamente incorrecto. El mal ya no reside solo en las guerras o en las ideologías totalitarias; se arraiga también en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, como en la cuestión de los refugiados, o en las “orgías verbales de odio anónimo, cloacas virtuales de defecación en los otros y los incomparables despliegues de insensibilidad” que encontramos en Internet.
Como Thomas Hobbes o Norberto Bobbio, es de los pensadores que culminaron su obra en la senectud. A partir de los ochenta años entró en una sorprendente productividad y en un incesante activismo intelectual. No había semestre en el que no publicara algún libro, que no diera alguna entrevista. Por eso su ausencia va a ser tan dolorosa.
Hemos perdido al guía, al viejo y sabio maestro que siempre supo arrojarnos algo de luz en tiempos de oscuridad, en uno de los momentos de mayor desconcierto teórico.