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11 de julio: Soberanía Popular

"Una protesta nacional espontánea, pacífica y sin líderes. Aunque con ideas bien claras. Nuestra variante de la barricada francesa: la Libertad guiando al pueblo".

Lo que no ocurrió en doscientos años, acaba de ocurrir el domingo 11 de julio en Cuba.

El dolor es mucho. La sangre derramada, las humillaciones, la prisión de los mejores. Un futuro de violencia mayor.

Para responder cabalmente a esas cruces, veamos si no estamos, al mismo tiempo, resucitando.

En Cuba tenemos unos síndromes de asocialidad y pasividad que atraviesan la historia. Como he demostrado, o al menos mostrado, en mi artículo La pasividad en Cuba, publicado en La Hora de Cuba hace unos años, no fue el socialismo quien generó la pasividad nacional, sino esa pasividad la que generó el socialismo. Esta conclusión pudiera ser escandalosa para muchos, que recuerdan nuestras guerras y revoluciones. Lo que pasa es que esas manifestaciones de violencia se producían precisamente por la desesperación de las minorías ilustradas y patrióticas frente a la inmoralidad del poder, durante la Colonia; y frente a la incapacidad del pueblo para la democracia, durante la República. El historiador Alenmichel Aguiló me iluminaba hace unos años con la evidencia de que en Cuba nunca hubo un París 1830 o 1848, unos fenómenos de barricadas, de lucha popular por constituir al Pueblo en Soberano. Y sin ese soberano, no hay democracia. Si el ciudadano de abajo no ejerce su poder sin contar con ningún príncipe, entonces habrá un mal príncipe y jamás habrá democracia.

Algunos recordarán la Revolución del 30. Antes de la Huelga Nacional, solo hubo el terrorismo del ABC y otros grupos. El pueblo solo se manifestó en las calles masivamente cuando Machado huyó, presionado por sus generales. Y esas manifestaciones fueron fatales: venganza de mala muerte y por la propia mano, asesinato de inocentes, saqueos, anarquía total que llevó al poder a un sargento, enseguida erigido en amo y señor de todos. La democracia que salió de ese desastre fue la Constitución de 1940, un texto ideal que regía en las nubes. En la tierra los diputados se entraban a tiros en las calles, los pandilleros atacaban al Senado. Cuando se produjo el golpe de Estado de Batista, el pueblo no salió a protestar. Y solo un pequeño grupo de congresistas se dirigió al Capitolio. Ya el Presidente, antiguo revolucionario, había huido. No se hace democracia desde arriba, con políticos y papeles. La democracia sale de abajo o no es más que farsa, peligrosísima farsa.

El ciclo anterior al 30 volvió a repetirse.

Chibás intenta despertar al pueblo. El pueblo se manifiesta en su entierro, y nada más.

Cuando se recuerda, ritualmente para que no haya análisis, el intento de asesinato de Batista por parte de los estudiantes universitarios, se obvia lo fundamental: que el acto en sí se concebía como el comienzo de una protesta popular. Que nuestra sangre señale el camino de la libertad, dijo José Antonio. Fracasó. El pueblo se quedó en las casas, y esto es importante porque el hecho de que el dictador quedara vivo de ninguna manera impedía la protesta. Incluso debía haberla estimulado.

Justamente un año después vuelve a intentarse el despertar del pueblo. Esta vez es la minoría violenta que desciende de Chibás, aliada con algunos comunistas, la que intenta despertar al pueblo con la Huelga de Abril. Nótese la insistencia. Los herederos de Frank País encabezados por el demócrata martiano anticomunista René Ramos Latour, siguen pensando en un levantamiento popular como fuente de derecho y de poder, como camino, lo menos cruento posible, hacia la democracia. Fracasan. Fidel Castro hizo como que admitía la Huelga pero de hecho nunca la apoyó. Su proyecto excluía el protagonismo del pueblo. Necesitaba su protagonismo. La minoría violenta, frente a un pueblo que tenía razones malas y buenas para desconfiar, impuso la conquista violenta del poder por una minoría de tres mil personas, en seis millones de habitantes. En realidad, ese grupo solo logró el poder por la manifestación masiva del pueblo, otra vez cuando el dictador ya había huido. Los propios historiadores comunistas dicen claramente que nunca hubo una victoria militar contra Batista. Pero no es saliendo a aplaudir a los violentos como se construye un país digno.

