Las sucesivas muertes de la Revolución cubana
Esto» es ya un sistema sin futuro al que ya no le queda ningún vestigio de aquella causa liberadora. (CG)
El país, la nación, la Isla, la patria ya no soportan más la obligada sinonimia. Sesenta años parece demasiado tiempo.
Los medios oficiales celebran por estos días un nuevo aniversario de lo que insisten en llamar la Revolución cubana. Las festividades alrededor del 1 de enero, cuando Fidel Castro dio un giro a la historia nacional, muestran todas las trazas de una rutina que se ha desgastado por la excesiva prolongación en el tiempo del proceso y la creciente pérdida de apoyo popular.
Incluso el nombre del fenómeno que comenzó aquel 1959 es materia de profundas discusiones, al haber quedado despojado de todo carácter de cambio, transformación o de impulso renovador. La Revolución ha muerto innumerables veces a lo largo de estas casi seis décadas, ha recibido una paletada de tierra cada vez que decepcionó, traicionó o desencantó a quienes la apoyaron en sus inicios.
En un principio, al presentarse como un acto liberador que derrocó la breve dictadura de Fulgencio Batista, aquella sacudida política y social concitó el entusiasmo popular. Las banderas ocuparon los balcones y los gritos de ¡Libertad, libertad! daban la bienvenida a una nueva oportunidad de cambio.
En un principio, al presentarse como un acto liberador que derrocó la breve dictadura de Fulgencio Batista, aquella sacudida política y social concitó el entusiasmo popular
En las primeras horas de aquel primero de enero de 1959 los únicos opositores parecían ser los torturadores de la tiranía y los malversadores que vampirizaron los fondos públicos en beneficio propio. Las multitudes salieron a las calles a festejar un nuevo amanecer para el país, sin que la mayoría imaginara que comenzaba la larga noche de un autoritarismo.
En poco tiempo aparecieron descontentos de nueva naturaleza. En la lista de los inconformes se apuntaron los que sospecharon que aquello era «comunismo» disfrazado de proceso libertario, quienes no aprobaban los excesos de los fusilamientos y los juicios sumarios y aquellos que esperaron un compromiso que garantizara elecciones democráticas que nunca llegó.
Esa primera ola de decepcionados incluyó también a los que vieron en el ateísmo galopante una amenaza para el ejercicio de sus creencias religiosas.
A partir de ese momento se sucedieron diferentes parteaguas, momentos de definición en los que cada cual podía seguir apoyando a ultranza lo que proclamaba Fidel Castro o mantener la reserva que le permitía bajarse del tren cuando las cosas no marcharan por el camino esperado.
Para algunos su estación de bajada fue octubre de 1962 con la irresponsable decisión de convertir la Isla en una rampa de lanzamiento de misiles con carga nuclear; para otros el desengaño llegó un año más tarde cuando la segunda ley de Reforma Agraria decretó que la existencia de la «burguesía rural» era «incompatible con los intereses y los fines de la Revolución Socialista».
En 1968 aparecieron disidentes en Cuba que, aunque seguían sintiéndose «revolucionarios», no estaban dispuestos a admitir todo tipo de actos de parte del Gobierno
En marzo de 1968 la Ofensiva Revolucionaria confiscó los puestos de venta de frita y en agosto de ese mismo año, coincidiendo con la invasión soviética de Checoslovaquia, aparecieron disidentes en Cuba que, aunque seguían sintiéndose «revolucionarios», no estaban dispuestos a admitir todo tipo de actos de parte del Gobierno.
Luego vino el fracaso de la zafra de 1970 que llevó la economía nacional al borde de la debacle; la sovietización que se consolidó un lustro después y que puso a orbitar a la Isla alrededor de los designios del Kremlin; la delirante decisión de participar en las lejanas guerras africanas; los mítines de repudio de 1980 cuando tuvo lugar el éxodo por el Puerto de Mariel. Tras un quinquenio de relativa bonanza, el derrumbe del socialismo en Europa del Este sonó como un tiro de gracia para el moribundo proceso.
El fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y de varios altos cargos militares fue un golpe duro para muchos que insistían en mostrar los descalabros del proceso como errores cometidos por funcionarios burócratas o ministros que no sabían interpretar bien los designios del Comandante en Jefe. En aquel caso la más alta instancia se mostró con una impiedad que desilusionó a más de uno.
Otros, que habían conservado la fe en el proceso hasta entonces, terminaron por apearse del vagón de la Revolución cuando se vieron atenazados por las privaciones del Periodo Especial o vieron partir a algún familiar durante la crisis de los balseros. Muchos tiraron la puerta definitivamente con la Primavera Negra de de 2003 que llevó a la cárcel a decenas de opositores y periodistas independientes.
La Revolución volvió a recibir «golpes mortales» pero esta vez de la mano del cansancio y el agotamiento del discurso
Después, llegaron la apatía y el cansancio. La Revolución volvió a recibir «golpes mortales» pero esta vez de la mano del cansancio y el agotamiento del discurso. El ascenso al poder de Raúl Castro, a través de la sucesión dinástica, supuso la consolidación del inmovilismo del sistema, y reflejó su falta de arrojo para llevar a cabo los cambios que necesita la nación y el miedo que se ha instalado en la cúpula gobernante.
«Esto», como lo llaman ahora millones de cubanos que se niegan a usar otro término más glorioso, es (simplemente) el control que un grupo de octogenarios pretende imponer como herencia perpetua a las nuevas generaciones. Un sistema sin futuro al que ya no le queda ningún vestigio de aquella causa liberadora.
El país, la nación, la Isla, la patria ya no soportan más la obligada sinonimia con «la Revolución». Sesenta años parece demasiado tiempo.