Los argentinos no pueden vivir sin Kirchner
La odian, la aman, la admiran, la desprecian, la quieren conduciendo al país, la quieren presa
Pablo Gerchunoff es uno de los economistas más sabios y prestigiosos de la Argentina. No es, precisamente, un kirchnerista o un cristinista: más bien lo contrario. Sin embargo, el martes, mientras Cristina Kirchner convocaba a una multitud como primer paso para intentar su regreso al poder, Gerchunoff tuiteó: «Quiero que pierda, pero no vivir sin ella». Si le pasa eso a un intelectual, a un hombre con la suficiente experiencia como para no dejarse arrastrar por las pasiones políticas, es fácil imaginar qué le ocurre al resto de los argentinos: ella es la única política instalada en sus almas. Definitivamente, no la han (no la hemos) dejado atrás. La odian, la aman, la admiran, la desprecian, la quieren conduciendo al país, la quieren presa. Pero, por ninguno de sus pares, los argentinos sienten (sentimos) tanto.
La sociología salvaje intentará múltiples explicaciones sobre el fenómeno porque, se sabe, de algo hay que vivir. Pero tal vez un indicio de por qué las cosas son así se pueda ver en sus dramáticos discursos. Cristina llora, grita, seduce, reta, agrede, susurra, parece buena como un hada, y mala como una araña, linda como una estrella de cine o loca de atar, es coqueta, por momentos se pasa de bótox: su expresividad es una paleta a la que le sobran colores. Eso produce un fenómeno de masas un tanto eléctrico, donde casi nadie queda fuera de su influjo, ya sea, una vez más, para insultarla o caer rendido. Encima, el equipo de Cristina Kirchner es especialista en construir imágenes en las que ella aparece, sola, siempre, rodeada de multitudes subyugadas. Cualquier pavada parece una gesta. Y la protagonista, en medio del show, se siente en su salsa.
En estos días se vive un reflujo de ese fenómeno porque Cristina Kirchner quiere volver y el martes llenó un estadio como primer paso en ese intento. Parece que va a ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires. Si derrota al Gobierno en esa elección, será luego candidata a presidenta en el 2019. Y dado que las cosas en la Argentina no andan bien, es una posibilidad abierta. Así, todos los canales de noticias transmitieron en vivo su discurso. Y, salvo porque Boca Juniors acaba de campeonar, ella ha vuelto a ser el centro de las conversaciones.
—¿Cómo vas a votar a semejante ladrona?
—¿Y que querés? ¿Que apoye a este Gobierno que nos mata de hambre?
Es una líder herida. Desde que llegó al poder en 2007, Cristina condujo al imbatible peronismo a tres derrotas en cuatro elecciones. Si no hubiera sido por su torpeza, Macri no estaría donde está. En 2007, el peronismo se presentaba unido en todo el país: ahora, en la provincia de Buenos Aires va partido en tres, por obra y magia de sus caprichos. Ella misma creó su fracción harta de tener que discutir con quienes, hasta hace poco, se hincaban ante su presencia. Su nueva agrupación se llama Frente de Unidad Ciudadana, una curiosa muestra de sarcasmo, ya que la oposición a Macri va dividida únicamente donde ella tiene presencia. En el acto de lanzamiento se rodeó de supuestas víctimas del ajuste del actual presidente Macri, otro acto de cinismo, ya que ocultó a todas las víctimas de su propio Gobierno. Como mucho, Cristina podrá acercarse al 35% de los votos, una cifra mínima comparada con el 54% que obtuvo en el 2011. Sus índices de rechazo superan ampliamente a los de aprobación.
Pero aun así ahí está, arrancando en un camino que sería muy cuesta arriba, de no contar con la ayuda de la muy mediocre gestión económica que conduce su enemigo, Mauricio Macri. Hay, en todo esto, una moraleja. Si los regímenes que, apelando a cierta brutalidad de lenguaje, son definidos como «populistas», luego son reemplazados por Gobiernos que crean más pobreza y desocupación, la ley de la gravedad finalmente se impondrá: con la forma que fuere, el temido «populismo» regresará al poder. La democracia es ese magnífico sistema que impone un costo a quien abandona a las mayorías. Eso ocurre en Brasil, por ejemplo, con el crecimiento imparable de la figura de Lula.
Por lo pronto, en pocos meses se verá cuál es la magnitud de la desilusión con Macri, si eso alcanza para perdonar a Cristina, o si el desánimo se manifestará más lentamente a través de un liderazgo nuevo, que aún no aparece.
Hasta entonces, Gerchunoff no tendrá de qué preocuparse.
Seguirá —seguiremos— viviendo con ella.
Que gane o pierda, nadie puede asegurarlo.