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Puerto Rico es norteamericana. No lo podemos ignorar ahora

Un siglo después de que Estados Unidos extendiera la ciudadanía a los residentes de Puerto Rico, ese vínculo nunca ha sido más vital para la comunidad de la isla, ya que se tambalea ante la devastación del huracán María. 

Puerto Rico no puede votar para elegir el Presidente y no tiene representantes electorales en el Congreso. Pero sus ciudadanos tienen derecho a los mismos fondos federales de emergencia y a recursos que Washington ha estado canalizando a Estados mucho más poderosos políticamente y económicamente resilientes, como Texas y Florida, ante las desgracias causadas por el huracán. 

Días después de ser atacada por Maria, la isla sigue lisiada por una extensa destrucción así como por inundaciones catastróficas. Muchas aldeas fueron arrasadas y las comunicaciones dañadas, incapacitando a los funcionarios para lograr un cálculo exacto de la muerte y devastación generadas. No hay energía, y la restauración de la red eléctrica puede tardar meses, no semanas. Una presa fue comprometida, amenazando con inundaciones importantes y la carencia de agua potable.

Esto no deja lugar para retrasar o debatir sobre el envío de ayuda federal urgente a los ciudadanos y el gobierno de Puerto Rico, o a las comunidades afectadas de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos. La ayuda de emergencia es su mejor esperanza para la recuperación de un desastre natural que ha agravado enormemente las agonías persistentes de Puerto Rico: deuda abrumadora, quiebra del gobierno y una economía en caída libre que ha provocado un éxodo continuo a los EEUU continentales. 

Los puertorriqueños de la diáspora, luchando para establecer contacto con los parientes varados en la isla, ya están preparando refugios de emergencia en sus propios hogares y recaudando donaciones en las comunidades de Nueva York a Florida. Pero el papel federal será primordial para reconstruir la isla, que estaba sufriendo una tasa de pobreza de 46 por ciento incluso antes de que Maria rastrillara comunidades de costa a costa, desinflando una industria turística que proporcionaba algún alivio económico.

Antes de quedar reducidos a una lucha primordial por comida, agua y por su salida, los residentes pensaban que habían tocado fondo cuando una Junta de control financiero asumió el control el año pasado bajo una ley federal de emergencia. La Junta ha impuesto medidas de austeridad y mayores impuestos para reestructurar $74 mil millones en deuda y supervisar proyectos críticos de infraestructura. 

 Maria deja el reto de superar todo un nuevo nivel de recuperación. Nadie ha estimado aún el costo total. El dinero federal será el factor más crítico, en opinión de los especialistas en recuperación. Se atreven a esperar que la destrucción del huracán pueda proporcionar un teórico chispazo, así sea débil, para una modernización de la isla atrasada durante mucho tiempo. 

Todos los estadounidenses deben unirse con fuerza en apoyo de sus conciudadanos que sufren en la isla, mientras trabajan en su recuperación. Depende de los líderes continentales no escatimar en ayuda para Puerto Rico y las Islas Vírgenes de Estados Unidos, sin importar que carezcan de influencia política en Washington.

 

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

Editorial

Puerto Rico Is American. We Can’t Ignore It Now.

A century after the United States extended qualified citizenship to the residents of Puerto Rico, that link has never been more vital to the island commonwealth, as it reels from the devastation of Hurricane Maria.

Puerto Rico cannot vote for president and has no voting representatives in Congress. But its citizens are entitled to the same federal emergency funds and resources that Washington has been funneling to the far more politically powerful and economically resilient states of Texas and Florida in their hurricane miseries.

Days after Maria struck, the island remained crippled by widespread destruction and catastrophic flooding. Villages were razed and communications ruined, leaving officials unable to tally an accurate toll of the death and devastation. Power is out, and restoration of the electrical grid may take months, not weeks. A dam was compromised, threatening major flooding and a loss of drinking water.

This leaves no room for delay or debate about rushing federal help to the citizens and government of Puerto Rico and the stricken communities of the U.S. Virgin Islands. Emergency aid is their best hope for recovery from a natural disaster that has greatly compounded Puerto Rico’s persistent agonies: overwhelming debt, government bankruptcy and a plummeting economy that has prompted a continuing exodus to mainland America.

Diaspora Puerto Ricans, struggling to make contact with kin stranded on the island, are already preparing emergency shelter in their own homes and massing donations in mainland communities from New York to Florida. But the federal role will be paramount in rebuilding the island, which was suffering a poverty rate of 46 percent even before Maria raked communities from shore to shore, deflating a tourism industry that provided some economic lift.

Before they were reduced to a primal struggle for food, water and escape, residents thought they had hit rock bottom when a financial control board took power last year under emergency federal law. The board has levied sweeping austerity measures and higher taxes to restructure $74 billion in debt and oversee critical infrastructure projects.

Maria leaves a whole new level of recovery to be scaled. No one has yet estimated the full cost. Federal money will be the most critical factor, in the view of recovery specialists. They dare to hope the sweep of the hurricane’s destruction may provide a theoretical, if bleak, spark for long overdue modernization on the island.

All Americans should rally forcefully behind their fellow citizens left suffering on the island as it labors to recover. It is up to mainland leaders not to stint on aid for Puerto Rico and the U.S. Virgin Islands, however lacking they may be in political clout in Washington.

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