«Si toda esta gente hubiera salido a la manigua, España no hubiese durado quince días».

Me excuso por esta cita que en este momento es de memoria. Todo conocedor de nuestra historia sabe que palabras semejantes fueron dichas por el general Gómez, cuando era vitoreado por el pueblo de Cuba libre.

La mayoría de los generales mambises distaban de la idea de la democracia, empezando por Gómez. Mucho más de la democracia popular de José Martí. Dos de los más capaces fueron vehículos del autoritarismo y la dictadura. La guerra no es fuente de democracia.

Una sociedad pobre, de riqueza mal distribuida, donde la gente depende siempre de alguien de arriba para sobrevivir, está lejos de ser fuente de democracia. Pero hay algo peor: el poder oligárquico crea una idea autoritaria del mundo. Solo los poderosos son humanos. El revolucionario es el escalón más alto de la especie humana. Los débiles son caca. Los finos deben ser eliminados. Hay que huir deshaciéndose de todo el que se queda atrás, de todo el que no marche al ritmo de los homos sapientísimos de la soberbia y la violencia. De Batista, el Hombre. Del otro, del otro y del otro. Genios de la imposición y del abuso. El que no salta es yanqui y el que no mete golpes y se impone a los flojitos, es maricón.

Yo procedo del pueblo. He vivido y sigo viviendo en el seno del pueblo. He fracasado en quitarme del todo algunos de sus defectos, pero comparto muchas de sus virtudes. Vivo dolorosamente en el pueblo, pero también amorosamente. El pueblo siempre me ha defendido, cuando los oligarcas me han atacado. Antier hicieron una cadena de información a fin de avisarme que habían venido a investigarme. La gente de más abajo en el barrio, los negros y mulatos, las amas de casa desamparadas, los travestis, oran por mí y me defienden. Para desentenderme del pueblo tendría que traicionar la memoria de mi nobilísima familia, a quien debo todo. Sin la corneta china del carnaval camagüeyano mis veinte libros no existirían.

Pero parecía que el mal, como decía Martí, había llegado a la médula.

Si el pueblo sigue humillado este verano, le decía a mis dos muchachos, mientras subíamos en dirección a la Calle de la Horca, a buscar un cargamento de libros exquisitos, tendremos veinte años de continuidad, treinta de capitalismo sin democracia, y luego una dictadura de derecha durante cincuenta años. Tal vez luego nos acordemos de la democracia de Martí.

Los muchachos caminaban silenciosos y cabizbajos.

Fuimos a la Horca y trajimos los libros. Llegó el reverendo padre Castor Álvarez y me leyó el Evangelio del día. Oramos.

A esa hora de la mañana, ya San Antonio estaba en llamas.

Luego, todo el país.

He visto pasar a los jóvenes de la protesta. Según el gobierno, delincuentes. Mambí significaba bandido, para los colonialistas españoles.

Una protesta nacional espontánea, pacífica y sin líderes.

Aunque con ideas bien claras.

Nuestra variante de la barricada francesa: la Libertad guiando al pueblo.

Lo había dicho Martí: ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones.

Pero me dicen que no, que esos son chusmas. Los gordiflones interminablemente vulgares que atacan a las damas admirables de la poesía y el arte.

Chusmas ellos, ese es mi pueblo. Y si alguno es vulgar, tiene derecho a serlo, porque han vivido en esta barbarie toda su vida, sin opción y sin referencias de cultura.

Chusmas los muchachos de las escuelas de arte de Camagüey, protestando en la calle República.

Por primera vez en su historia, el pueblo cubano ha ejercido su Soberanía.

Solo, sin mayimbes.

Sin ayuda de nadie.

Deseando paz, deseando Patria y Vida.

Pueblo adolorido, ahora eres el Soberano.

Majestad, ¡ordene!

 

 

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